domingo, 31 de julio de 2022
POR ENCIMA DEL SUELO
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como un río, y mujeres que son como un cielo.
La mujer cielo posee el don de la ubicuidad, está en todo lugar a todas horas. Es un don divino. No todo mundo lo aprecia.
La mujer cielo, en ocasiones, tiene un color azulísimo brillante; en otros instantes se llena de nubes, algunas blanquísimas, otras grises como si fueran osos canadienses.
No todo mundo la reconoce como mujer excepcional, dueña del misterio del universo, puerta hacia la amplitud de las galaxias; porque no todo mundo acepta a mujeres que están acostumbradas a estar sin los pies en la tierra, a platicar con las estrellas y con los cometas.
Todo mundo la ve; para admirarla es necesario mirar hacia arriba; por lo regular, los seres humanos son felices viendo hacia el suelo.
La mujer cielo es un puente de hamaca celestial, une dos orillas, en apariencia irreconciliables: lo inferior y superior. Ella se alimenta con el agua cuando se vuelve vapor y del aire cuando vuela como cóndor.
Cuando era niña no caminaba, siempre lo hacía a brincos, esto le otorgaba el instante sublime del cuerpo que levita; se acostumbró a estar en el aire, a ser espíritu del pétalo, rosa sin espina.
Como siempre está en lo alto, sus deseos jamás duermen en el suelo, siempre buscan la inocencia de la nube, la temperatura del sol, la esencia de la niebla.
No tiene diques, no tiene fronteras, su cuerpo y espíritu se mueven con libertad total, como si la vida no fuera más que un infinito mar, que besa la playa, pero regresa a su origen.
No necesita lámparas en su cuarto, le basta su alma de luciérnaga para iluminar las paredes, el buró, el clóset y cada una de las parcelas del cuerpo de su amado.
Encuentra el sentido de su existencia con sólo cerrar los ojos; por eso su mirada es como de viajero que regresa después de estar en muchos países, durante mucho tiempo.
Le gusta ser admirada y ella, a su vez, admira a las personas que siempre sueñan con llegar a conquistar la cima del Everest o del Pococatépetl. No obstante, le encantan las pequeñas cosas de la tierra, las que le entrega la naturaleza y las que son producto del genio del ser humano. Le gusta ir al mar, subir a los muros de piedra que funcionan como diques y caminar sobre esos breves caminos que son el límite entre la tierra y el agua. Le gusta, como equilibrista divino, caminar por franjas que son división entre uno y otro territorio. Disfruta tocar las humedades de la piedra, sentir la suavidad del moho, de esas manos diminutas que acarician la piedra, desde hace siglos. Le gusta todo lo que huele a viejo, porque esto significa que las cosas tienen historia, que han vivido, que han servido.
La mujer cielo tiene el cabello juguetón, como de niña que brinca la cuerda, que sonríe en cada paso, que es como un potro que cabalga en la burbuja donde el viento abre sus labios y sopla. Si llueve no le disgusta usar un saco impermeable, eso sí, debe ser de color amarillo, para que se note, porque le molesta pasar desapercibida. Ella les pregunta a todos: ¿cómo es posible que me ignoren? ¿Por qué no levantan la mirada y se llenan con mi azul de sueño? Dice que sólo los ciegos o los agachados son capaces de ignorar su grandeza. Por eso invita a todo mundo a salir de sus encierros, a ir al parque, a la montaña, a los museos, porque en muchos cuadros impresionistas ella aparece imponente, infinita, eterna.
Sabe que sólo un gran artista plástico la inmortalizó: Van Gogh. Los cielos que él pintó no retrataron su físico sino su alma. Ahí está ella, increíble cuerpo en movimiento, como si nadara en su propio mar, como si se meciera en su propio aire.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como huellas en la arena, y mujeres que son como huellas en el agua.
sábado, 30 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON COMITECOS DE EXCELENCIA
Querida Mariana: en el libro de la historia aparecen impresos los nombres de dos destacados médicos comitecos: Belisario Domínguez Palencia y Roberto Gómez Alfaro.
El día de ayer me enteré que el doctor Roberto Gómez Alfaro ha sido propuesto para recibir la Medalla Belisario Domínguez, que otorga el Senado de la República.
¡Ah, qué alegría! El pueblo de Comitán reconoce el legado de ambos personajes maravillosos.
