miércoles, 5 de agosto de 2009
HOMBRE DE HOJALATA
Acabábamos de llegar a la ciudad de México. Jorge estudiaba Arquitectura y yo estudiaba Ingeniería. En ese tiempo pensábamos que habíamos definido nuestro destino: él soñaría espacios y yo construiría los sueños.
Jorge vivía en la casa de sus abuelos, en la avenida Cuauhtémoc, de la colonia Narvarte. Era una casa sobria, elegante. Desde su recámara -segundo piso- mirábamos una calle con camellón lleno de palmeras. El Comitán que habíamos dejado no tenía ninguna avenida con esa generosidad. La ciudad de México nos deslumbraba. Todo era diferente.
Eran los años setentas. Mientras escuchábamos Tin man, en el tocadiscos portátil, yo ayudaba a Jorge a cortar unas hojas para la tarea de Diseño I. Yo estaba seguro que en Comitán nadie estaba escuchando lo que oíamos nosotros. ¡Por el amor de Dios, en Comitán la gente estaría oyendo la XEUI con sus cantantes viejos de siempre: Pedro Infante y Jorge Negrete! Pobres de nuestros ex compañeros que se habían quedado allá. Nosotros escuchábamos al grupo América. ¡Nadita!
Por la tarde, después que Jorge me invitaba a comer, yo regresaba a la casa de huéspedes donde vivía. Entraba a mi cuarto, prendía la lámpara de la mesa y hacía lo mismo con un pequeño radio. Escuchaba “La Pantera” y por ahí, de vez en vez, se colaba la de Tin man, que en casa de Jorge oíamos todas las mañanas, una y otra vez.
El tocadiscos de Jorge era de color rojo. Era un pequeño maletín que se abría para colocar los discos de 45 revoluciones. Al abrirlo, en la parte interna de la tapa aparecía el enrejado plástico de la bocina y en la base la tornamesa. Con los dedos índice y pulgar movíamos el brazo de la aguja.
Fue en ese tiempo de Tin man cuando mi primer sueño se materializó.
Sucede que una noche me acosté y llevé el radio hasta el buró (el radio de pilas que tenía también era de color rojo y cabía en mi mano). Puse La Pantera, cerré los ojos y comencé a pensar en Comitán (me deslumbraba la ciudad de México, pero en el momento que estaba solo en mi cuarto regresaba el amor por mi pueblo con una intensidad de rayo a mitad de la noche). Ya estaba medio dormido cuando escuché al locutor decir que la siguiente canción era del grupo Led Zeppelin. El grupo de rock comenzó a tocar y yo quedé dormido. Soñé con el mar, caminaba por una playa, hacía viento, la hierba que crecía al final de la playa se movía intensamente. Un cangrejo pasó y yo lo tomé con mi mano derecha. A la hora de agarrarlo, una de sus patas se desmembró, el animal cayó sobre la arena y huyó rengueando. Desperté. En la radio seguía sonando la canción “Stairway to Heaven”. Mi mano derecha estaba sobre el buró, cerca del radio, y tenía presionado algo. Abrí mi mano y la hallé sucia, como si tuviera una arena roja, como polvo de brazo de cangrejo.
Jorge no me creyó cuando se lo conté al día siguiente. Me pasó una tijera y me dijo que lo ayudara a cortar papel. Él, ayudado con una plantilla, pintaba un pliego de cartulina ilustración con pintura en spray de color azul. Cuando terminó se paró y quitó el disco de Bob Dylan, dijo que era hora de escuchar Tin man y colocó el brazo del aparato sobre el disco que, alrededor del centro, tenía una etiqueta con un paisaje de palmeras y, en letras pequeñas, el título de la canción y el nombre del grupo.
Aquel sueño fue el primero de una sucesión interminable. De vez en vez, sin que yo lo programe, al despertar tengo entre mis manos polvo del objeto soñado. Por ejemplo, la vez más reciente soñé que estaba en un cuarto oscuro y un hombre de hojalata, en la esquina, componía el mecanismo de un reloj. Movió sus manos y, tal vez por la incomodidad de sus dedos de hojalata, un engrane pequeñísimo se le cayó. Quise levantarlo, pero el hombre, con su voz metálica, me gritó: “No te atrevas”. En ese momento desperté. Miré mi mano y descubrí un polvo fino, como esa viruta que cae cuando troquelan una pieza metálica.
Sé que esto que me sucede es real. Lo único que no he logrado descubrir es qué me quiere decir el universo con estos residuos oníricos. Por si las dudas, guardo en botellitas los restos de estos naufragios.
El tiempo pasó y en el siglo XXI Jorge y yo advertimos que nos equivocamos en nuestras vocaciones, porque ahora él construye y yo sueño. Nunca terminé la carrera de ingeniería y él tampoco concluyó la de arquitectura.
Me convertí en un soñador, en un creador de espacios improbables. ¿De veras es así?
Ayer entré a youtube y escuché Tin man. Por fortuna ahora lo hice en mi amado pueblo y no en aquella ciudad insoportable que un día nos soportó y destrozó nuestros sueños improbables.