viernes, 30 de octubre de 2009

A PROPÓSITO DE PROPÓSITOS



Panfleto cree en su proyecto. Le ha invertido tiempo y sus pocos ahorros. Hace dos días me invitó a su casa para conocer la Máquina de Propósitos. Más que una máquina del siglo XXI parece una de esas máquinas que inventaba Ciro Peraloca o de esas que aparecían como escenografía futurista en películas de Santo, el enmascarado de plata.
No obstante, Panfleto casi me convence de la bondad de su proyecto. “Nos hemos quedado sin propósitos en la vida”, me dijo, a la hora que me sirvió una taza de té de manzanilla. “A ver, a ver -insistió-. Tú, por ejemplo, ¿qué propósitos tienes?”. Como soy malo para eso de andar respondiendo preguntas de todo tipo, hice tiempo llevándome la taza a la boca. Me quemé. “¡Te quemaste!”, dijo él y yo asentí, mientras sacaba mi lengua y me servía un poco de agua fría. “Sí, te quemaste, porque no sabes qué responder, ¿verdad?” A veces soy muy obvio.
¿Qué propósitos tengo? ¡Ninguno! Vivo al día. Tal vez vivir el instante de la manera más digna sea mi propósito esencial.
“Eso es lo malo”, dijo Panfleto, mientras se levantaba para abrirle la puerta a Sansón, su perro, que es de raza chihuahueña. “Vivimos como perros, porque vivimos sin forjarnos propósitos. Los animales no tienen por qué hacerse propósitos, pero ¿los hombres?” (Chin, pensé, ¡otra pregunta!).
En ese momento volví a tomar un poco de té. Tuve la precaución de soplar para no quemarme.
La Máquina de Propósitos es como una silla de nave espacial. En la parte superior tiene un árbol de cátodos que se conecta al cerebro del “aspirante”. Panfleto dice que funciona mediante la emisión de impulsos electrónicos. Dependiendo de la edad, fortaleza y personalidad del “aspirante”, la máquina proyecta una gráfica en la pantalla. En dicha gráfica aparece, en orden de importancia, los diez propósitos que el tipo debe “hacerse”.
Mi amigo me explicó que la máquina tiene un archivo de más de cien mil propósitos. Reunir tal cantidad le llevó ocho años de investigación. Panfleto es un convencido de que el mundo no se ha acabado gracias a que en siglos pasados la gente tenía propósitos de vida y los cumplía en buen porcentaje.
Como un auténtico investigador, probó su máquina con Sansón. Le conectó los cátodos y echó a andar la máquina. Después de diez o quince minutos, la máquina prendió el foco rojo y arrojó el resultado sobre la pantalla: “Propósitos de Sansón, para los próximos diez años, en orden de prioridad: 1.- Comer; 2.- Dormir; 3.- Coger”. Y ahí acabó la relación. Del cuatro al número diez apareció la palabra Vacío.
“¿Ves?”, me dijo Panfleto y yo tomé otro sorbo de té, rogando a Dios que no me hiciera más preguntas. “El mundo se ha quedado sin propósitos”.
Mientras colocaba un plástico transparente sobre su máquina, mi amigo inventor me invitó para que otra tarde me sometiera a la prueba. Fuimos al jardín, podó algunas ramas y, con un poco de tristeza, me dijo que, hasta el momento, todo mundo se ha burlado de su invención. “Son como perros -dijo- no tienen más propósito en la vida que comer, dormir y coger. Y no necesariamente en ese orden. Conozco muchos que su prioridad parece ser coger y coger, coger y coger”. Y como mi amigo también posee buen humor me dijo esto último cantándolo al ritmo de “El Rey”, de José Alfredo Jiménez.
No sé si su máquina sea el prodigio que Panfleto sueña, pero casi casi me convence de la necesidad de que los hombres tengamos propósitos en la vida, más allá de lo inmediato y de lo que el consumismo nos ha hecho creer.