La entrega de la medalla, como todos los reconocimientos del mundo, ha tenido instantes planos y momentos luminosos. Uno de estos momentos brillantes fue cuando, en el año 1963, la medalla le fue otorgada a María Hernández Zarco, quien fue la mujer que tuvo el valor de imprimir el discurso del héroe comiteco. En 1956, el pintor Gerardo Murillo, el famoso doctor Atl, fue reconocido. Recordá que la historia del doctor Atl tiene cercanía con nuestro pueblo, él soñó con una ciudad de las artes y la soñó construida en la zona de Montebello. No logró su sueño, pero él sabía que, en esta tierra, el arte es un maravilloso árbol de esta tierra. En 1971, el doctor Jaime Torres Bodet, quien fue un destacado promotor de la campaña nacional contra el analfabetismo.
Sí, hay nombres que honran la vida y obra de Belisario Domínguez, que dignifican a la medalla que entrega el Senado de la República. En el decreto de creación de la medalla quedó perfectamente establecido el motivo que la inspira: “Se crea la Medalla de Honor Belisario Domínguez, del Senado de la República, para premiar a los hombres y mujeres mexicanos que se hayan distinguido por su ciencia o su virtud en grado eminente, como servidores de nuestra Patria o de la Humanidad”.
¿Mirás? No en todas las ocasiones se ha cumplido con tal encomienda. Hubo casos, por desgracia, en que la medalla fue otorgada a personas que no se distinguieron por su ciencia o su virtud en grado eminente. Pero, en la mayoría de casos, la Medalla sí ha servido para reconocer a servidores de la patria y de la humanidad.
Este sería el caso en el 2022 si el doctor Roberto Gómez Alfaro alcanzara este honor, porque al honrarlo él dignificaría a la presea.
¿Cuántos ciudadanos chiapanecos han sido reconocidos con la Medalla Belisario Domínguez? En 1984, la recibió Salomón González Blanco, nació en Catazajá; Andrés Serra Rojas la recibió en 1989, él nació en Pichucalco; el poeta Jaime Sabines Gutiérrez, mero tuxtleco, la recibió en 1994; en 2014 el honor le correspondió al gran escritor Laco Zepeda Ramos, quien, igual que Sabines, nació en la capital chiapaneca; y en 2021, post mortem, la Medalla Belisario Domínguez fue entregada a Manuel Velasco Suárez, quien nació en la prodigiosa ciudad de San Cristóbal de Las Casas. Como mirás, los paisanos han estado ausentes. Si la postulación de este año es considerada en alto grado, el doctor Roberto Gómez Alfaro será el primer ciudadano de Comitán en recibir esta distinción.
En nuestro pueblo hay muchas personas que se distinguen por su virtud en grado eminente y que son servidores de la patria y de la humanidad desde esta pequeña parcela del mundo. La labor que ha realizado el doctor Gómez Alfaro, y que sigue realizando, es de un mérito mayor. ¡Sí, el doctor hace una labor humanitaria que ha continuado los pasos sublimes del héroe comiteco! Todas las biografías del doctor Belisario Domínguez, a la par de sus méritos cívicos, ponderan la labor social que realizó en su consultorio y en su farmacia a favor de los desposeídos. El doctor Gómez Alfaro es hombre de espíritu noble, sirve a hombres y mujeres que están lejos de los servicios médicos. El doctor Gómez Alfaro, hombre desprendido y generoso, siempre ha hecho válido el apotegma: “Si la montaña no va a Mahoma, él va a la montaña”; él, al lado de un grupo valioso de médicos, fue a la montaña a servir, a sembrar esperanza, a dar salud a los más desprotegidos. Miles de personas, de comunidades de montaña, han recibido sus manos hábiles, obteniendo salud, el don más preciado de los seres humanos. Esta labor permanente, concienzuda, la reconoce la sociedad comiteca y las comunidades rurales beneficiadas. Su labor ha honrado el principio ético y supremo de la medicina.
Comitán lo reconoce, así se advierte cuando nos enteramos que el investigador Amín Guillén Flores ofreció una conferencia con el tema: vida y obra del doctor Roberto Gómez Alfaro. ¿Sabés en dónde impartió la conferencia con un lleno impresionante, que obligó a muchas personas a permanecer de pie? En el Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos. Doña Milita (así, con mucho cariño, los comitecos nos referimos a la hija del doctor Belisario Domínguez) fue una mujer cercana al doctor Roberto, ella supo que el doctor Gómez Alfaro poseía el mismo espíritu de servicio que su padre, a tal grado que doña Milita puso en manos del doctor Roberto un ejemplar original de la tesis del doctor Belisario. ¡Qué honor!
