jueves, 16 de diciembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON MENSAJES

Querida Mariana: el 12 de diciembre de 2021 hubo actividad en el templo de Guadalupe, de Comitán. El año pasado hubo restricciones, este año regresaron las llamadas “antorchas”. Lo mismo sucedió en todas partes del país. La propia Basílica recibió millones de peregrinos en este segundo año de pandemia, con protocolos sanitarios, a puertas cerradas, pero sin impedir las multitudes. Acá en casa escuché los sonidos característicos: las sirenas, los claxonazos, los pinches cuetes (qué gente tan necia, tan sin conciencia. ¿No alcanzan a ver el mensaje? El cuete sube, pero instantes después, a la hora del brutal ladrido de la explosión, se diluye y la vara cae. ¿No descifran el símbolo de su acción? Todo se hace humo. Los creyentes saben que una oración llega directo a la divinidad, el cuete sólo interrumpe la tranquilidad necesaria para la comunicación con lo divino). Dentro de los sonidos que llegaban hasta mí desde la calle estuvieron, ¡por supuesto!, los cantos y porras a la virgen, desde el tradicional “La Guadalupana, la Guadalupana…”, pasando por el “Denme una V, ¡V!, dénme una I, ¡I!, ... ¿qué dice?, ¿qué dice? ...” Pero, por tiempos de pandemia, hubo algunas modificaciones, una de ellas fue la siguiente: “No podemos, sí podemos. No podemos, sí podemos. Sí podemos, sí pudimos, acá estamos”. Y como si fuese canto en el estadio alentando a la selección nacional apareció la idea de “Sí se puede”. A pesar de la pandemia la gente salió e inundó de nuevo las carreteras y retó al destino, no sólo al de los accidentes carreteros (varias noticias dieron cuenta de conductores ebrios que fueron sobre los peregrinos, ocasionando heridos y fallecidos), sino al del probable contagio del Coronavirus. Millones de peregrinos volvieron a salir de sus casas, viajaron, cumplieron sus mandas, pidieron protección y salud, en medio de una burbuja infectada. La razón dictaría que para estar sano lo más recomendable era permanecer en casa y desde ahí celebrar a la Morena del Tepeyac y, desde ahí, pedir su protección, ¡pero no!, la manda exige llegar a un templo, arrodillarse y avanzar así, de rodillas, cargando una imagen de la virgen, para que el sacrificio valga. Si la Guadalupana apareció en lo alto del Tepeyac, ahora, su imagen aparece en lo alto de la combi que traslada a los peregrinos. Otra modificación fue: “Coronamos, a la virgen. Coronamos, nuestra fe”. Los peregrinos no intuyeron tampoco el mensaje enviado, porque, cuando menos en mi mente, apareció la imagen del Coronavirus. En estos tiempos dramáticos no sólo la virgen está coronada, también la sociedad, con una corona brutal. Los peregrinos volvieron a aparecer. Desde casa, como siempre, pedí bendiciones para los viajeros. Abandonaron sus casas por un rato. Pedí que regresaran con salud, que en sus manos y corazones llevaran lo buscado, lo que fueron a pepenar. Sé que algunos ya no volvieron. El destino mete el pie a varios peatones y les cuesta trabajo levantarse. Aparecieron con sus cláxones, bocinazos, sirenas, cantos, alegrías, pesares, plegarias y, ay, Señor, ¡qué necios!, con sus cuetes (turrupes, decía el maestro Bernardo: Tu de tufo, ru de ruidoso y pe de peligroso. El maestro sí sabía advertir los mensajes equivocados que a veces enviamos los mortales). La sociedad movilizada envió, asimismo, su mensaje de esperanza: volvieron a salir, en medio de la pandemia, un poco para decir que la vida sigue a pesar de todo. Ya los científicos explicaron que este virus llegó para quedarse, las personas debemos acostumbrarnos a vivir con este bicho terrible. Pero, lo sabemos, la cultura de nuestro país no admite razones, a veces la sinrazón domina la voluntad y el entendimiento. Posdata: los peregrinos regresaron. Ojalá que todo haya sido para bien, que sus peticiones les sean cumplidas y que sus agradecimientos lleguen hasta el espíritu de su virgen amada.