viernes, 3 de diciembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN PERSONAJE MARAVILLOSO

Querida Mariana: ¿quién manda telegramas en estos tiempos de tuits? En los años setenta mi papá enviaba mi mensualidad a través de un giro telegráfico; cuando se casaron mis papás, en los años cincuenta, recibieron muchos telegramas de felicitación. Los tuits son los nietos de los telegramas, porque la gente enviaba mensajes de diez palabras. Era un ejercicio sensacional de síntesis. Se enviaban telegramas para avisar cualquier situación: envío de mercancía, boda del hijo, cumpleaños del abuelo, nacimiento del nieto, huida de la hija, fallecimiento de la tía, cárcel para el hijo, embarazo no deseado… Los telegramas eran un medio eficaz para comunicar noticias. Conocí a varias personas que trabajaron en la oficina de telégrafos, acá en Comitán: mi tío Gil González, mi primo Óscar Bermúdez, don Polo Leal y don Tito Caballero. Estos nombres, más lo que se sumen en la memoria de los comitecos, forman parte importante de la historia de los medios de comunicación del pueblo. Hay muchas historias pendientes. Don Tito fue un personaje que repartió muchos telegramas, llevó buenas y malas noticias, en mensajes con diez palabras. Digo que redactar un texto para telegrama era un gran ejercicio de síntesis. A ver, querida mía, ¿cómo avisás que irás a Guadalajara a un diplomado de cine, avisando el transporte, día y hora de llegada, más saludos de tu mamá y una recomendación de tu papá en diez palabras? Se trataba de aprovechar el mensaje y decir lo esencial en ese número reducido de palabras. El documento que anexo es histórico, porque acá, don Tito no fue mensajero, sino el remitente, en su calidad de Oficial Administrativo “P”. Algún compañero envió el telegrama redactado por don Tito, el 29 de marzo de 1969. Los mensajes eran enviados a través del Código Morse, una serie de signos que, mediante impulsos eléctricos, eran descifrados en otra oficina. En este caso, el mensaje de don Tito fue enviado a la Mesa de Prestaciones, de la Oficina de Personal, de la Dirección General de Telégrafos, y el mensaje fue puntual: “…ruego (a) esa Superioridad tramitar si es posible mi baja (a) partir día primero (de) abril próximo por jubilación concedida…” Acá mirás que este telegrama tuvo 28 palabras. Ya dije que la mayoría contenía diez palabras, quien enviaba mensajes con más palabras debía pagar el excedente. ¡Claro!, como don Tito era de casa podía enviar más palabras sin costo, sobre todo por tratarse de un acto tan importante: su merecida jubilación. En el archivo personal de don Tito aparece un documento enviado por el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado donde le notifican a don Augusto Caballero García que su pensión ha sido concedida, después de haber comprobado sus derechos de acuerdo con la ley. El sello tiene la fecha del 2 de junio de 1969. Uno intuye que esa mañana fue día de fiesta. Don Tito ya podía caminar por las calles de Comitán sin necesidad de seguir una ruta para entregar telegramas; además, podía dedicarse a practicar una de sus actividades favoritas: la caza. Don Tito fue integrante del mítico Club de Caza, Tiro y Pesca Junchavín, cuya sede estaba en la avenida 19, número 70, de esta ciudad. Pero don Tito no sólo recorrió las calles de Comitán, hubo un tiempo que fue destinado a reparar las líneas de telégrafos, porque en ese tiempo no había señales satelitales. Los impulsos eléctricos eran enviados a otra oficina a través de cables. ¿Has visto alguna película o leído una novela o un cuento donde, en tiempos de la revolución, cortaban las líneas para interrumpir la comunicación? Bueno, en tiempos después de la revolución también hubo cortes en las líneas, por algún fenómeno atmosférico o porque algún gañán hacía travesuras. Don Tito tuvo la encomienda de recorrer rutas para detectar el lugar donde estaba el corte y volver a hacer la conexión. ¡Ah, qué tiempos! Don Tito fue un comiteco ejemplar de esos tiempos. Su labor fue esencial para que Comitán recibiera y mandara mensajes telegráficos. Dije que cuando estudiaba en la Ciudad de México mi papá me enviaba giros telegráficos. Un mensajero de Telégrafos (como don Tito) llegaba a la casa y me entregaba el ansiado giro, de inmediato sacaba mi credencial de identificación, iba a la oficina y ahí cobraba el giro, con eso ya tenía para pagar el hospedaje, comprar algún libro, tomar unas cervezas e ir al cine. ¡Bendito Dios! Las cartas tardaban mucho en llegar, los telegramas eran más rápidos. El hábil telegrafista comiteco maniobraba un chunche especial para mandar las palabras a través del código Morse y el mensaje lo recibía otro hábil telegrafista en la Ciudad de México, lo pasaban en máquina mecánica a un papelito semejante a éste y el mensajero subía a la bicicleta y los repartía en la colonia. Miles de telegrafistas en el país. Uno de ellos fue don Tito Caballero, quien vivió en el barrio de San Sebastián.