lunes, 31 de agosto de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO CAPERUCITA DEJÓ AL LOBO



Querida Mariana, a veces oigo que alguien dice: “Estoy en paz conmigo mismo”. Yo no puedo estar en paz conmigo mismo, lo más que puedo intentar es estar “en Molinari”, para, en efecto, estar conmigo. Eso de paz lo pudo decir Octavio, premio Nobel de literatura; o lo puede decir Senel, excelente narrador cubano.
A Senel Paz lo conocí el día que leí el cuento: “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”. Con este cuento, Senel obtuvo el premio Juan Rulfo, de Radio Francia.
En ese tiempo yo andaba en la búsqueda de identidad (desde entonces he dedicado todo mi tiempo a ello. Vos sabés que el hombre nunca deja de buscar). Por supuesto no me atraía la idea de ser lobo, ni mucho menos ser un hombre nuevo. Tal vez, pensé, me convenía ser un bosque, pero (la bronca de siempre) para ser bosque antes debía dejar de ser árbol y convertirme en hombre.
Deseché, entonces, la opción de ser un lobo y esto me ayudó a caminar por un sendero menos incierto. Quienes eligen ser lobos son adoradores de la sombras y de la luna llena. A mí no me gusta la luna llena, me gusta más la luna creciente que es como un cayuco flotando en el infinito.
Vos apenas estás en el inicio de la búsqueda de tu identidad. Por esto es bueno que sepás que no hay recetas. Cada ser humano tiene un camino único.
Cuando leí el cuento de Senel descubrí que si ponía atención a los símbolos podía entrever algo de mi destino. Así, me dejé llevar por el azar y las señales del universo.
El cuento venía incluido en la revista “El cuento”, que dirigía Edmundo Valadés. El color de la portada era verde, porque éste es el color dominante del cuadro de Joan Miró que ilustraba ese número de la revista. Pensé que el “Verde que te quiero verde” de Lorca era una señal. Y no se trataba de características psicológicas del color y de esas vainas de esperanza, no, ¡no! Se trataba del ritmo.
Cuando pensé esto que te digo estaba en el corredor de la casa de un afecto, un corredor lleno de macetas con helechos que acá en Comitán les llamamos “Cola de quetzal”. El viento movía esos helechos y entendí que el viento también es Lorquiano, como Lorquianas las pinturas de Miró. Todo era verde, todo era ritmo: Verde el corredor, verde el fruto, verde Miró, verde Lorca, verde Paz, verde el amanecer y verde el ritmo del ritmo.
De ahí ya no tuve duda: mi camino era ese racimo de uvas verdes. Ya nunca deseé estar en paz conmigo mismo, procuré estar en Molinari conmigo mismo. Esto, así como te lo cuento, pareciera una intrascendencia, pero no lo es.
El universo tiene armonía consigo mismo porque no anda en busca de la paz (la paz le vale una pura y dos con sal). El universo “es” porque siempre está en él. Así imagino a los hombres armoniosos (de quienes los demás dicen que han logrado una paz interna). Son hombres que simplemente están consigo mismos. A veces, ¡ni modos que no! (traicionarían a su condición humana), no solamente no están en paz consigo mismos sino que están en conflicto. Son hombres armoniosos que los mirás tan tranquilos, sentados en un café, fumando un puro, leyendo poesía y no dudan en decir: “Estoy en conflicto conmigo mismo”; es decir, están consigo y se están buscando. ¡Esto es lo importante! Los mediocres están en conflicto con otros por eso buscan estar en paz consigo mismos. ¡Qué tontos! Los hombres armoniosos, los que de veras valen, están siempre en su nombre, adentro de su apellido. Como que saben que ellos son parte importante del universo y no necesitan estar más que con el universo ¡para estar! Estos hombres son más que hombres. Tal vez ya lograron ser bosques.
¿Vos querés estar en paz contigo misma o simplemente querés estar en vos?
P.d. Dicen que la Madre Teresa dijo: “La paz comienza con una sonrisa”, yo digo que la sonrisa comienza en vos, siempre en vos.