lunes, 24 de agosto de 2009
LAS ALAS NO SÓLO SIRVEN PARA VOLAR
La mañana del veintiocho de agosto de mil novecientos setenta y siete, la abuela Constanza llevó a su nieta Alina con la vidente del pueblo. Salieron de su casa, caminaron por calles luminosas, pero poco a poco se internaron por callejones oscuros donde los perros tienen prohibido aullar, a fin de no despertar a la miseria. La vidente abrió la puerta de madera podrida y las invitó a sentarse en una esquina con poca luz. Ahí, la vieja recibió los billetes que le dio la abuela, tomó las manos de Alina y le leyó su destino: ¡sería un ángel!
Ayer estuve en casa de Alina. Abrió la puerta y me invitó a pasar. La sala únicamente tenía dos sillas, tuve la sensación de estar parado en un estadio vacío. Me senté en una silla y ella jaló la otra silla de madera y se sentó frente a mí. La luz de la sala provenía de un domo cenital porque todas las ventanas están canceladas con tablas. Afuera se oía algo como un enjambre.
Me quedé callado, sólo observando. Alina se tapaba con un chal enorme el pecho, parte de la espalda y las alas. “Estoy harta de ser ángel”, dijo, después de un largo silencio. Bajó su barbilla y la recargó sobre su pecho.
Me contó que al principio todo fue emocionante. Cuando le crecieron las alas –antes de crecerle los pechos- se sintió un ser agraciado. Doña Epigmenia la contrató para ser ángel de la guarda de sus gemelitas. Alina aceptó con la condición de que el horario fuera de 8 de la mañana a 5 de la tarde, porque a las seis volaba a su clase de piano y a las siete volaba al templo para la hora de preparación de los maitines del día siguiente.
Picki y Tania eran unas gemelitas adorables y muy educadas, por lo que los servicios de Alina fueron requeridos en contadas ocasiones. Tal vez la más intensa fue cuando ambas subieron al ático de la casa en compañía de una amiguita y ésta prendió un cerillo porque jugaban a que eran girls scouts. Cuando el incendio comenzó, Alina tomó a las gemelitas del cuello de las blusas, se deslizó a través del espacio y las depositó al lado de la ventana, lugar en donde dos bomberos lograron rescatarlas, segundos antes que el techo se viniera abajo. La amiguita murió en el momento que una viga de madera le golpeó la cabeza. Alina no movió ni un ala por la niña ya que, precisamente, días antes había ofrecido sus servicios a la mamá de la niña, pero ella rechazó la oferta porque se le hizo muy caro el servicio. “Pinche vieja coda”, pensó Alina, ya tendría toda la vida para arrepentirse.
Cuando las gemelas tuvieron edad suficiente para valerse por sí mismas, Alina dejó de protegerlas y voló al cielo para realizar un posgrado en “Gerontología Sanitaria Aplicada”, al término del cual regresó a Chiapas en vuelo sin escalas. Colgó su diploma en la sala de su casa y ofreció sus servicios a través de la sección “Oportunos” de El Heraldo de Chiapas. Una familia pudiente contrató sus servicios para que fuera el ángel de guarda del abuelo. Alina logró firmar un acuerdo muy benéfico en términos económicos y todo indicaba que pronto lograría el sueño de poseer su propia residencia con piscina en la colonia El Mirador. Pero el viejito resultó perverso. Cuando se dio cuenta que tenía un ángel a su servicio le exigió el máximo pues subía y bajaba escaleras sólo para que Alina se hiciera presente y evitara su caída. La lubricidad del viejo se incrementó cuando descubrió que “su” ángel era mujer. Se obsesionó en ser el primer mortal que sostenía una relación sexual con un ángel.
Alina no soportó más. Así que cuando el viejo la amenazó con aventarse del trampolín de tres metros de la piscina si no le enseñaba su sexo, el ángel se recostó sobre una cama de playa y disfrutó la caída libre del anciano. La familia del difunto la demandó, por lo que Alina se vio precisada a solicitar los servicios de los abogados del cielo, quienes, mediante un soborno terrenal, lograron que Alina fuera asilada en El Limbo (lugar que, a pesar de los deseos del Vaticano, sigue existiendo en un lugar no determinado).
Ayer, a la hora de la despedida, me confesó su insatisfacción por el destino que le tocó. Hubiera dado mi vida por ser una mujer común y corriente, me dijo. La acompañé a la puerta y la vi volar. Cuando iba por encima del tejado me gritó: ¡Te regalo las dos sillas!