Comitán reconoce a uno de sus hijos más preclaros, así se advierte cuando nos enteramos que el viernes 29 de julio, en el auditorio Roberto Cordero Citalán, del Centro Cultural Rosario Castellanos, la comunidad ofreció un homenaje al doctor Gómez Alfaro y, a invitación de la Asociación Médica de Comitán de Domínguez, A. C., Amín Guillén ofreció la conferencia: “Roberto Gómez Alfaro, el doctor de los pobres”.
Honramos su labor generosa, así lo advertimos al enterarnos que la fotógrafa y académica Luz del Alba Belasko entrevistó al doctor Roberto, en su domicilio particular, al lado de su esposa, la artista plástica, Gloria Cruz, para preparar un documental de la vida y obra de quien fue un humanista director del Hospital María Ignacia Gandulfo.
Hoy es turno de que el Senado de la República reconozca a nivel nacional la labor de un paisano del doctor Belisario Domínguez. Diversas ciudades del estado han sido privilegiadas al contar entre sus hijos con recipiendarios de la honrosa distinción. ¿Y Comitán? Ahora es la oportunidad de honrar a cabalidad la gloria eterna del máximo héroe civil de México, orgullo de la patria grande y de la patria chica.
Hoy es el momento en que toda la sociedad comiteca debe unirse y solicitar este reconocimiento. Un amigo hizo favor de pasarme el enlace donde los particulares y todas las asociaciones comitecas pueden firmar la petición para que llegue a manos de la Comisión de Senadores que se encarga de dar el veredicto. Para estar en congruencia con el legado histórico de Belisario Domínguez, la Comisión siempre está presidida por un representante de Chiapas, actualmente es la senadora chiapaneca Sasil de León Villard; y los demás integrantes son los senadores Imelda Castro Castro, Susana Harp Iturribarría, José Ramón Enríquez Herrera, Noé Castañón, Eruviel Ávila Villegas, Manuel Velasco Coello y Nancy De la Sierra Arámburo. Es momento histórico, instante sublime para que la Comisión vuelva la mirada a la tierra de Belisario Domínguez y elija a su paisano, el doctor Roberto Gómez Alfaro, para recibir la Medalla con su nombre. Retomando la excitativa del doctor Domínguez, desde acá, desde su tierra, cuna de la Independencia de Chiapas, decimos: ¡Cumpla con su deber la representación nacional! La patria se salva a través de actos gloriosos, a través del reconocimiento de la labor humanitaria de sus mejores hombres y mujeres; la patria se construye en el trabajo del día a día. El doctor Roberto Gómez Alfaro ha cumplido y le sigue cumpliendo al país, a la humanidad, desde una trinchera humilde, pero sublime.
Posdata: todo mundo de acá debe entrar al enlace y firmar la petición a favor del doctor Gómez Alfaro. Que la Medalla que entrega el Senado de la República, que lleva el nombre de un valioso comiteco se entregue a otro valioso comiteco, quien, como el héroe, ha entregado su conocimiento médico al servicio de los más desprotegidos.
En este enlace puede firmarse la petición: https://www.change.org/p/otorgar-la-medalla-belisario-dominguez-2022-al-dr-roberto-gomez-alfaro?signed=true
En la petición aparece esta síntesis de la labor del doctor Gómez Alfaro:
“El Dr. Roberto Gómez Alfaro, médico humanista y pionero en México de la Medicina social y del modelo de atención "Hospital sin paredes" en el estado de Chiapas, nació el 26 de diciembre de 1939 en Comitán, Chiapas, y en 1966 egresó como médico cirujano de la Universidad Nacional Autónoma de México. Posteriormente se especializó en cirugía general en el Hospital General de la Ciudad de México, y al egresar trabajó dos años y medio en la Clínica 10 del Instituto Mexicano del Seguro Social. De 1975 a 1986 fue Director del Hospital General "María Ignacia Gandulfo" de Comitán, Chiapas. Durante su gestión, implementó y aplicó exitosamente el modelo del "Hospital sin paredes" en la selva lacandona, donde educó en los principios de la salud pública, primeros auxilios y técnicas quirúrgicas a cientos de indígenas, campesinos, e inclusive a refugiados guatemaltecos que huían de la guerra. El Dr. Gómez Alfaro y su grupo de colaboradores proporcionaron a las comunidades cientos de consultas y cirugías, en los quirófanos móviles que introdujo a la selva, eliminando de facto las paredes del hospital. En esos años el Hospital General de Comitán fue un modelo de Medicina social que se esparció a lo largo y ancho de la selva con los cientos de promotores de salud comunitarios, formados por él y su grupo, y que inclusive dieron lugar a la creación del Plan de la Selva y el Plan Tojolobal con reconocimiento académico de la Escuela Superior de Medicina del Instituto Politécnico Nacional. En el año 1989 fundó el Sanatorio Fraternidad en Comitán, Chiapas, desde donde continuó su trabajo en las comunidades de la selva lacandona, y lo extendió a las comunidades de las regiones de la meseta comiteca tojolobal, la Frailesca y las comunidades de la frontera sur de México”.
