lunes, 5 de octubre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO UN GLOBO SIN AIRE ES UNA SIMPLE TRIPA



Querida Mariana, cuando oigo la palabra Globalización pienso en la palabra globo, y cuando escucho globo pienso en una esfera. Pero ¡no! La Globalización no tiene forma de esfera, más bien es como un suelo plano.
Ahora, como si el mundo estuviera representado en un mapa antiguo griego, la tierra se ha vuelto plana. Para donde mirés todo lo hallarás plano, uniforme. Como si el mundo de las ideas fuera una planicie desértica sin dunas, sin entretenidas montañas. ¡Qué aburrido!
En Comitán, como en muchos lugares del mundo, ya llegó la Globalización. ¡Pucha, qué chentos nos sentimos! Ayer me encontré con la novedad que a dos cuadras del lugar donde vivo, en la mera esquina, están remodelando una casa donde inaugurarán un Súper de esos que abren las veinticuatro horas (Dios mío, ¿a poco hay gente comprando una Coca a las dos de la mañana? Digo Coca Cola, ya sé que de la otra coca sí hay consumidores a cualquier hora de la madrugada). El Súper está ubicado a media cuadra de la tienda de abarrotes de siempre, donde los vecinos, desde niños, han comprado el pan, la leche y los dulces.
Sé que para vos el impacto de la Globalización no es tan brutal como para mí. Vos, con la mano en la cintura, comés una hamburguesa, porque –digamos- naciste en tiempos donde la comida rápida es el pan nuestro de cada día. Pero, ¿podés imaginar lo que esta comida significa para quienes crecimos comiendo panes compuestos, chalupas, tostadas de tía Petra, cazueleja con temperante de tía Elenita?
Me da una especie de sarpullido cuando entro a Aurrerá. El otro día necesité una cajita de levadura para preparar pan integral. Por desgracia esa cajita no la venden en ningún otro lugar. Bendije a Aurrerá, pero no pude evitar ese escozor cuando el cajero -como si fuera un autómata- me dijo: “¿Encontró todo lo que buscaba? Tenemos recarga de veinte, treinta, cincuenta y cien”. Pobre empleado, lo que me preguntó y me ofreció lo hace con cientos y cientos de clientes, con el mismo tono que quiere ser afectuoso y correcto. Pobre hombre. Pobres clientes.
Nací en otro tiempo y me acostumbré a otro trato. Reconozco lo que me dijiste el otro día: ¡estos son mis tiempos, también! Por esto tomo lo que me corresponde, pero cuando puedo elegir ¡elijo!
Si por necesidad extrema debo entrar a ese Súper, lo haré, aunque me provoque cierto escozor. De lo contrario seguiré prefiriendo los Abarrotes Don Luis. Ahí en donde hay una silla pequeña donde los clientes se pueden sentar sin prisa; ahí en donde doña María Elena me ofreció la otra tarde un poquito de mistela que recién había preparado; ahí donde compré unos tamalitos de chipilín que ofrecí a mi mamá (quien, por cierto, me aseguró estaban muy sabrosos).
El Súper tiene estantes metálicos, todo está en un orden que huele a perfección y a limpio. La tienda de siempre tiene estantes de madera (ya medio apolillados) y tiene un cierto desorden ordenado. La dueña debe mover una caja para encontrar otra donde están los carretes de hilo y las agujas. Muchas veces no hay lo que quiero. A esto también me acostumbré y esto fue una gran lección de vida: ¡no siempre las cosas salen como queremos!
Querida Mariana, odio el orden. Crecí en medio de esas tiendas donde el acomodo no era cosa de uniformidad. Odio los movimientos robóticos. Crecí en medio de tenderos que me conocían, me llamaban por mi nombre y me preguntaban cómo estaban mis papás y, al salir, me decían que les diera sus saludos.
Hoy vivo en medio de la Globalización que, como una de las siete plagas, se está apoderando del mundo. No reniego de estos tiempos. Trato de adaptarme lo mejor posible. Hago uso de los avances tecnológicos y los disfruto, pero cuando puedo elegir, ¡elijo el instante que me recuerda que soy un ser humano! Prefiero mil veces el trato afectuoso de doña María Elena al trato frío de un Súper impecable con cristales limpísimos.
P.d. Y lo mismo me sucede con las librerías. Me gustan más las librerías de viejo, esas donde los libros están botados en el suelo; donde para hallar un título tenés que bucear en ese mar de papel; donde huele a humedad y a viejo. ¿Será que me estoy volviendo un viejo húmedo?