sábado, 1 de agosto de 2009
FALTAN TANTOS DÍAS
Me atraen los anuncios futuristas. Una muchacha bonita aparece en la televisión y dice: "Faltan trescientos y tantos días para el Mundial de Fútbol de 2010". Lo dice con emoción, con certeza, como si fuera una sibila; como si nada pudiera ocurrir que evitara dicho acto.
Pasan los trescientos y tantos días y ¡el mundial inicia!
Se da por hecho que el mundo no dejará de funcionar.
Los enterados recomiendan vivir el presente, dicen que el ayer ya no tiene sustancia y el futuro es impredecible; y sin embargo el mundo parece moverse en dirección del futuro. Todo acto del presente se justifica en el porvenir: El estudio, el trabajo, las relaciones. Los padres de familia recomiendan: "Estudia para que el día de mañana seas una mujer de provecho"; los directivos motivan a sus jugadores diciéndoles: "¡Échenle ganas para que mañana ganemos al América!". Todo está diseñado para el día de mañana. Los propios niños de todo el mundo son "el futuro de las respectivas patrias".
Por esto me atraen esos anuncios que anuncian el futuro con tanta certeza.
Mi abuela Esperanza dudaba (a pesar de su nombre). Ella siempre anteponía a todo proyecto la frase de: "Si Dios lo permite".
Nunca he escuchado en la televisión que el conductor diga: "Los partidos de fútbol de la próxima semana serán, si Dios lo permite, tales y tales".
Los hombres somos arrogantes y a veces nos topamos con pared.
A veces imagino a la muchacha que, en medio de la plaza, en el año de 1913, anunció con certeza: "Faltan tantos días para el inicio de la Olimpiada de 1916". En 1914 comenzó la primera guerra mundial (que nadie anunció con certeza) y los juegos olímpicos se suspendieron.
Recientemente, la previsión sanitaria por la influenza enseñó al mundo que nada posee certeza, que todo puede irse al abismo, pero no aprendemos, porque no queremos reconocer nuestra fragilidad. ¿Qué sentido tendría la vida si no tuviésemos la "esperanza" del cumplimiento de nuestros deseos y anhelos? Vivimos porque pensamos que el mañana llegará. Nos casamos y anhelamos tener hijos y que estos, el día de mañana, sean felices. Quisiéramos ser como la muchacha bonita de la televisión para anunciar: "Faltan tantos días para que mi hijo se reciba de Médico Veterinario"; "Faltan tantos días para que yo sea abuelo de una niña preciosa"; "Faltan tantos días para que mi nieta preciosa se reciba de Licenciada en Ciencias de la Comunicación"; y así hasta el infinito. Sin embargo.
Tal vez mi abuela Esperanza era más sibila que nadie porque ella reconocía la única certeza: "Nada se mueve sin la voluntad de Dios".
No obstante, a mí me siguen atrayendo esos anuncios futuristas donde todo pareciera depender de la voluntad del hombre y donde la voluntad de Dios pareciera ser una simple variable.