viernes, 29 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON UNA HISTORIA
Querida Mariana: platiqué con mi amiga María Auxilio Ballinas, excelsa fotógrafa chiapaneca, quien radica en Tuxtla Gutiérrez.
Ella compartió muchos recuerdos. Todo fue muy emotivo, pero llamó mi atención el siguiente hecho: ella nació en La Concordia, lugar que quedó inundado, para siempre, cuando llenaron el vaso de la presa Chicoasén. La artista dice que nació en un lugar que ya no existe. ¿Qué sucede en la mente cuando mirás que un espacio que habitaste ha desaparecido?
María Auxilio ha construido el lugar donde nació con dos elementos fundamentales: fotografías antiguas y relatos maternos. Ha hecho un edificio imaginario para dar sostén a su infancia.
Vos y yo nacimos en Comitán, este pueblo es infinito, por fortuna. Nosotros, que seguimos viviendo acá, lo tenemos al alcance de la mano, de nuestro cuerpo, espíritu y memoria.
A finales de los años setenta, una manzana que estaba frente al parque central de Comitán fue derruida. Esta manzana ya no existe. Para traerla al imaginario colectivo hacemos lo mismo que hizo María Auxilio, nos auxiliamos con relatos de mayores y con fotografías antiguas. Los historiadores comitecos hacen el recuento de los locales comerciales y de las residencias existentes (muchos espacios de esa manzana eran dedicados al comercio. La gente de entonces recuerda al restaurante Nevelandia, donde tomaban café, un helado o entraban a jugar billar al fondo del local; o la Proveedora Cultural, donde compraban libros, cuadernos y las famosas revistas de monitos: Tarzán, Tawa, Memín Pingüín, Los súper sabios, Lágrimas y Risas, Hermelinda Linda, Chanoc y muchas más). Los de mi generación sacan algunas fotografías que existen de ese espacio y recuerdan los instantes vividos. No tenemos más que fotografías y testimonios de personas que vivieron ese espacio. Es poco, pero ¡es mucho!
Lo que María Auxilio hace ahora es parte de esa empresa intelectual, con destreza toma fotografías sensacionales de objetos, sitios y rostros de personas para documentar la historia, sabe que la vida tiene la fragilidad del pueblo donde nació, en cualquier momento se inunda, se quiebra, se fractura. Su maravilloso oficio apuesta porque debajo de los ladrillos del edificio colapsado quede, en medio del polvo, una fotografía que recuerde que ahí algo existió.
Su mamá le contó cómo era el pueblo de su nacencia, María Auxilio dice que su mamá, como el abuelo de Gabriel García Márquez, fue una gran narradora, ella, con su memoria prodigiosa y su capacidad innata de contar le dio elementos para que la hija completara huecos. Un día le contó que ella y su esposo fueron compadres de don Raúl Castellanos, medio hermano de Rosario Castellanos. Esta cercanía hizo que una mañana, la mamá de María Auxilio conociera a Rosario, la vio dar vueltas en la rotonda del parque, calzaba unos zapatos blancos, leía un libro que llevaba entre las manos, estaba rapada; había llegado para una consulta médica.
¿Mirás? La mamá de María Auxilio le dio una imagen donde apareció la gran escritora comiteca y María Auxilio, en el Platicatorio, nos compartió esa imagen maravillosa. Sí, sí. Ese recuerdo es del tiempo donde Rosario llegó a su rancho y se rapó totalmente. Rosario contó este suceso, lo que no dijo fue lo que la mamá de María Auxilio contó. Así es como se forma el rompecabezas de la identidad, de la historia de los pueblos.
Lo que María Auxilio contó dio la pauta: los testimonios y las fotografías son piezas fundamentales para la identidad. Sin esos asideros nos vamos al vacío, ignoramos la historia, la vida. Lo que ella hace es un trabajo valioso. Todos los grandes fotógrafos de Chiapas alimentan nuestra cultura, nos otorgan personalidad, nos recuerdan la grandeza de nuestra estirpe.
