jueves, 20 de agosto de 2009

NUBES ÁRIDAS


Hace dos minutos escribí un correo. Ahí usé la expresión "sembrar alas".
Ahora pienso si esto es válido. ¿Cómo decir "sembrar" cuando no hay semilla tangible, cuando no se puede palpar el "árbol" resultante?
Tal vez los humanos usamos la expresión porque la siembra es un prodigio universal.
Se siembra para cosechar, para tener frutos, y la siembra es un don divino. Acá también se vale preguntar: ¿Qué fue primero: la semilla o el árbol?
Si uno quiere meterse en laberintos no encuentra una respuesta, pero si uno opta por la obviedad la respuesta es sencilla. Lo primero, antes que el huevo y la gallina, antes que la semilla y el fruto, fue el acto de creación. En el acto de creación no hay lugares, porque no es una competencia deportiva.
Cualquiera podría decir que el barro es primero antes que la olla realizada por el artesano. Pero en esencia esto no es así. ¿Quién sabe cuándo se gestó la idea creativa? ¿Puede asegurar que fue antes que el barro hiciera "su aparición" sobre la tierra? El acto de creación es uno solo y solo uno, es un prodigio único que no se vuelve a repetir. Por esto no hay dos huevos iguales, por esto no hay dos hombres iguales, por esto cada acto de siembra es irrepetible.
Los hombres tenemos fe y sembramos. Anhelamos que la tierra sea fértil y que el producto sea noble. Por esto sembramos alas, sembramos esperanza e ilusión.
Nuestros niños necesitan alas. Sabemos que no son pájaros pero intuimos que quieren volar, desean volar.