viernes, 14 de agosto de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN LIBRO ES COMO UN ÁRBOL



Querida Mariana: Juan Alonso Quijano dijo: “Tengo pelos en el pecho pero eso no significa que sea un mono; así como un árbol con hojas no necesariamente es un libro”. Rocío oyó esto último y subió a la biblioteca de su abuelo, quien fue un próspero comerciante comiteco, abrió un libro y descubrió que tenía hojas como los árboles. Rocío jaló una silla y se sentó al lado del balcón, vio el jardín, ¡se sintió maravillada con su descubrimiento! De las hojas de los árboles pendían gotas de rocío y las paredes de la biblioteca estaban tapizadas con estantes de madera de cedro que resguardaban cientos y cientos de libros perfectamente encuadernados. Cada libro era como un árbol, el conjunto de libros era como un bosque. Si en ese momento el sol hubiera aparecido entre los libros o hubiera comenzado a llover, Rocío lo habría tomado como la cosa más natural del mundo. ¿Qué no los bosques están llenos de alfileres de sol y de alcancías por donde pasa el viento?
En esta temporada, en Comitán, los árboles de ciprés se llenan de semillas. Los hombres se tercian una bolsa de yute en el pecho y suben a lo alto de los árboles y arrancan las semillas que serán, una vez sembradas, árboles enormes donde se refugiarán los gusanos, las arañas y los pájaros.
Por esto, Rocío siempre pregunta cuándo es la temporada en que las semillas brotan de los libros. ¿Con qué se riegan los librincillos para que crezcan y den sombra? ¿Cuál es la mejor tierra para sembrar libros?
¿Qué le dirías vos, Mariana, a Rocío? ¿Le contarías la historia de “El árbol y el libro” que aparece en la edición apócrifa del Nuevo Testamento?
“He aquí que Jesús madrugó. Cuando los apóstoles despertaron descubrieron su estera vacía. Salieron en grupo y se dividieron para ir en busca de su Maestro. Juan, el humilde, se dirigió hacia el desierto; Pedro, el orgulloso, caminó con rumbo al mar. Cuando ambos regresaron, dijeron: Encontré al Maestro. Pedro destapó una canasta de mimbre, tomó un pescado y lo colocó sobre la mesa; de inmediato el pescado se multiplicó y hubo cena abundante para todo el grupo. Juan abrió la mano sobre el centro de la mesa y depositó un puño de arena y la tolvanera fue tan intensa que duró cuarenta días con sus noches. Mateo sonrió y dijo: Hablan con falsedad, porque el Maestro estuvo todo el día acá entre nosotros, y señaló hacia el monte, hacia donde un olivo estaba sembrado. Ahí estaba el maestro, repasaba sus manos sobre el tronco, como si leyera un libro. Las mujeres prendieron las velas justo a la hora que El Justo entró. Nadie ha hablado con la verdad, dijo el señor. Todos los días de mi vida he estado en un solo lugar, y señaló el cielo, y levitó, y desapareció en medio de nubes de color marfil”.
Los hermeneutas de todos los tiempos han tratado de dilucidar qué significa la mención de “como si leyera un libro”. Sabemos que Jesús sabía escribir porque una tarde escribió sobre la arena, pero no sabemos si sabía leer, de lo único que podemos estar seguros es que sabía soñar. Y dicen los que saben, querida Mariana, que quienes sueñan saben leer. Si no leen libros leen nubes, leen patios o trenes o vías sin dirección.
No sé qué signifique esa frase, pero considero que es hermosa y una de las más bellas que jamás se han escrito: “Como si leyera un libro”, como si dijera ¡vida!, como si cantara fuerte, como si hallara agua en el desierto, como si un muerto se levantara y volviera a amanecer.
P.d. Tal vez con el agua de los sueños, tal vez con esa agua, los libros crecen. ¿Con qué agua te riegan a vos? Cada vez estás más grande, más bonita, cada vez.