Posdata: estamos hechos de historias. Cada vez que los muchachos escuchan las historias que cuentan sus abuelos pepenan hilos que conforman el carácter único de los pueblos, por ahí asoman anécdotas y palabras auténticas. De eso estamos hechos.
Mi mamá tuvo su tienda de estambres en una esquina de la manzana derruida, yo pasé muchas tardes en ese espacio. Como María Auxilio digo: estuve en un lugar que ya no existe. Pero no puedo quedarme sin ese espacio que me quitaron, ¡no!, por eso escucho con atención lo que cuentan los de mi generación y mayores y me veo las pocas fotografías que existen de ese espacio. Estuve en un lugar que ya no existe, pero, en parte, existo gracias a ese lugar.
La memoria nos sirve para reconstruirnos. Los testimonios y fotografías son auxiliares inmensos de la memoria.
jueves, 28 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON EL PASO DEL TIEMPO
Querida Mariana: todo mundo habla del paso del tiempo. Uno quisiera que el tiempo caminara, como dice la licenciada Frías, a paso tacuatzero, pero ¡no!, anda con paso de cachinflín, casi vuela. Un día te recostás al lado del regazo de tu mamá y al otro día despertás en cama de un geriátrico.
Mirá qué me hizo el Google photos. Buscaba una fotografía en mi celular cuando apareció esta imagen. De inmediato, cuando vi las dos fotos, pensé en aquellas fotografías de caritas que era costumbre en años pasados. Pero acá, ¡Dios mío!, sin aviso previo, el Google me mandó dos retratos míos, el primero cuando tenía diecisiete años y el segundo ya con sesenta y más, cercano a los setenta. ¡Pucha! Y, no conforme con el susto que me dio, todavía, con mucha alevosía, me preguntó: “¿Es la misma persona o una diferente?” ¿Era burla o qué?
¿Qué responder? A ver, diré, de entrada, que los dos retratos son de la misma persona: Alejandro Benito Molinari Torres, pero responder si soy la misma persona o una diferente ya no es tan simple.
¿Soy la misma persona o una diferente? El de hoy ¿es el mismo que era cuando tenía diecisiete? Casi estuve a punto de decidirme por pinchar en la opción de No lo sé, porque, en realidad, no sé si soy la misma persona o una diferente.
Vos no tenés problema con esta trampita del Google photos, porque vos sos muy joven y este chunche te reconoce sin problema alguno. Los rasgos físicos de tu rostro de quince años tienen pocas modificaciones con tu carita actual.
En mi caso, sí existen muchos cambios físicos. No soy caso único, todas las personas, al paso del tiempo de cachinflín, cambiamos enormidades. La tía Arsenia decía que el tiempo era un pinche tractor que nos pasaba encima.
¿Qué responder? Estuve obligado a decir que sí, que era la misma persona, para que el chunche archivara las dos fotos en una misma carpeta. Sí, en la primera soy estudiante de la prepa en Comitán; y en la segunda soy el Arenillero de Comitán, en edad provecta, ¿mirás qué palabrita me aventé? Para no decir viejo, pero es lo mismo. El chavo de diecisiete no pensaba en vejestorios, estaba en plenitud, iba a las cantinas y bebía cervezas y cubas; iba a restaurantes y comía lenguas en pebre, chicharrón de hebra, longanizas; iba a bailes en el Club de Leones y salía bien bolo; iba a cenadurías y comía pan compuesto, taquitos de cuch y huesos estilo tío Jul, que le servía Tavito. ¿Hoy? El muchacho de diecisiete ya creció y el que ahora soy no bebe más que agua, tés y limonadas sin azúcar; si va a restaurantes sólo come ensaladas con simple aderezo de aceite de oliva y pescado a la plancha o un guiso con carne de soya; no voy a bailes. Lo que era el Club de Leones ahora es un templo cristiano.
Estos retratos míos están en mi teléfono, pero también, me explicó un afecto, están en la nube, ahí, cada uno tiene un terrenito privado. En la nube hay millones de fotografías, de retratos de personas de todo el mundo. El dispositivo compara, aplica el reconocimiento a través de los ojos y dice: como que esta carita se parece a esta carota y pregunta: ¿es la misma persona o una diferente? Es la misma, ah, bueno, gracias, y lo coloca en la misma carpeta. No, es una persona diferente, ah, bien, entonces lo meto en otra carpeta que dice: ¿Alguien lo conoce?
