sábado, 4 de diciembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON RECORRIDO CORTO, PERO INTENSO

Querida Mariana: los sabios recomiendan recorrer con ojos novedosos las ciudades donde radicamos, que no nos gane la niebla de lo cotidiano. No sólo las ciudades deben recorrerse así, también las relaciones interpersonales. A veces caminamos con fastidio. Cualquiera puede pensar: ¿qué de novedoso tiene una calle que recorro a diario? Pues ahí está la gracia, la gracia de la vida. De igual manera, el novio puede pensar: ¿qué de novedoso puede presentarme mi chica, después de una convivencia de cinco o seis años? Los mismos sabios dicen que la novedad no está en lo exterior, sino en la mirada. La recomendación, entonces, es que miremos con ojos novedosos todo lo que nos rodea, que caminemos Comitán como si lo hiciéramos por primera vez. Quienes siguen esta recomendación comienzan a vivir una experiencia maravillosa. Te envío una foto, digamos, común. Quienes viven en Comitán identificarán el rumbo de inmediato. Es como un corredorcito que nos lleva al Mercado Primero de mayo. ¿Querés tomar un atol de granillo? Pues podés recorrer este corredorcito y podés, mientras llegás al mercado, disfrutar el viaje. ¿Recordás el viaje que hicieron Julio Cortázar y Carol Dunlop? Por ahí está el libro que da cuenta de ese memorable viaje: “Los autonautas de la cosmopista”. El viaje que ellos hicieron lo hacen miles y miles de viajeros todos los días. Todos (bueno, con excepción de Julio y Carol) tardan nueve o diez horas en llegar de París a Marsella. Julio y Carol, por decisión, tardaron treinta y tres días en hacer el recorrido. Este viaje rutinario lo convirtieron en una gran aventura. Bueno, esa es la recomendación. Claro, no estoy diciendo que tardemos treinta y tres días en llegar al mercado desde el parque central. ¡Pucha! ¡No! Lo que digo es que no nos apresuremos. ¿Tenés antojo de un vasito de atol? Como decía el comercial de una bebida embotellada: ¡hacé más intensa tu sed! Por acá aparece otra recomendación de sabios: no te apresurés en cumplir tu deseo, porque una vez cumplido se hace talco. El deseo del viaje es el mismo de la vida, debe existir por siempre. Muchos visitantes de Comitán alaban la belleza de su cielo. Bueno, vos y yo y todo el mundo, sabemos que el cielo es cambiante, se modifica a cada instante. Por eso es bueno detenerse un momento para apreciarlo, para llenarse de esa bóveda azul, matizada con blancos y grises. ¿Hacemos juntos este breve recorrido? ¿Lo hacemos un poco al estilo que recomiendan los sabios, los que disfrutan los instantes de la vida? Esta fotografía fue tomada al lado del mástil de la bandera, en un altito, esto permitió tener al frente una hermosa postal en perspectiva. Al fondo se ven las montañas discretas que están tendidas en ese lugar, que enmarcan la Ciénega. Bajemos y, en lugar de ir directo al mercado (¡chucha toma atol!), caminemos por el exquisito e histórico Pasaje Morales. Los Pasajes son espacios sensacionales para los peatones, para los viajeros. A mí me encanta la idea de abrir un espacio que te conduce del punto A al punto B. Acá entramos por las puertas que dan al parque central y salimos por las puertas que dan a la calle donde está una de las casas que habitó Rosario Castellanos. El nombre del Pasaje, ya lo platicamos una vez, se debe al apellido paterno de su propietario: Morales. El dueño de ese espacio ya falleció, pero su apellido sigue siendo nombrado por cientos de personas que caminan por ahí. Los locales del Pasaje también ya cambiaron de dueño. En un inicio, los locales comerciales de hoy fueron viviendas. Siempre que camino por ahí (lo hacía con frecuencia antes de la pandemia) recuerdo instantes de mi vida, porque cuando fue derruida la manzana donde, entre muchos otros negocios, estaba el de mi mamá, la tienda de estambres se pasó a uno de los locales del Pasaje. A mí me encantaba estar en el negocio de mi mamá, pararme en la entrada y mirar todo el movimiento de vida que se generaba en ese espacio. Ya te conté que en una ocasión vi al poeta Jaime Sabines y me acerqué a saludarlo y a darle un ejemplar de “Ensayos”, semanario que yo dirigía en los años ochenta. A lo lejos recuerdo que don Jaime, al ver el periódico comentó que era bueno hacer esos intentos de comunicación, se despidió y lo vi caminar con rumbo a la salida donde está la casa que habitó su amiga Rosario. Lleguemos al final del Pasaje y regresemos al punto