miércoles, 8 de diciembre de 2021

CARTA A MARIANA, CON SONIDOS

Querida Mariana: vivimos rodeados de sonidos. A veces no enciendo la televisión ni la radio. Dejo que los sonidos de casa me llenen. Como me levanto a las cuatro los sonidos se intensifican. La madrugada es como una caja de resonancia. Escucho el segundero del reloj, mis dedos sobre las teclas de la computadora. Escucho, en madrugada, el goteo de la llovizna sobre una cubeta boca abajo. Escucho una motocicleta que pasa veloz, tráileres en el bulevar. A veces, en madrugada, algún grito lejano, un rítmico golpeteo de algún aparato de sonido distante. Pienso en los vecinos que están cerca de ese nacedero de ruido a las dos de la mañana. ¡Dios mío! A las seis en punto pasa el campanero de la basura frente a la casa. Ahora, porque se acerca el festejo a la Virgen de Guadalupe, a las seis y media escucho el primer repique para misa en el templo a dos cuadras de la casa. En la Ciudad de México no abrirán la Basílica el 10, 11 y 12 de diciembre, para evitar contagios. ¿Qué sucederá en Comitán? No lo sé. Lo que sí sé es que ya volvieron los cuetes en la mañana y en la tarde. El otro día escuché el canto: “La Guadalupana, la Guadalupana…” El sábado 4, a las doce del día, el templo estaba abierto. Estoy pendiente de los sonidos de afuera y de adentro. Sé que cada vez que respiro aparece un sonido cuando llega el aire a mis pulmones. La mayoría de sonidos son intermitentes. Al cuarto para las siete aparece de nuevo el repique del templo, son toques repetidos sobre una pequeña campana. El tan tan es insistente, luego hay una pausa, un toque, otra pausa, y el siguiente toque. Fue el segundo repique. A veces escucho los pasos de alguien que camina apresurado en la calle, tal vez alguna mujer que va rumbo al templo. No lo sé. Los sonidos de cuatro a siete de la mañana son escasos, espaciados. Puedo reconocerlos. Más tarde es imposible distinguirlos, porque la mezcla ya impide separarlos. Más tarde, todos los sonidos entran a una licuadora y el movimiento es vertiginoso. De cuatro a siete reconozco que los sonidos de afuera van de paso: motocicletas, autos, tráileres, gritos, pasos, música y demás. Hay un sonido en casa que no cesa: el del segundero del reloj que está en la sala. El sonido del segundero es permanente (si se termina avisa que debo cambiar la pila. Procuro que sea Duracell para que tarde mucho tiempo). No logro escuchar el sonido de mi corazón, pero sé que es permanente como el del reloj. Un día (nadie sabe cuándo) el sonido del corazón cesa y no hay Duracell que pueda regresarlo a la vida. A veces escucho un grillo o uno de esos animalitos que se llaman geckos (en casa hay más de dos). A las siete escucho el rasguño del gatito sobre la puerta de su “recámara”. Avisa que ya quiere salir, que ya terminó las croquetas que mi Paty le deja todas las noches, que hay que cambiarle el agua, limpiarle la bandeja de su arenero (con arena mojada y caca) y darle más croquetas. Los sonidos de cuatro a siete caminan solos (como muchos peatones en madrugada). Más tarde comienza el tachilgüil sonoro, se mezclan los sonidos de decenas de autos, autobuses, motocicletas, triciclos, cortinas de negocios, taladros, martilleos, gritos, carreras, música diversa, anuncios en altoparlantes (“acá están sus chicharroncitos calientes. Los vamos a esperar”). Los oídos son generosos, soportan aludes de sonidos, avalanchas ingratas, marejadas sin consideración. Los sonidos de Comitán son menos intensos que los de Tuxtla y más benignos que los de la Ciudad de México, ¡gracias a Dios! Hay sonidos gratos y otros ingratos. No todo mundo coincide en gustos. Me gusta la música clásica. Mi sobrina Pau descubrió el rock pesado, su mamá le exige que siempre escuche con audífonos. No siempre podemos llevar audífonos. Sería maravilloso poder hacerlo, así sólo escucharíamos lo que deseamos. ¡Es imposible! A veces pienso que soy perro, porque me molesta la cohetería. Sigo sin entender la existencia de tal alarde sonoro. En la escuela primaria aprendí que los chinos inventaron la pólvora, por eso ellos son maravillosos artesanos de pirotecnia. Los chinos son geniales. Algunas teorías dicen que fueron ellos los que “inventaron” el virus que ahora trae de cabeza a medio mundo. Esta pandemia también nos provoca mucho “ruido”, no permite que escuchemos con precisión los sonidos de nuestro espíritu. Hay mucha interferencia, mucha contaminación auditiva. Posdata: a las siete también aparecen cantos de un pájaro cercano y a veces el sonido del aleteo de un colibrí. El tercer repique del templo: tan tan tan tan tan tan… pausa, un toque; pausa, otro toque; pausa, uno más, y en el templo aparecen otros sonidos. Me gusta entrar a los templos cuando el silencio es la única vela prendida.