Soy el mismo, eso le dije a Google photos, para que metiera los dos retratos en el mismo costal. Soy yo, sí, cincuenta años después. ¡Dios mío! Pero, ¿cómo? Si apenas ayer estaba sentado en el parque central viejo, el pequeño, el íntimo, el bonito, el afectuoso; apenas ayer tenía mi cabello largo y vestía a la moda de los años setenta. Hoy, ya casi no tengo cabello, ya uso placa dental, me quedé sin dientes, debo usar lentes para leer y ya no digo más.
Posdata: me espantó el celular. De pronto, en la búsqueda de unas fotos me aventó en plena cara esta imagen. Me vi de diecisiete y luego de sesenta y cinco. ¡Dios mío! ¿A qué hora me transformé de tal manera? Es el paso del tiempo, dicen los que saben, es el paso de cachinflín. Cuando tenía diecisiete pensé que la vida tenía pasito tacuatzero. ¡No! La vida no tiene sosiego, camina con pasos apresurados, como si le urgiera hacer el deseo de los niños que ya quieren crecer.
miércoles, 27 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON CELEBRACIÓN
Querida Mariana: en julio de 2022 se graduaron los alumnos de la décima generación de licenciados en Trabajo Social, de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar. La institución que fundó el padre Carlos J. Mandujano, en el ya lejano 1950, con el nivel de primaria, ha crecido mucho, hasta llegar a ofrecer el nivel universitario.
Todas las instituciones del mundo nacen de un sueño, de un ideal. Alguien imagina y activa su voluntad y todos sus afanes. Así nació la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, de un sueño del maestro José Hugo Campos Guillén, actual director general, y del maestro Jorge Gordillo Mandujano, director general emérito. El Colegio ya ofrecía servicios de maternal, preescolar, primaria, secundaria y bachillerato. Había que colocar el siguiente peldaño en esta maravillosa escalera del conocimiento científico y del fortalecimiento de valores humanistas. Y en 2008 el sueño se alcanzó. La primera generación egresó en 2012. ¡Ah, qué grandeza de miras!
Toda institución lícita contribuye al fortalecimiento de la sociedad, pero, todo mundo así lo reconoce, cuando la institución se dedica a educar, la iniciativa es de singular relevancia. La educación es el fin más noble, porque robustece el tejido social, contribuye a hacer una sociedad más sana, más igualitaria.
La Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar continúa honrando la mística de su fundador: privilegia el acceso a la educación por encima del costo económico. A mí me gustaría que te acercaras a la universidad para comprobar los costos de inscripción y de colegiaturas mensuales para verificar lo que acá digo. La Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar es una institución educativa que fortalece el principio de igualdad en la región.
Te paso copia de las fotografías donde están los nuevos licenciados en Trabajo Social, estos muchachos estuvieron en nuestras aulas durante cuatro años, ahora ellos van a otro espacio, uno donde aplicarán lo aprendido, donde se unirán a los hombres y mujeres que fortalecen a México.
Las historias personales se entrelazan con la historia de nuestro glorioso Colegio Mariano N. Ruiz; un día llegaron a la institución y soñaron con este momento. ¡Ya lo lograron! El sueño personal y de sus familiares cercanos inició cuando ellos, con cara de asombro, entraron al kínder de la mano de un familiar. ¡Cuántos años, cuántas historias, cuántos retos! Hoy, comienzan una nueva aventura intelectual y profesional.
Estos muchachos entraron a la institución en 2018, durante cuatro años respondieron ¡presente! al pase de lista de los maestros. Ellos conforman una generación que debió recibir clases en forma virtual por la emergencia sanitaria mundial, cuando regresaron a las clases presenciales debieron hacerlo con cubrebocas y manteniendo los protocolos de sanidad; debieron redoblar esfuerzos para absorber el conocimiento y aprovechar el tiempo, en tiempo difícil. ¡Lo lograron!
