martes, 13 de octubre de 2009

COLABORACIÓN ESPECIAL PARA PALABRA ESCRITA



DE LAJA HA DE SER LA CAMA, DE LAJA LA CABECERA

Hoy el tiempo es vertiginoso. Los Dioses del principio, como tenían todo el tiempo del mundo, se entretenían inventando ciudades. Ahora, medio mundo anda a las carreras por llegar a tiempo a la escuela, a misa, al trabajo, al mercado o a la cita con la novia o con el empresario. La gente medio desayuna, medio come, medio cena porque debe conseguir dinero para comer. Los Dioses, igual que los hombres, ya no tienen tiempo. Por esto ya no inventan ciudades prodigiosas.
En los tiempos cuando el tiempo era una burbuja lenta, los Dioses decidieron crear un pueblo maravilloso. “Se llamará Comitán”, vaticinaron y pusieron manos a la obra. Echaron mano de los materiales a la ídem: zacate, barro, tejamanil, madera de pino y cedro, nubes, piedra bola y lajas. Las nubes las emplearon para adornar los arcos de los corredores, y las piedras y lajas las emplearon para las calles y banquetas.
Cuando el pueblo asomó en el valle y sobre el cerro, la gente y los animales poblaron esa sucursal de El Paraíso. Los constructores hicieron altas las puertas de los zaguanes para el paso de los caballos. Los patrones regresaban de las fincas y entraban con todo y caballo al fondo de la casa, donde estaban las caballerizas. A la casa entraban hombres y animales (esto es lo que sucede, según La Biblia, en todos los espacios que son como El Paraíso).
Pero un día luminoso, lleno de Sol, buganvillas, y frijoles molidos adornados con queso crema y chile de Simojovel, llegó el primer carro. El propietario (quién sabe por qué motivo) le dio un valor desmedido a ese vehículo. Mandó ampliar la puerta de entrada y rompió la banqueta para construir una rampa. Por la tarde de ese día, cientos de personas se reunieron frente a la casa del hacendado rico y vieron cómo el dueño guardaba el carro. Cohetes, marimba y baile sobre la calle llena de juncia acompañaron el histórico acto. Nadie se dio cuenta de que (en mala hora) la banqueta había roto su continuidad. A partir de ese instante, como si fuera la marabunta, cientos de carros llegaron al pueblo. Cada auto demandó la fractura de una banqueta para construir la rampa. Ningún comiteco advirtió que no sólo se fracturaba una simple banqueta, también se fracturaba para siempre un modo de ser. Desde entonces, el espíritu del comiteco está fracturado, y, para seguir en la tónica, ahora hay cientos de comitecos fracturados cada vez que resbalan por las empinadas rampas. Cualquier persona con un mínimo de sentido común reconocería que la lisura de las lajas no es el ideal para hacer una rampa (a menos que se quiera hacer una resbaladilla para disfrute de los niños). He visto (todo mundo lo ha visto) cómo los adultos hacen malabares para sostenerse en pie ante esas resbaladillas. He visto (todo mundo lo ha visto) cómo algunas personas resbalan y se tuercen los pies o sufren alguna rotura de hueso.
Se me hace una injusticia para los habitantes de este maravilloso pueblo. Quienes un día decidieron remodelar el Centro Histórico para rescatar la esencia olvidaron un detalle importante: Cuando los Dioses construyeron Comitán los carros no existían. Esta plaga absurda y necesaria ha desplazado al hombre. Ahora el auto tiene preeminencia. En las esquinas hay letreros que indican que en Comitán el peatón es primero, pero esto es letra muerta, porque en el pleito de pasar uno por uno, cada automovilista se olvida del transeúnte.
No sé qué puede hacerse para evitar esas resbaladillas peligrosas que han fracturado a decenas de comitecos. Pero ¡hay que hacer algo!
El otro día, un compa comiteco que ahora radica en la Costa, me dijo que el Patronato encargado de la remodelación del Centro Histórico olvidó una cosa esencial: Esta ciudad es para que la vivan los comitecos. Uno de los goces de este pueblo es la caminata por sus calles. Ahora este goce se ha convertido en un pesar porque los adultos, sobre todo, deben bajar de la banqueta a cada tramo por lo peligroso de las entradas de los autos. Al bajar se exponen a que un carro los atropelle.
Antes no ocurría esto, porque los dueños de las entradas tenían el cuidado de hacer “morroñosa” la superficie encementada, de tal suerte que no fuera tan resbaladiza. Hoy, esto no es posible porque el reglamento exige que las entradas tengan laja. La laja es como jabón. Ante esto una pregunta es necesaria: ¿Tenemos que caminar por banquetas peligrosas en aras de conservar una tradición? La tradición es importante en la medida que no daña nuestra integridad física y espiritual. Ninguna tradición está por encima del hombre.
Los Dioses crearon este pueblo maravilloso con un solo cometido: Que sus habitantes fueran felices, hasta donde esto es posible.
El INAH, una entidad gubernamental dedicada a la preservación del patrimonio, debe dar una respuesta consciente a esta problemática. Ya que son expertos en ciudades históricas deben presentar una alternativa para la entrada de los autos. Es absurda la exigencia de que las entradas de los autos sean de laja. ¿No es posible que estas resbaladillas se hagan como las rampas para discapacitados que están en la contraesquina del templo de Santo Domingo? ¿No es posible que la exigencia de piedra laja en las rampas se revierta y se coloque un material antiderrapante para seguridad de todos los caminantes comitecos?
Ahora este pueblo parece un homenaje al absurdo. Es como si fuera un museo que debe visitarse desde los autos. Es como si viviéramos en una sucursal de Jurasic Park. No podemos bajar de los autos porque corremos el riesgo de ser atrapados por los dinosaurios rex de estos tiempos: las rampas de laja. ¡Qué absurdo! ¿Por qué no hacen algo las autoridades municipales?



