martes, 11 de agosto de 2009

LAS VENTAJAS


Ser hijo único tiene sus ventajas. Una es la posibilidad de jugar solo. La soledad es como una aliada, por lo tanto no espanta.
De niño, el domingo, despertaba, tiraba las colchas e iba a la caja de juguetes. Los encontraba como los había dejado. Sacaba los muñecos de plástico y los colocaba en dos frentes de batalla. Formaba en una hilera los soldados de color verde, uniformados, con un rifle entre las manos; en la otra hilera (a un metro del contingente verde) formaba el otro grupo con soldados de color gris.
Mi cuarto tenía duela de madera y los rayos del sol de la mañana se colaban a través de los ventanales de las puertas, resguardados por postigos durante la noche (siempre que mi mamá entraba al cuarto, abría los postigos y luego me despertaba: "Ya, flojo, ya, ya es hora de levantarse").
Jugaba. El juego consistía en vencer al ejército enemigo. Con ayuda de una canica lechera lograba mi propósito porque la canica era como la bala de un cañón inclemente.
Hincado detrás de la hilera verde apuntaba sobre los soldados enemigos y soltaba el disparo. La canica rodaba sobre la duela parejita, barnizada, y tumbaba un soldado o, ¡mala suerte!, pasaba por en medio. Corría rápido al otro lado y hacía lo mismo. Siempre fui muy honesto en mis juegos, pero cuando mi ejército verde mermaba, mi mano, por alguna extraña razón, comenzaba a temblar y hacía que el tiro fallara.
Así, mi ejército verde jamás perdió una batalla. ¡México era el padre de todos!
Cuando mi mamá llegaba con la taza de atole de granillo y una pieza de pan, el campo de batalla ya era un regadero de soldados. Mi mamá sonreía, tal vez pensaba que era muy temprano para que hubiera tanto muerto en un lugar tan apacible.
Los hijos únicos no tenemos problemas con la soledad. Estamos acostumbrados a pasar de un lado a otro de la vida para jugar. Todas las batallas las enfrentamos de la misma manera. En un juego de fútbol, por ejemplo, estamos acostumbrados a ser Brasil y México a la vez, y siempre, siempre, por alguna maravillosa razón, México sale vencedor. Por esto, cuando en la vida real, nos toca perder ¡no lo admitimos! Estamos acostumbrados a ganar, siempre ¡a ganar!