Ahora, en el aula ya no se escucharán sus voces, no volverán a responder al pase de lista, un pase que al principio fue, como dictan las reglas, con apellidos y nombres: Abarca Gordillo Dulcemaría Shireli, Aguilar Espinoza Gloria Alejandra, Argüello Cordero Gabriela, Coronel García José de Jesús, y ellos, los cuatro primeros de la lista decían: ¡presente!, y si llegaban un minuto después, levantaban la mano desde la puerta y decían: acá, acá, maestra. Y la maestra sonreía, anotaba la asistencia y seguía: Cruz Mancera Michelle Alejandra, Decelis Vera Gloria de los Ángeles, Gómez Díaz Ana Fabiola, y ellas decían presente, de la misma manera que lo hicieron las nueve generaciones anteriores, en un ambiente sano, iluminado. La maestra continuaba: González Morales Edith del Carmen, Martínez Gómez Litzi Guadalupe, Pérez Guillén Alondra Sarahy, Ramírez Noriega Marisela Alejandra, ¡presente!, respondían. Hoy, sus nombres ya no están en las listas de asistencia, hoy están en el libro de oro de la historia de nuestra institución. Román Espinosa Judith de los Ángeles, Román Jiménez Víctor Manuel, Tapia Alfaro Guillermo, Tovar Gómez Fabián Alejandro y Velasco Villatoro Vanesa Carolina.
Posdata: estos maravillosos muchachos, querida mía, a pocos días de estar en las aulas se acostumbraron a responder al trato amistoso que los maestros les asignaron. El pase de lista ya no respondió al formulario de apellidos y nombres, bastó ya un nombre para identificarlos, los maestros decían Ana o Michelle o Judith o Fabián y ellos respondían: ¡presente!
Hoy el pase de lista será fuera del aula, ya será en otros espacios, dirán ¡presente! y sus compañeros no estarán a su lado. La décima generación de licenciados en Trabajo Social, de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, va en la construcción de su destino. Que la vida les prodigue muchos dones. ¡Felicidades!
martes, 26 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON UNA FOTOGRAFÍA LLENA DE TRADICIÓN
Querida Mariana: esta fotografía se la robé a Nina Rovelo. Ella está casada con Javier De La Cruz. Nina estudió la secundaria en el Colegio Mariano N. Ruiz, Javier también. Ambos fueron mis alumnos. No me preguntés de qué materia, a ellos tampoco les preguntés. Recordá que una ex alumna me dijo una vez que yo le había dado clases en el colegio, no recordaba de qué asignatura, sólo recordaba que la clase era divertida. Vaya, un punto a favor.
En esta fotografía, tomada en misa de acción de gracias, por término de un ciclo escolar, está un hijo de ellos, flamante graduado de secundaria, del glorioso Colegio Mariano N. Ruiz.
Los comitecos reconocerán de inmediato el altar del templo de San Sebastián, templo histórico de Comitán. La historia consigna que, en este templo, la palabra de Fray Matías de Córdova dio inicio a la Independencia de Comitán.
En este templo fue párroco el padre Carlos J. Mandujano García, fundador del Colegio Mariano N. Ruiz. Este templo está íntimamente ligado con la historia del colegio. Con mi generación estuve en misa de acción de gracias, en 1971.
Sin duda que Nina y Javier también estuvieron ahí, como, en el mes de julio de 2022, estuvo uno de sus muchachos.
En la parte posterior del grupo está, al centro, el maestro José Hugo Campos Guillén, mi jefe, actual director general de la institución.
Al término de la misa, los muchachos y el maestro Hugo se tomaron la fotografía del recuerdo. Los muchachos de mi generación tuvimos como maestro de dibujo técnico y de modelado en plastilina al maestro Javier Mandujano Solórzano, el famosísimo maestro Güero, amigo íntimo de la gran escritora Rosario Castellanos. Ya te conté que amigos de ellos aseguraban que Rosario le decía “Güero, hawaryú” a su amigo, en un juego interesante del saludo en inglés: how are you. Aparte de amigo de Rosario, el maestro Güero era primo del padre Carlos y gran artista plástico, por lo que el padre Carlos, amante y gran conocedor del arte, le encargó una serie de pinturas religiosas para adornar el templo. Digo esto porque en la parte superior se ve un juego intenso de azules. Es la parte inferior de una pintura que realizó el maestro Güero, en el centro del cuadro, en medio de estos prodigiosos azules, hay un cesto de mimbre que contiene panes y peces, en alusión a la multiplicación que Jesús realizó. Ah, qué maravilla. El Colegio Mariano N. Ruiz honra cada día a su fundador y a cada uno de los alumnos que pasan por sus aulas. Los maestros de todos los tiempos multiplican los panes y los peces de la ciencia y de los valores.
Nina y Javier estuvieron en este templo el día que se graduaron; en 2022 regresaron para agradecer la graduación de uno de sus muchachos. Ahora, ¡qué maravilla!, Javier tiene el mismo orgullo que tengo: Javier ahora es catedrático de la escuela donde una vez fue alumno. Ahora, Nina y Javier, acudieron al mismo templo donde tuvieron la misa de acción de gracias cuando concluyeron su educación secundaria, y lo hicieron para acompañar, orgullosísimos, a uno de sus hijos.