de partida, veamos los aparadores de San Marcos, siempre bien presentados, miremos la amplitud del negocio que ha vestido con dignidad a miles de comitecos. Bajemos otros escalones y veamos un negocio de artesanías y luego los restaurantes donde los viajeros y los de casa llegan a tomar una cerveza, un café o un rico desayuno. En este espacio el corredorcito se reduce, como se reducen las plazas de las ciudades europeas cuando los restauranteros colocan mesas, sillas y parasoles en los cafés al aire libre. Estas mesas permiten que las personas disfruten la ciudad en un espacio abierto. Quien busca intimidad prefiere los espacios interiores de los restaurantes, pero quienes buscan tener cercanía con lo cotidiano, con todo lo que se mueve en el exterior disfrutan mucho estas mesas con sombrillas. Justo enfrente de estas sombrillas están los puestos donde, de manera informal, hay venta de atol, pozol, empanadas, taquitos dorados, chalupas, tortas y tamalitos. Los comensales de estos puestos piden una orden de tacos y un pozol y se sientan en las bancas del parque. Hay una división dictada por varios factores, entre ellos el económico, tanto de los que atienden los puestos y restaurantes como de los comensales. Los inversionistas de los restaurantes pagan renta, empleados, impuestos; quienes venden en forma informal no tienen esos gastos; por eso, quienes desayunan en el restaurante destinan más paga que quienes lo hacen en el parque, donde no hay sillas especiales ni parasoles; los comensales de los puestos (no callejeros sino parqueros) disfrutan su comida sentados bajo la sombra exquisita de los árboles. Este corredorcito tiene dos esculturas, realizadas en los simposios que organizó nuestro escultor comiteco, Luis Aguilar Castañeda. Debemos detenernos un instante para admirar esas obras en acero inoxidable, es parte del legado artístico que posee nuestra ciudad. Nos detengamos tantito y nos embelesemos con la armonía de las fachadas que tienen las casas de este corredorcito. En la mera esquina hay una casa de dos plantas que es muy bella, que tiene más de cien años. El parque central está forrado con piedra laja, material característico de la región. Como acá no hay subidas ni bajadas el paseo es disfrutable. A veces, la caminata se jode cuando nuestro pie pisa un espacio donde el fragmento de laja ya se quebró y no fue reparado. De ahí en fuera, el paseo es muy disfrutable. Acá se logra ver la serie de escalinatas que dan acceso a la parte superior del parque. Esto recuerda la estructura de las pirámides de la zona maya. ¡Claro!, en chiquito, porque los antepasados mayas hicieron construcciones monumentales. ¿Mirás qué bonito recorrido? En lugar de caminar en forma apresurada, imprimimos novedad a nuestra mirada y el recorrido se convirtió en algo agradable. Como el antojo fue de atol de granillo cruzamos la calle y comenzamos a bajar. Acá sí hay que detenerse en forma total para apreciar el entorno y luego continuar. No es recomendable caminar mientras, según la tía Alicia, vamos “bobeando”, porque la laja sí les mete el pie a los peatones y, en muchos casos, les provoca lesiones. ¡No! Dios no lo permita. Caminemos con cuidado, hagamos el recorrido que hizo Rosario Castellanos, siendo niña, y que narra en su famosa novela “Balún Canán”. En esta calle hallamos a las canasteras, quienes, dependiendo de la temporada, nos ofrecerán diversas verduras, frutos y flores. Cuando Rosario bajó por esta calle, de la mano de su nana, vio a “…indias que tejen pichulej, sentadas en el suelo…”. Ahora los peatones encontramos a mujeres que venden chayotes hervidos o cacahuates dorados en comal (las riquísimas manías), o una mujer que vende veneno para ratas, para cucarachas. Posdata: y llegamos, nos abrimos paso en medio de la gente que entra o sale y llegamos al puesto donde están colocadas las ollas de peltre. Una panzuda tiene atol de granillo y la otra contiene jocoatol, el exquisito atol agrio. La muchacha bonita que atiende mete el cucharón en la olla de atol de granillo, lo mueve, saca la dosis precisa de líquido y granos y, desde una altura, suelta con precisión el contenido. En ese movimiento está contenido todo lo que hemos platicado en esta carta: la novedad del instante, del mundo, de la vida. Debemos apreciar cada instante. La vida sólo es eso. La vida es un momento. Apenas ayer era un jovenazo de dieciocho, hoy soy un viejazo de sesenta y cuatro años de edad. ¡Salud, querida mía! ¡Salud!