domingo, 4 de octubre de 2009

TECHO DE DOS AGUAS


La foto es conocida. Gabriel García Márquez tiene un libro sobre la cabeza. El libro es su novela: “Cien Años de Soledad”, en la primera edición, con la portada de Vicente Rojo. El escritor mira a la cámara fijamente, y con esto nos mira a cada uno de los “mirones”. Es el clásico juego del espejo: el fotógrafo ve al retratado y éste mira a la cámara y con ella el ojo del fotógrafo y con eso también ve al espectador, quien mira al modelo y se pone en el lugar de la cámara y del fotógrafo. Cuando veo la foto imagino que soy el artista que está frente al escritor y veo a éste como un hombre que se refugia debajo de un libro abierto que es como el techo de una casa, de su casa, de Aracataca, de Macondo, del mundo de las palabras que es la palabra que nombra el mundo. El hombre es el mundo y el libro es el hombre y el mundo, el mundo del hombre.
Me gusta la foto porque todo libro es como un techo que resguarda nuestro espíritu que es como nuestra casa.
Es como si de pronto todo estuviera a salvo. Es como si -por ósmosis- el libro lloviera sobre nosotros y comenzara por el lugar donde la lluvia es más placentera, por la cabeza.
El otro día un amigo fotógrafo me pidió hacer una serie de fotografías donde el libro era el tema principal. En una foto me senté sobre una pila de libros; en otra puse un libro entre mis pies desnudos; en una más abracé (hasta donde mis brazos lo permitieron) un bonche de libros. Cuando tuvimos que colocar los libros sobre mi cabeza, como si fuera el perro de Pavlov, de inmediato pensé en la foto de Gabo. Por supuesto que mi amigo y yo desechamos la idea de imitar ese techo que fue como el Monte Everest sobre la cabeza del famoso escritor. Mi amigo colgó el libro por encima de mi cabeza, a manera de mariposa, y yo abrí los brazos como si fuese un moderno Atlas y el mundo no fuera más que una etérea estructura de palabras.