viernes, 16 de octubre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO “ALAS A LAS ARAÑAS” ES PALÍNDROMO JUGUETÓN



Querida Mariana, me gusta el espacio que se llama sala. Los arquitectos han creado el concepto especial de “Sala de juegos”, sin entender que toda sala sirve para el juego; por esto, en Comitán, al conjunto de muebles le llamamos “juego de sala”. Los gringos bautizaron como “love seat” un mueble especial para dos (los franceses, que son más perversos y juguetones, meten hasta tres en un asiento del amor cuando juegan al ménage à trois).
Me gustan las salas minimalistas donde todo es como muy ordenado y escaso; pero me gustan más las salas comitecas llenas de chunches.
A veces juego que soy una sala. Lo primero que hago es abrir mis ventanas para que entre el aire, luego, cambio de sitio los muebles. Me gusta poner cada sillón en un esquinero. Me divierto mucho cuando un afecto llega y lo invito a sentarse. Él en una esquina y yo en la otra. Advierto su confusión, pero luego le digo que es como un juego. Entonces como que se relaja, estira las piernas y grita para comentarme algo y ríe porque eso se le hace novedoso.
El otro día una muchacha bonita llegó con un ramo de flores. Busqué un vaso y abrí el grifo de la cocina. El vaso con las flores quedó a mitad de la sala, sobre el suelo, porque la mesa de centro había perdido su vocación a la hora que la coloqué pegada a la pared. Estos juegos me divierten. Es bonito cambiar la vocación de los objetos. A veces me siento en el suelo y uso el sofá como mesa, pongo el plato sobre el asiento y saboreo el pan integral; a veces descuelgo la cortina de tela y la pongo sobre el piso e imagino que es el mantel (esto es como hacer un picnic a mitad de la sala. Tiene muchas ventajas: mirás llover y no te mojás; no hay abejas molestosas y el Sol no te quema).
Me gusta creerme una sala comiteca. Cuelgo todas las fotos familiares sobre mis paredes. Las fotos de mis papás las cuelgo en la pared cercana a mi corazón; la foto, en sepia, del tío Carlos la coloco cerca de la puerta de salida.
Me gusta imaginarme sala. Dependiendo de quien llega a verme coloco en la puerta de entrada uno u otro cartel: si es afecto cuelgo el que dice: “Mi casa es tu casa. Bienvenido”. Si es un compa pesado o un extraño, cuelgo el otro: “Cuidado con el perro bravo. No está vacunado contra la rabia”.
Sólo una vez jugué a que era oratorio. Llegaron muchas beatas y me ofrendaron flores y veladoras; pero luego se olvidaron de cambiar el agua de los floreros y un hedor de agua estancada y flores podridas me acompañó varios días. El olor era tan desagradable que cuando jugué a ser fachada la gente se cambiaba de acera.
La vez que fui oratorio sólo una muchacha bonita se acercó, la mayoría de visitas -ya te lo dije- fue de mujeres mayores en busca de sosiego espiritual. Cuando la muchacha bonita entró yo estaba iniciando el Padre Nuestro: “Padre Nuestro que estás en los cielos”. La niña se cubrió la cabeza con una mantilla española, se hincó frente a mí y jugó a repetir mi oración, modificándola tantito: “Alex mío, que estás a mi lado”, dijo. Yo seguí: “Santificado sea tu nombre” y ella dijo: “Bienaventurado seas tú, que eres mi hombre”. Yo dudé, pero seguí en intento de que comprendiera que se había equivocado de lugar: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, y ella: “Hágase tu voluntad en mi cuerpo sobre el suelo”. ¡No pude más! Me paré y quise decirle que estaba ofendiendo ese recinto, pero luego me di cuenta que quien estaba confundiendo el juego era yo, así que, de inmediato, cambié el espacio y jugué a ser recámara y todo funcionó a la perfección.
P.d. ¿Nunca has jugado a ser cocina comiteca, de esas de los años cincuentas donde había un fogón enorme para calentar el café y los frijoles; y donde había un horno de leña para hacer pan? ¿Por qué no jugás a ser patio y me invitás a jugar el juego: “¡A que no atrapás al viento!”?