viernes, 21 de agosto de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL VIENTO CORRE SÓLO PARA UN LADO (II y última parte)



El cine retoma la vida, la modifica y la mejora. Por esto los cinéfilos procuramos estar adentro de un cine el mayor tiempo posible. En lo íntimo deseamos que la vida, por sí misma, se modifique y mejore, aunque sabemos que ello es imposible.
A veces, Mariana bonita, los cinéfilos confundimos la realidad. Nos parecemos a quienes ven los toros desde la barrera. La vida, para nosotros, es esa ventana maravillosa que tenemos enfrente y que pasa como pasa un tren.
Cuando uno va trepado en un tren mira cómo los pueblos crecen, como si fueran milpas; los mira de lejos. La vida entonces es ese pedazo de vagón en donde uno viaja más la suma de lo que está del otro lado: las vacas y borregos del campo; los hombres que siembran o suben al campanario o montan bicicleta o trepan a los árboles para cortar manzanas; las nubes y pájaros del cielo; los cables y postes de luz que pasan como puntual manecilla de metrónomo. Hay una distancia maravillosa que te hace entender las dos dimensiones.
Lo mismo sucede en una sala cinematográfica, cuando entrás es como si te subieras al tren y vieras la vida a través de la ventana.
La joda es cuando salís, cuando te enredás en el bullicio de la calle, de los almacenes, de las fondas, de las plazas, del salón de clases, de la redacción del periódico, del estadio donde juegan fútbol, de las cantinas, de los mercados, de los lupanares, de los puentes peatonales. ¿Si me explico? El encanto de la distancia se rompe, no hay barrera, no hay pantalla. Todo es una mezcolanza horrible y asfixiante. No hay distancia que te permita distinguir el plano donde estás ubicado y el plano de “lo otro”. Y esta carencia de lo otro es lo que se llama nostalgia de vida.
Caminás y nunca, nunca, hallás a tus muertos en la calle o sentados en un café o tomando el sol en alguna playa o recostados en hamacas en el pórtico de las casas. ¿Cómo entonces puede llamarse vida un trozo de tiempo que no reúne el milagro de la muerte? ¿Por qué en el cine, Marianita, el milagro del principio y del final es uno solo? Ahí están, y estarán por siempre, los hombres y mujeres que miré de niño. Estarán por siempre, sin afeites, en un maravilloso blanco y negro. Ahí está Brigitte Bardot recostada en la playa; ahí está Gregory Peck, sin afeitarse, escuchando una sentencia judicial. Ahí están Sofía Loren, Marcello Mastroianni (detrás de unos lentes oscuros) e Ingrid Bergman (¡luminosa!) pidiéndole al pianista negro que vuelva a tocar la melodía que ahora tararea en voz baja, porque el pinche pianista dice que no sabe de qué habla ella. Ahí están todos, impecables, absolutos. Como si el deterioro del tiempo fuera un simple juego que juegan los hombres y mujeres necios de afuera.
Rento devedés de películas viejas, en blanco y negro, pero ¡no es igual! El chiste de la vida era salir de casa, correr para llegar a tiempo al cine, comprar el boleto, entregárselo al viejo panzón de la entrada y entrar a esa placenta llena de vida. La gracia estaba en esa penumbra, en ese contacto con los otros que te hacía saber que no era un sueño lo que mirabas sino que era la realidad, la mejor parte de la vida.
A veces, Mariana, extraño el Cine Comitán y el Cine Montebello. A veces, niña bonita, quisiera que la vida fuera como el cine, y así como encuentro a Marlon Brando en cualquier departamento sucio y húmedo de París, quisiera hallar a mi papá (ya fallecido) sentado frente a la mesa del comedor aderezando con limón, pimienta y sal una ensalada de coliflor. Quisiera encontrarlo ahí, con su chaleco café que le tejió mi mamá, para contarle de cómo van los días y las tardes por acá. ¿Por qué, jodidos, la vida no es tan maravillosa como el cine?
P.d. Además, el cine era muy barato, por diez pesos tenías tacos, refresco, cacahuates japoneses e Isela Vega mostrando, sin ningún pudor, sus senos perfectos.