jueves, 29 de octubre de 2009

"CON LOS OJOS ABIERTOS"


"Con los ojos abiertos" se llama un libro de entrevistas con Marguerite Yourcenar. No sabía, ayer me enteré, que Marguerite fue la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Francesa. Bueno, ¿qué se puede hacer con una niña que aprendió latín a los diez años de edad y griego clásico a los doce? ¿Qué puede hacer el mundo con una escritora que escribió algo que se llama "Memorias de Adriano", un libro que apenas se abre destella por su casi perfección?
Hoy en la mañana me topé con un comentario de Juan, quien, al parecer, es un paisano que radica en Atlanta (por ahí en la franja amarilla está su comentario) y esto me recordó lo que apenas anoche leí en el libro "Con los ojos abiertos".
Marguerite dice: "El sentido de clase no existe para mí. Al hablar esta mañana con el repartidor que trae la ropa que se manda a la tintorería, no siento ninguna, verdaderamente ninguna diferencia con lo que me hubiera producido en su momento hablar con Churchill. Se trata sólo de un contacto con un ser humano. Algunos son más agradables que otros, pero no por razones de clase, ni siquiera por razones de cultura".
Me pasa lo mismo que la Yourcenar. Mi papá (quien fue un hombre muy chambeador toda su vida y trabajó desde los siete años de edad en una tienda de abarrotes, de la ciudad de San Cristóbal de Las Casas) me enseñó aquella prédica que se menciona frecuentemente: "Nadie es más que tú, ni tú eres más que nadie". Así veo a la vida, al mundo que está frente a mi casa.
Cada hombre vive su circunstancia. Cada mañana, cuando dejo la cama, le pido a Dios me conceda uno de los cinco principios del Reiki: "Que yo trabaje de manera honesta". Voy al Colegio donde laboro de siete y media de la mañana a dos de la tarde y cuando llega el día de quincena me siento satisfecho a la hora que recibo mi paga (modesta pero que alcanza para mi sobrevivencia). En estos últimos tiempos trato de aplicar aquel precepto que dice: "Necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco".
Ya entendí que la riqueza de la vida está puesta en cada piedra, en cada río, en cada bosque y en cada nube que la naturaleza nos concede (Naturaleza es el otro nombre con que nombramos a Dios en lo cotidiano). Y esto ¡esto lo poseemos todos1, a cualquier hora, en cualquier lugar. Basta hacer lo que hizo la gran escritora Marguerite Yourcenar: Vivir "con los ojos abiertos".