domingo, 16 de agosto de 2009

LOS DE ADELANTE CORREN MUCHO


"Toda la tarde y noche pasaron patrullas, ¿las oíste?", me dice Paty. Sí, las oí. No sé qué sucedió, pero, o fue un desfile monumental o algún accidente.
En Puebla escuchaba el sonido de las sirenas, frecuentemente. Mi mamá, siempre que las escucha, reza y pide porque sea leve el suceso. "Pobre la gente", dice. Cuando ve la televisión y escucha alguna tragedia en alguna parte del mundo se conduele del dolor ajeno, "pobrecitos", dice.
Las sirenas de las patrullas van dejando algo como una niebla en todos los que las escuchan.
Tal vez el único lado amable es que a Paty le digo "Patrulla". En una ocasión, Paty debía enviar unos papeles a una maestra del colegio donde laboro. Le dije a la maestra: "Al rato pasará "la Patrulla" para traerle los documentos". Ella salió a la puerta de entrada y ahí se estuvo. Quince minutos después entró a mi oficina y me preguntó: "¿Es patrulla de la policía o de la cruz roja?".
Por fortuna, mi Patrulla no tiene sirena, no aúlla. Cuando se enoja, de vez en vez, pongo "oídos sordos" y logro evadir los sonidos estridentes y, al mismo tiempo, evito un posible accidente. Como recomienda Gabriel García Márquez no discuto y "echo p'alante".
Mi termómetro es el sonido de las sirenas. A medida que los sonidos crecen en mi pueblo nos convertimos en una ciudad más caótica.
Por fortuna, también sigo escuchando los sonidos de los pájaros (muchos, en la madrugada y al atardecer); los sonidos de los gallos a las cinco de la mañana; los grillos a la hora que me acuesto; el "canto" de un pavo real que vive a dos o tres casas de la mía. Todavía, de vez en vez, me siento en una banqueta del barrio de la Cruz Grande y escucho el silencio o el ladrido perdido de un perro o el canto de un cenzontle enjaulado o de una marimba enredada al viento.
Por fortuna, las sirenas siguen siendo la excepción.