miércoles, 17 de junio de 2009

MAÑANA VOLVERÁN LAS OSCURAS GOLONDRINAS




Dicen que “Nada es para siempre”. El abandono también es temporal. Todo el que parte vuelve algún día.
Ayer despedí a un afecto que agarró maletas para ir al extranjero: Praga. Estaba emocionada.
Todo viajero lleva en sus ojos algo del agua que bañaba a Cristóbal Colón. Cada viajero es, a su manera, un descubridor. ¿Qué tanto cambiará mi afecto en Praga? Es decir, ¿qué diferencia abismal se abre entre quien se queda en Comitán y entre quien vive un año en otro país, en otro continente?
Hoy en la tarde subí a la azotea de mi casa. El cielo tenía un olor a tierra mojada. Puse la mano como visera y traté de otear el horizonte. Quise imaginar que mi vista llegaba hasta la otra orilla del mar, más allá de estas montañas que apenas se levantan por encima del suelo, pero lo más que alcancé a ver fue el cielo azul que es como la palma de mi mano y una serie de azoteas con tinacos gordos, negros, enredados entre tejas rojas.
Ella me dijo que me escribirá a diario (bendito Internet de estos tiempos) y que me enviará todas las fotos que tome de todos los lugares que visite (benditas cámaras digitales y celulares de estos tiempos). A través de sus relatos e imágenes conoceré los jardines de su universidad, los templos, los museos, los patios, las calles, los callejones, los ríos, los antros y las bibliotecas de aquella ciudad. Sé que tres o cuatro días después que comiencen a llegar los primeros correos y las primeras fotos descubriré caras que serán rostros cercanos a ella y que a mí no me dirán nada especial. Sé que un día ella irá, de fin de semana, a París y me dirá que mira el Sena por mí. Pero también sé que, a pesar de que ella comparta todos sus instantes nunca viviré nada por ella (algunos instantes se los reservará y los conservará como secretos).
Eso de que ella mirará el Sena por mí ¡es un absurdo! Mientras ella bebe Praga yo seguiré viviendo esta inagotable rutina comiteca. Iré al mercado y descubriré alguna hendija que nunca haya visto, trataré de oler nuevos aromas y procuraré hallar nuevos rostros en el parque y en los templos. Caminaré mucho por todas las subidas y bajadas de este pueblo. Haré un alto a mitad de la subida y voltearé para ver en el cielo el reflejo de cientos de tejados. Cortaré una buganvilia morada. Mientras mi afecto escuchará otro idioma (¿Qué hablan en Praga?) yo escucharé el cantadito de este pueblo que vuelve agudos casi todos los verbos: Vení, Comé, Soñá, Viví.
Y un día mi afecto me escribirá diciendo que ya regresa. Todos sus compas, así como lo hicimos en su ida, prepararemos una cena para recibirla. Yo, a la hora en que ella tome una copa de vino y coma un pan compuesto de “El Foquito”, le preguntaré cómo se dice Bienvenida en el idioma de Praga. Tal vez ella dude un poco o pronuncie de inmediato algo impronunciable para mí. O tal vez diga: “Ah, dejá de joder” y ría con esa risa que, además del agua de estos cielos, estará bendita para siempre con agua de los ríos de Europa.
De Praga no sé nada (así como no sé nada de nada más). Lo único que sé es que el escritor Milan Kundera caminó las calles de Praga. Ayer estuve tentado en decirle esto a mi afecto, pero luego me detuve. Se me hizo muy pretencioso. Total, ella, ahora que vuela rumbo a Praga, me lleva toda la ventaja del mundo. Tal vez conozca a Kundera en la Universidad, no en Praga, sino en París. Uno nunca sabe qué encontrará fuera de casa.
Sé que cuando vuelva algo de ella habrá cambiado. No sé qué pensará el día que tenga que abandonar aquella ciudad. ¿Quién sabe qué dejará? ¿Qué encontrará en Comitán cuando regrese? Bien dicen que “Nada es para siempre”.