domingo, 18 de octubre de 2009

CON EL PIE DERECHO


Cuando dieron la noticia me alarmé: "Cierran Luz y Fuerza del Centro". ¡Cierran Chiapas!, pensé. Porque Chiapas es el estado que da Luz y Fuerza al Centro.
Hoy en la mañana, a las cinco, desperté y algo raro se movió en el ambiente. Me vestí, salí a la sala y volví a tener una sensación rara. De pronto entendí: la veladora eléctrica del oratorio no estaba prendida. ¡No había luz!
El otro día Nacho me preguntó qué hago a las cinco de la mañana. "Escribo", respondí (entre otros rollos escribo las Arenillas). Así que hoy no podía hacerlo (no se trata de escribir al amparo de luz de vela, digo, ¡qué siglo XVIII en pleno siglo XXI!). Oriné y regresé a la cama. Desperté a las ocho. Tenía siglos que no dormía tanto.
Los chunches fallan, casi con la misma frecuencia con que fallamos los seres humanos. A las ocho ya había luz y el calentador también estaba prendido. El calentador de casa tiene un temperamento voluble, a veces se apaga cinco minutos después que comenzó a calentar el agua (tal vez el termostato falla).
Y digo que los chunches fallan igual que nosotros porque, no sé ustedes, yo fallo a cada rato. Hace rato, por ejemplo, Paty me dijo que pasaría al patio delantero los pantalones que no se secaron ayer. Dejé de escribir y salí al patio, caminé con dirección a la puerta y al dar el paso número doce sentí como si pisara una nube: ¡mierda de la Tasha!
Los chunches fallan, siempre fallan. Ayer, en la Universidad Mariano N. Ruiz, me quedé sin Internet, justo a la hora en que comentaba con los alumnos las características de los géneros periodísticos. El servicio regresó cinco minutos después sin que yo o alguien hiciera algo.
Estoy acostumbrado a sentarme cuando algún servicio falla. La mayoría de veces todo se arregla de la misma manera en que se desarregló. Tenía una televisión que se apagaba (siempre en el momento más emocionante de la serie) y volvía a funcionar dos o tres minutos después como si nada, como si sólo hubiera ido al baño y regresara tranquila.
Los chunches fallan. Fallan los carros a mitad de carretera; se zafa un tornillo de la bicicleta; se apaga el calentador a la hora menos pensada; se va la luz; el resorte de la pluma brinca y ahí estamos media hora, hincados, buscando debajo del escritorio. Tenemos un último cigarro y un último cerillo. ¡Doble contra sencillo que el cerillo fallará! Tenemos que salir a la calle a comprar una caja de cerillos o un encendedor porque no podemos irnos a la cama sin fumar. Nos ponemos la bata y salimos a la tienda de don Ramón, quien -por fortuna- siempre cierra a las once de la noche. ¡Menos esa noche, porque algo sucedió y está cerrado! Regresamos, buscamos la llave y no la encontramos porque tenemos puesto el pantalón del pijama. Comienza a llover. Los chunches y las personas fallamos. Así es esto.