domingo, 28 de junio de 2009

LA HORA EN QUE ASOMA LA LLUVIA TRISTE


El otro día recordé la novela "Memoria de mis putas tristes", de García Márquez. Recordé mi juramento de no leerla. Cuando vi la novela por primera vez en los aparadores, en la ciudad de Puebla, la portada se me hizo muy bella: un hombre impecablemente vestido de blanco. Pero luego me di cuenta que dicha imagen era contradictoria, porque la trama -además del título- era muy triste.
Recordé que había leído previamente una reseña con la síntesis. Ahí me enteré que Gabo había retomado un poco la historia de un cuento de uno de sus autores favoritos: el japonés Kawabata. Dicho cuento: "La casa de las bellas durmientes" es bellísimo. Lo leí hace muchos años, pero aún conservo en mi memoria muchas imágenes. Recuerdo que una de las principales premisas del cuento es que la casa de las durmientes es todo ¡menos un burdel! Ahí llegan los ancianos a dormir con muchachas bonitas. La primera regla es que no deben hacer el amor con ellas (además, se supone que a los ancianos cumplir esto no les representa ningún problema porque, según establece el texto, "han dejado de ser hombres").
La reseña que leí de la novela de García Márquez sintetizaba la trama en la historia de un anciano de noventa años que desea celebrar su cumpleaños fornicando con una niña virgen de catorce años.
La literatura siempre muestra los extremos y mientras más extremos sean ellos más universo nos presenta. Pero, acá entre nos, se me hizo una historia demasiado triste (sigo pensando lo mismo). Es muy triste que un hombre (por más burdelero que haya sido) actúe como el personaje de Gabo.
No creo que el texto sea algo como un reconocimiento u homenaje a la obra de Kawabata. Este escritor evadiría la "responsabilidad" de haber sido el provocador de tal novela. La obra del japonés es luminosa, basta leer el título del cuento para ver que se trata de un texto lleno de aire.
Los lectores de Gabo sabemos que su obra está llena de cuartos húmedos y oscuros. Son sus pasajes. No hay problema literario en tal propuesta. Pero uno, como lector, puede elegir lo que desea leer. En el tiempo que apareció su novela del anciano perverso no estaba con el ánimo dispuesto para encerrarme en laberintos oscuros. Sigo sin estar con ese ánimo. Creo que bien puedo continuar viendo los amaneceres y respirando estos aires limpios sin preocuparme de la historia de ese anciano triste.