domingo, 9 de agosto de 2009

COMO HOPALONG O COMO EL SANTO


Era el tiempo de las torceduras inocentes. Éramos niños. Las cajas de cerillos y las simples corcholatas eran carros, y un palo de escoba era un caballo. Y nosotros, ¡qué maravilla!, éramos todo lo que no éramos. Un día éramos Santo, el enmascarado de Plata, y al día siguiente nos convertíamos en Hopalong Cassidy. Así, el patio de la casa se convertía en el territorio donde peleábamos contra las Momias de Guanajuato o contra apaches que no sabíamos qué nos habían hecho para odiarlos y perseguirlos con tanta saña (era común, a la hora de amarrarlos al poste, recordarles aquello de "a quien hierro mata, a hierro muere", que tampoco sabíamos, bien a bien, dónde se nos había pegado el famoso dicho).
¡Éramos todo lo que no éramos! Tal vez porque éramos lo que no somos ahora.
Poseíamos la magia, sin saberlo. Era el tiempo en que, en nuestras manos, todo podía convertirse en lo que no era.
Un pequeño montón de tierra era Territorio Apache; y cuatro hormigas que se resistían a seguirnos el juego eran los leones que manteníamos encerrados en una pequeña caja transparente.
Era el tiempo en que el tiempo se movía lento. Éramos niños y Comitán era el lugar mágico en donde todo lo imposible ¡era posible! Era un mundo mágico, un lugar donde las momias y los apaches eran los únicos malos y siempre, siempre, acababan pagando sus fechorías.
El mundo estaba libre de peligros. y no es por nada, pero éramos nosotros, niños sencillos, quienes siempre, siempre, salvábamos al mundo.