jueves, 13 de agosto de 2009

EL CIELO DE GUILLÉN COTA


Fui a la presentación fotográfica de César Guillén Cota. La invitación demandaba puntualidad y muchos acudimos puntualmente, aunque el acto comenzó treinta minutos después.
Los asistentes fuimos invitados a entrar a la sala del Teatro de la Ciudad. Ahí, la hija de César leyó un texto escrito por Óscar Bonifaz a propósito de la exposición, y leyó una breve ficha biográfica de su papá. Luego ocurrió la presentación de decenas de fotografías sobre la pantalla. Fotografías que César ha tomado durante muchas tardes.
La presentación duró treinta minutos. Treinta minutos que disfruté como niño extasiado.
Este acto motivó en mí varias reflexiones que acá comparto, como una manera pública de agradecer a César la invitación.
1.- La exposición llevó el título de "Los cielos de Guillén Cota". No acepto el título porque lo que vi sólo fue un cielo, un maravilloso cielo. La mirada de Guillén Cota es única porque el cielo es único; su mirada cambia a cada instante porque el cielo es igual de cambiante. La lección fue: todos tenemos un cielo, pero no todos lo sabemos cultivar. ¿Por qué nunca había apreciado "lo obvio"? César logró el prodigio de convocarnos, a los espectadores, a descubrir lo que está frente a nosotros desde siempre. Nos invitó a sentarnos en una silla (muy cómoda, por cierto), abrir la ventana y vivir mil y un instantes en apenas treinta minutos. Fue un acto mágico. Lo fue porque mientras afuera el ocaso ocurría, frente a nuestros ojos se sucedían mil prodigios, mil instantes ocurridos en apenas una fracción de tiempo. Lo que César logró ayer fue algo como un acto de magia porque trastocó las leyes físicas del tiempo. Durante quién sabe cuántas horas logró reunir un haz de imágenes que anoche nos aventó, apenas en un lapso, a mitad del espíritu.
2.- Confieso que esa serie de fotografías no habría resistido verla en "otro cielo"; es decir, si hubiera estado en Puebla, por ejemplo, algo como un cordón de nostalgia me hubiera asfixiado para siempre. Anoche me sentí muy bien, porque en cuanto terminamos de disfrutar las fotografías de ese cielo, no me quedé en el brindis porque me urgía salir para descubrir que arriba de mí estaba el cielo de César. Y cuando vi el mismo cielo agradecí a Dios por estar en el mismo lugar donde César camina con su cámara digital.
3.- Anoche descubrí, en medio de los espectadores, a una persona especial. Recuerdo que ella, cuando fue alumna del Colegio donde laboro, se acostaba a mitad del patio y miraba el cielo. En una ocasión, en que ella debía estar adentro del salón de clases en lugar de estar tumbada mirando el cielo, estuve a punto de llamar a su casa para "dar la queja" a su mamá, pero me detuve, porque luego pensé que ella, tal vez, en ese momento, aprendía más afuera que adentro del salón. Cuando una persona descubre los más altos cielos se descubre también a sí misma. Anoche la vi y me acordé y supe que César no hizo más que pasarnos al salón, abrir la ventana y decirnos: "Adelante, túmbese a mitad del patio y ¡vean el cielo, el centro de su corazón!".
Gracias, César. Lo disfruté.