LOS HOMBRES QUE HACEN LOS NOMBRES

Cuando alguien, en el mundo, menciona Aracataca de inmediato pensamos en Gabriel García Márquez. Algo similar ocurre cuando alguien menciona Comitán, ¡pensamos en Rosario Castellanos! Los escritores dan identidad a los pueblos. Su obra los renombra. Rosario Castellanos es la comiteca más conocida en el mundo y es la mujer que más hizo para que el nombre de este pueblo esté en boca de medio mundo. Ella no lo buscó. Los hombres célebres no buscan la celebridad, ésta es la que los persigue como sombra fiel.
Muchos pueblos del mundo valen por uno o dos de sus hombres. ¿Quién hubiese sabido de un lugar de la Mancha si Don Quijote no hubiese salido de ahí? Calcuta es más famosa desde el instante en que una tal Teresa le dio luz.
Los pueblos son sus hombres y mujeres. Tal vez por esto la poeta Mirtha Luz Pérez Robledo parió ese verso tan celebrado que dice: “No soy de Comitán, Comitán es mío”. El pueblo no es nada sin sus moradores. Cada pueblo está hecho con la savia de sus habitantes, con sus modos de ser, con sus sueños, sus anhelos y sus frustraciones.
Comitán está, más que en este pueblo, en el corazón de cada comiteco desperdigado en el mundo. Ahí donde está un hijo de esta tierra está el cielo comiteco lleno de chinchibules y de cenzontles y de tzizimes y de vasos de jocoatol.
¿Comitán de Domínguez? Para efectos oficiales ¡así es! Para efectos de vida y de identidad, Comitán tiene el apellido del hombre y de la mujer que lo lleva entre sus manos.
Por esto, a la usanza antigua, cada uno de los comitecos tiene un nombre propio que se complementa con la región que lo ilumina. Decenas de miles de nombres propios terminan con Comitán. ¿Yo? Alejandro de Comitán. ¿Vos? ¿Rosario, Guadalupe, María, Patricia, Enrique, Caralampio, Carlos, Eugenio, Jorge de Comitán? Sí, así es como nos identificamos ante el mundo, porque Comitán es la tierra que nos nombró desde el principio y ahora nosotros, en acto de reciprocidad, nombramos a nuestro pueblo cada vez que decimos nuestro nombre. ¿Yo? Alejandro de Comitán. ¿Y vos?