miércoles, 24 de junio de 2009

UN CAMINO ANGOSTO


Los adultos creen que caminan por caminos angostos, creen que la vida es cruel y los encajona. No recuerdan que cuando niños también caminaron, muchas veces, por caminos angostos.
La diferencia con los niños es que caminan esos caminos con emoción, como si fuera la gran aventura.
Ayer en la tarde fui a velar a mi madrina Clarita Bermúdez de Figueroa (mamá de Romeo y de Gustavo). Cuentan sus hermanos que estaba a punto de cumplir los noventa años de edad.
Cuando era niño mis papás me llevaban a casa de mi madrina. A mí me gustaba ir por la promesa de laberinto.
En Comitán hay varias casas como la de mi madrina, pero yo nunca entré a ellas, por esto esa casa se me hacía maravillosa, sacada de algún cuento oriental.
La casa (hasta la fecha) tiene dos entradas y, por supuesto, dos salidas. Cada una de éstas da a una calle diferente, son de esas que le llaman "casa de calle a calle". ¡Qué prodigio, qué generosidad con el espíritu!
Yo llegaba muy formalito acompañado de mis papás. Mi papá tocaba la puerta, con ayuda de una moneda ("tocá fuerte porque de aquí que te oigan"). Esperábamos algo de tiempo porque ya se sabe que en las casas de calle a calle la gente tarda en llegar de un extremo al otro. En cuanto mi madrina abría la puerta ¡la aventura iniciaba!
Caminábamos por un patio y luego nos hacía entrar a una recámara donde pasábamos por en medio de dos camas siempre bien tendidas. Había un ropero con una luna que era como un ojo que registraba a todos los visitantes de la casa. Pasábamos a otro cuarto pequeño y luego entrábamos a un corredor bien estrecho lleno de luz. Ahí siempre había jaulas con gallos de pelea y, suspendidas del techo, un par de argollas forradas con piel. Detrás de las mallas los gallos se paseaban de un lugar a otro, "cantaban" y extendían sus alas de manera frenética como diciendo: "Yo soy sus padres" o "Los demás gallos me pelan los picos". El color oro viejo de su plumaje indicaba que esa casa era una réplica de las mil y una noches.
Seguíamos caminando por el sendero angosto, lleno de luces y sombras y llegábamos a la casa propiamente, que también era muy angosta. Recuerdo que mi madrina sacaba una mesa a un corredor. Ahí comíamos, ahí veíamos al loro afuera de la jaula comiendo pepas de girasol, ahí veíamos una escalera generosa que bajaba hacia la rampa que conducía a la otra entrada. Las paredes de esta "salida" siempre estuvieron llenas de plantas, lo que las hacía simular una pequeña selva.
Mi madrina servía la comida, mi papá tomaba unas copas con mi padrino y la tarde se llenaba de una luz magnífica. El loro hablaba, los gallos insistían en su canto y las paredes húmedas también se unían a ese coro, donde un disco de marimba sonaba.
Hoy enterrarán a mi madrina. El camino de la vida parece angosto, pero ahí en su casa era como una sábana limpia muy ancha. Gracias a ella conocí una de esas míticas casas que dan "de calle a calle". ¡Qué prodigio de Dios! ¡Que Dios le destine caminos llenos de luz a mi madrina!