miércoles, 15 de diciembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON PALABRA LLENA DE AROMA

Querida Mariana: Marisol se acordó de la alacena en casa de la abuela. Entrábamos al comedor, abríamos la alacena y una serie de aromas aparecía. Recuerdo el aroma de la canela, como ave volaba por todas partes y se posaba en la mesa con mantel blanco bordado en crochet. En la alacena, la abuela guardaba esencias en pomos, cajitas metálicas y bolsas. Por encima de ese tachilgüil de aromas el olor de la canela siempre brincó a mi nariz. Como si fuese personaje de novela de Proust, cuando pedía arroz con leche y le agregaban canela en polvo, recordaba a la abuela, la alacena, la casa con sus corredores y patio iluminado. ¿Huelen las palabras? Podemos decir que sí. Cada palabra que nombra una esencia lleva el aroma de lo enunciado. Digo azahar y aparece el árbol de limón del sitio y el ácido me hace salivar. Así con cada uno de los términos que, como frutos, penden del árbol de esencias maravillosas. Es simpático este árbol de palabras, porque, como injerto de diccionario, contiene todas las esencias con aroma, desde la albahaca hasta la caca. Perdón, pero así es. En el Paraíso aparece el Árbol del Bien y del Mal, lo que es lo mismo que decir que hay frutos luminosos y frutos oscuros, hojas de menta y hojas de vómito. ¡Ya, ya! Tenés razón, ya cambio de ruta. Lo hice sólo para que mirés que cada palabra tiene aroma. Cada palabra activa el aroma que designa, no hay revoltura. Jamás alguien confunde el aroma del café con panela con el aroma del pipí. En la cocina del espíritu humano el humo de una palabra pasa al lado de otro sin mezclarse. Marisol recuerda más aromas de la alacena: jengibre, clavo de olor, tomillo, hierbabuena, laurel, orégano y romero (esto me hace sonreír, porque Marisol, por su mamá, tiene el apellido Romero. Siempre juego con ella y le digo que estaba encerrada en la alacena y al abrir la sacaba de ese encierro). Marisol dice que está hecha de aromas, con los aromas de sus amados (dos, nada más), de sus sobrinos (dos, también), de las casas donde ha vivido (muchas), de las escuelas, de los parques, de las ciudades visitadas (nunca olvida el olor de Benarés, en la India, ni el de los canales de Venecia). Conmigo no sucede tal cosa, pero sí reconozco que hay aromas que me han formado, que me siguen formando. Si huelen los chunches que designamos también huelen las cosas nombradas. Sí, Marisol tiene razón, las casas donde he vivido han tenido aromas diferentes. Uno de los aromas que me persiguen (por fortuna) es el que había en el Cine Comitán después que lavaban el piso y los espectadores entrábamos a buscar asiento. El piso era de cemento (lo recuerdo rojo, igual que el color de las butacas), así que los empleados lo barrían y luego le pasaban un trapeador con algún líquido desinfectante, pero en dosis tan bien concentradas que nunca era molesto, al contrario, era como una bienvenida húmeda y cálida a la vez. Ese aroma jamás volví a recibirlo. Antes de la pandemia, mi Paty y yo íbamos casi todos los domingos al cine en alguna sala de Cinépolis, el piso de éstas está alfombrado. A veces el aroma tenía una humedad que me recordaba a una colonia de miles y miles de ácaros zambulléndose con alegría. Por ahí dicen que el olor a tierra mojada tiene un nombre especial. Algún día inventaré una palabra para nombrar el aroma que tenía el Cine Comitán a la hora que abría sus puertas. Ya después el aroma se confundía, en ese tiempo no existía restricción para fumadores, muchos cinéfilos entraban y prendían sus cigarros, este humo modificaba la burbuja que nos había recibido, y se agregaba a los efluvios de los perfumes que usaban las mujeres. Al inicio de la película entraba un mocito de la cafetería ofreciendo órdenes de tacos y panes compuestos, estos aromas se unían a todos los demás, incluido el de las tortas de pierna que comprábamos en la cafetería July, que estaba frente al cine (a mi papá le encantaban estas tortas, a veces, a la hora del Intermedio pedíamos permiso al señor que recibía los boletos y salíamos a comprar esas tortas exquisitas (aún las venden por el rumbo del Estadio Municipal, frente al local El Viajero II). Posdata: las palabras tienen aroma. No es lo mismo pronunciar Martha que Mariana, comienzan con la m (de muchas palabras, desde las sublimes hasta las perversas), pero cada M de estos nombres huelen diferente. El amado de Martha sabe que este nombre tiene un aroma único, de bosque, de incienso. Sé que el nombre de Mariana tiene un aroma especial, un aroma exquisito que, como canario, está parado en la jaula del corazón de tu novio; y un aroma a línea con color sepia que pinta sobre el cuaderno sin raya de mi espíritu. No es lo mismo clavo de olor que olor a clavo.