jueves, 9 de diciembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON PLATOS

Querida Mariana: lavé platos y vi este sello: LOFISA. Sé que estás sorprendida por confesar que lavé platos; deberías sorprenderte porque observé el sello. Millones de hombres en el mundo ¡lavamos trastes! Muchos de los paisanos que pasan a USA en busca del sueño son contratados para lavar losa en restaurantes. Los amigos de USA saben que los mexicanos somos excelentes lava platos. Terminamos con el estómago todo mojado; terminamos con la mitad de la vajilla, porque se nos resbala el plato enjabonado o a la hora de secarlos, pero cumplimos la encomienda. Así que no le hagás caso a lo primero, sí a lo segundo. El sello del plato indica que fue fabricado en LOFISA, en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, México. Esta fábrica de chunches de cerámica ya no existe. Fue una marca famosa en los años setenta del siglo pasado, sus productos eran de calidad. Me dio gusto hallar un sello con la marca de México. ¿Ahora? ¡Dios mío! Cualquier chunche que tomo tiene el sello de Made in China o Made in Taiwán. Sé dónde queda China, porque de niño recorrí la ruta que siguió Marco Polo, pero, la verdad, no sé dónde queda Taiwán; tal vez anda por el rumbo. Cuando sentí la alegría de tener en mis manos algo hecho en México recordé que, no sé si desde siempre, pero antes procurábamos lo que ahora sigue imperando: preferir lo extranjero por encima de lo nacional. Sólo que antes había una razón de peso: lo extranjero garantizaba calidad. Acá en Comitán muchos paisanos compraban vajillas japonesas. Todo mundo conocía a algunas vecinas que, en el interior de sus casas, vendían vajillas de contrabando (de fayuca). Ellas tenían a sus proveedores que iban a la Mesilla a comprarlos y tenían rutas para pasar el contrabando sin problema alguno, casi casi en las narices de los celadores. Recuerdo que las tazas eran una genialidad, porque en el fondo tenían el relieve de una geisha que podía verse al poner la taza a contraluz (claro, cuando la taza estaba llena de café nada se veía); además, las tazas eran de una factura delicadísima, la delgada porcelana parecía hecha con papel de arroz. Nada que ver con esas tazas que son pesadas y que usan las mujeres para aventar a la cabeza de los maridos irresponsables. ¿Imaginás la belleza de esas tazas japonesas? Tenían cinito incluido, las ponías a contraluz y en sus culitos aparecía geishas. ¡Pucha! Las videntes no las empleaban para leer el poso del café, porque la figura genial influía en el destino. Pero no sólo chunches japoneses vendían en La Línea (frontera con Guatemala), también había enseres chinos (sí, chinos, que garantizaban perdurabilidad, no como ahora que todo es desechable, plástico, que no parecen hechos con papel de arroz sino con papel higiénico), y, sobre todo, franceses. ¡Ah!, los comitecos fifís en lugar de decir sí decían ¡oui, oui! En las salas de residencias más popof hallabas candiles franceses. Lo extranjero garantizaba calidad. Hubo una ocasión en que un inversionista mexicano se aventó a la aventura de fabricar televisores. ¿Cómo le fue? La respuesta me la darás vos. Si ahora te doy a elegir (iba a decir escoger, pero la palabra suena un poco alburera) entre un celular fabricado en Japón y otro fabricado en México, ¿cuál elegirías? En los años sesenta hubo un comercial que decía lo siguiente: “¿Sigue usted creyendo que Borgward no está totalmente fabricado en México, por mexicanos, con capital mexicano, sólo porque está excepcionalmente bien hecho?” Borgward era la marca de un auto mexicano (no sonaba muy mexicano. En realidad, el apellido era alemán, pero la empresa sí era mexicana). Pero lo mismo, si a alguien le daban a elegir entre un Borgward o un Chevrolet, la respuesta era inmediata. Malinchistas, así les dicen a quienes prefieren lo extranjero y desprecian lo nacional. El comportamiento se justifica cuando la calidad es el punto que define. Pero, ahora, por ejemplo, ¿quién puede decir que lo chino es de mejor calidad que lo mexicano? Posdata: el otro día compré un juego de tazas de cristal. Me gustó el diseño. Cada una de las tazas tenía un color diferente. Después de la primera lavada noté que la pintura se caía. ¡Dios de mi vida! Pensé que el color del cristal era característica inherente, como los chunches de cristal que don Enrique Constantino daba a quienes ganaban la lotería: chunches provenientes de Murano, isla vecina de Vecina. Tiré las tazas a la basura. Por eso, cuando vi el sello del plato hecho en Guadalajara, Jalisco, sentí un viento fresco. Supe que el lema de “Lo hecho en México está bien hecho”, sí se aplica en muchos y gozosos casos. El equipo que hace ARENILLA-Revista tiene como lema: “Lo hacemos a la comiteca; es decir, ¡bien hecho!”