lunes, 22 de junio de 2009

LA UNAM, LA MEJOR UNIVERSIDAD DEL MUNDO




Los preparatorianos comitecos de los años setentas soñábamos con ir a estudiar a la ciudad de México. Unos lo hacían por convicción profesional, otros por deslumbrarnos en ese mundo ajetreado.
En 1974 me inscribí en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. El 0.7 que saqué en el examen de física me hizo desistir. Regresé a Comitán y me preparé para presentar examen de admisión en la UNAM. Después de pasar el examen de admisión para estudiar la carrera de Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica estuve cinco años en la Universidad, años en los que no pasé ni el veinte por ciento de los créditos necesarios para obtener el título. No obstante esto, siempre me he pensado “egresado” de la UNAM. Pasar cinco años de mi vida en esas aulas no fue cualquier cosa. Para mí resultó el mayor asombro de mi vida.
En el tiempo que entré a la Facultad de Ingeniería eliminaron la “seriación”. Esto allanó el camino de los irresponsables (yo fui miembro distinguido de este clan). Para que mi papá “creyera” que iba bien en mis estudios me apunté, por ejemplo, en Electrónica I sin haber cursado Electricidad. Era imposible que yo entendiera circuitos electrónicos sin saber la mínima Ley de Ohm. Cada semestre reprobaba tres o cuatro materias y sólo pasaba una o dos.
¿Por qué entonces me digo “egresado” de la UNAM y ahora celebro el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades que acaba de merecer? Porque gran parte de lo que ahora soy se engendró en sus patios, sus bibliotecas, sus auditorios, sus cafeterías y sus aulas.
Todo egresado de una universidad sabe que el conocimiento no sólo está en los salones y en los libros. La universalidad -concepto que define a la Universidad- es lo que toca al hombre universitario y yo rocé ese concepto. En la UNAM presencié cátedras brillantes de Juan José Arreola; oí una conferencia dictada por el científico ruso Alexander Oparín; y escuché cantar a Óscar Chávez y a Alberto Cortés. En la UNAM conocí a un hombre maravilloso que hacía papirolas en la entrada de la Facultad de Arquitectura; y conocí a un hombre ciego que estudiaba en la Facultad de Derecho a quien yo le leía algunos textos que no estaban en braille. Gracias a la UNAM realicé un viaje de estudios al corazón oculto de la presa La Angostura para conocer el cuarto de máquinas. En la UNAM miré cine, mucho cine, en todos los cineclubs que existían por toda Ciudad Universitaria. Pasé miles de horas adentro de la Biblioteca Central leyendo todo lo que olía a novela y a cuento. Caminé cientos de veces por la explanada principal y ahí descubrí que la vida era ese río humano que se desparramaba cada día. Hoy sé que si no terminé la carrera de Ingeniero fue porque en lugar de estudiar matemáticas opté por la vocación de mi vida: ¡el arte! Durante los cinco años que fui alumno de la UNAM me fui apropiando de estas nubes que hoy forman mis cielos.
Mi caso fue un típico caso de mala elección de carrera. Ya he contado que decidí estudiar Ingeniería en un acto de inconsciencia. Cuando cursaba el tercer año de bachillerato en Comitán un compa llevó un libro con las carreras que impartía el Politécnico y leí que existía una carrera incomprensible que se llamaba Ingeniería de tal y cual y bromeé: “Yo estudiaré esta carrera para que me digan Señor Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica Don Alejandro de tal y cual”. En mala hora se me ocurrió convocar la ironía en mi futuro. El destino cumplió esa invocación: injertó de tal forma esta idea que cuando en la ciudad de México me preguntaron qué carrera deseaba estudiar ¡el monstruo habló por mí! No puede hacer nada para evitar. El monstruo tenía más cabezas que la hidra. La única forma que hallé para rebelarme fue estudiar lo que me dictaba el intelecto y el corazón: ¡Literatura!, aunque seguí anotado en la relación de alumnos de la Facultad de Ingeniería.
Claro que, como no estuve inscrito en la Facultad de Filosofía y Letras, cuando cumplí los cinco años de estar en la Universidad ésta no me entregó ningún documento. Pero yo ya estaba capacitado para enfrentar al mundo y ¡acá estoy! Sintiéndome profundamente orgulloso de ser egresado de la UNAM y gozando cada uno de sus triunfos (y aunque no soy fanático del fútbol sonrío cada vez que Los Pumas ganan el Campeonato del Fútbol Nacional. “Cómo no te voy a querer” si en esos años iba al estadio a ver las prácticas del equipo en el estadio universitario. Cómo no hacerlo si vi jugar a ese jugador maravilloso que se llama “La Cobra” Muñante. ¿En dónde andará?).