lunes, 26 de octubre de 2009

LA PALABRA PERDIDA Y HALLADA EN UNA SOPA DE LETRAS



El maestro de Literatura, de la Universidad, escribió la pregunta en el pizarrón. Todos los alumnos, incluida Leonora, la escribieron en su computadora personal: “¿Cuál es la palabra que elegirías para tenerla como amuleto?”. El maestro había colocado un CD en el aparato y sonaba una música suave, parecía Beethoven. Afuera, en los campos de la universidad, los estudiantes que ya habían terminado sus cátedras del día, platicaban en pequeños grupos.
Los alumnos de literatura se concentraron en la pregunta. Únicamente Leonora pareció ausente. No que no le interesara el tema, sucedía que ella no necesitaba reflexionar en eso. El día que cumplió ocho años le fue dado el estado de gracia de saber qué palabra la acompañaría para siempre.
Aquella tarde, mamá Tita sirvió la sopa. Con el cucharón de plata sirvió hasta la mitad del plato hondo de cada uno de sus hijos y regresó a la cocina a preparar la ensalada de betabel y berros. Leonora puso la servilleta de tela sobre sus piernas, metió la cuchara adentro de su plato y la llenó de letras. Antes de llevar la cuchara a la boca, la niña leyó una palabra que se había formado. En el comedor sonaba la 5ª. Sinfonía de Beethoven que mamá Tita había puesto en el aparato de la sala.
Leonora no dijo nada de la palabra. Sus dos hermanos, Mario y Arturo, habían regado sobre el mantel algunas letras y se entretenían en formar palabras. La mamá, desde la cocina, los reprendió. Les dijo que tirar la comida era un pecado, que no debían desperdiciar algo, que en África -así lo dijo- niños como ellos, en ese instante, morían de hambre.
Leonora tragó la primera cucharada como quien toma medicina. Volvió a meter la cuchara adentro del plato. Lo hizo con los ojos cerrados para evitar que su mirada hiciera una trampa. Sacó la cuchara rebosante de sopa, abrió los ojos y descubrió, con cierto espanto e incredulidad, que la cuchara tenía la misma palabra de la primera vez. Supo entonces que algo extraño estaba sucediendo, como cuando aparece un arco iris a lo lejos. La música hacía más dramática la escena porque ahora una cascada de violines y trompetas se desparramaba sobre las paredes blanquísimas. Vio el cielo oscuro a través de la ventana. Sus hermanitos habían limpiado el mantel. Ahora los violines sonaban lentos, como si fueran mariposas posándose sobre claveles.
Mamá Tita, sacando la cabeza por el dintel de la puerta, preguntó si ya habían terminado, para servirles la ensalada. Sus hermanitos gritaron ¡sí, sí! Leonora hizo un esfuerzo y volvió a llenar la cuchara, ahora lo hizo con los ojos bien abiertos. Así pudo ver el instante en que las letras, como si estuvieran hechizadas, nadaron como pececitos para volver a formar la palabra. La niña sostuvo la cuchara frente a sus ojos, tratando de retener en su memoria para siempre eso que ella consideró un prodigio.
La mamá llegó y sirvió los berros, jitomates y queso panela. Movió la cabeza de un lado para otro cuando vio que su hija no había terminado la sopa, pero sonrió y la acarició sobre la cabeza porque ¡era su día de cumpleaños!
¿Cuántos hombres -de los millones y millones que han poblado el mundo- han tenido la fortuna de Leonora? La suerte mayor es descubrir la palabra nahual, la que nos acompaña durante la vida. La mayoría de hombres y mujeres van de una a otra, sin la certeza de su vocación. Algunos eligen la palabra “Vida”, pero cuando se dan cuenta que ésta no es nada sin la palabra “Dignidad” reculan y botan aquélla para cobijar ésta. Pero cuando se dan cuenta que la palabra “Dignidad” suena hueca cuando carece de “Humildad” entonces la depositan en el basurero.
Algunos extraviados creen que “su” palabra se las puede dar otro y se la pasan enviando mensajes por el celular en espera de que algún vidente (estilo Walter Mercado) les señale el camino. ¡Qué tontos! La Palabra Madre sólo la pesca quien pone de cebo a su corazón.
Cuando el maestro pidió a sus alumnos la respuesta, Leonora apagó su ordenador, cerró los ojos y, en medio de la música de Beethoven, volvió a pensar en aquella tarde. Tarde prodigiosa, llena de luz.