Los que saben nos han dicho que el cantante Sabina, en una de sus canciones, recomienda: “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”; en contraposición, la gran Mercedes Sosa nos dice: “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”. Nosotros, los Marianitos, volvemos a este templo y recuperamos las nubes que colocamos al lado del cuadro del maestro Güero; Nina y Javier las recuperaron y las envolvieron con el gusto de su muchacho graduado. ¡Qué bendición!
Posdata: los seres humanos disfrutamos los momentos luminosos, los recordamos con emoción. Cada vez que llegamos a cumplir una meta, nos sentimos llenos de vida, bien sea una carrera pedestre o una carrera profesional.
El recuerdo nos permite imitar la gracia divina del buen Jesús: multiplicamos los panes y los peces de la nostalgia y los repartimos como si nuestra vocación fuera hacer llover luz, mucha luz.
lunes, 25 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON MODIFICACIONES
Querida Mariana: el COVID 19 hizo una grieta donde no pasa la luz; es como si hubiese abierto un hueco en un contiguo cuarto oscuro.
Ayer recibí una llamada de Adolfo, comentó algo de la situación actual y cuando confirmé lo que decía: sí, vivimos tiempos difíciles, él, de inmediato, con su voz de fumador, me dijo: “y esto no es nada, la cosa se pondrá peor”.
Pensé que en el tiempo A. P. (antes de la pandemia) aún escuchaba con frecuencia la frase: lo mejor está por venir. Esto me lo decía mi padrino Matías cuando estudiaba en la prepa.
Ahora tiene tiempo que dejé de escuchar la frase motivadora; ahora escuché que, según Adolfo, y muchos más, la cosa se pondrá peor.
Entonces, por esas extrañas asociaciones que la mente establece, pensé que en el tiempo A. P. iba con amigos a cenar taquitos que, Paco bautizó como “escupiditos”; porque la señora colocaba una tortilla muy caliente sobre la palma izquierda y le echaba un puño de carnita. Nosotros, desde la mesa suspendíamos la plática para ver cómo ella soplaba sobre la tortilla con la carne, para mitigar tantito el calor. Paco reía y decía que comeríamos tacos escupiditos. La mesera nos servía los tacos en platos de plástico, de color azul o amarillo, nosotros abríamos el taco, le regábamos un poco de salsa verde, cruda, picosa, exquisita y le dábamos la primera mordida.
Con este recuerdo entendí lo que es la nostalgia. Hoy jamás acompañaría a los amigos a comer esos tacos. La señora ya falleció. No sé si ahora la hija heredó la costumbre, para continuar la tradición. Tal vez no; tal vez ahora ella usa cubrebocas y eso evita que gotitas de saliva brinquen hasta el taco, porque si bien ella no escupía la carne, sin duda que a la hora de soplar una ligera brisa salía de sus labios.
¿Y qué decir de los cacahuates riquísimos que venden en la banqueta del mercado primero de mayo? En el tiempo A. P. bajaba por la pendiente (la misma que recorrió la niña de la novela “Balún Canán”, de Rosario Castellanos) y compraba dos o tres bolsitas con cacahuates pelados. Vos has visto que estas vendedoras colocan sus canastos con cacahuates con cáscara y así lo venden o, para confort de los compradores, le quitan la cáscara para ofrecerlos pelados, pero, a la hora de pelarlos (que es un disfrute admirar esa labor) ellas hacen casi lo mismo que hacía la señora de los tacos, para remover la cutícula soplan sobre las palmas de sus manos y la cascarilla vuela y cae en la banqueta. ¿Algunas gotitas se cuelan en este proceso aireado? El otro día, en julio de 2022, pasé por el mercado y vi que una mujer soplaba sobre su mano. Dios mío, jamás volveré a consumir esos cacahuates pelados. Compré cincuenta pesos pero de cacahuates con cáscara, a los que someto a un proceso de desinfección. Soy de los que creen que más vale el exceso en precauciones, aunque este bicho es tan travieso que se cuela por todos lados.
Es un mito urbano bobo, pero hay gente que alaba la textura de las nieves artesanales, y no falta el tipo que asegura que esa consistencia delicada la logran con dos gargajazos. Bobera, pero por si las dudas, cuando alguien me invita una nieve de vainilla, digo que para la otra.
En el tiempo A. P. disfruté tacos escupiditos, cacahuates sopladitos y nieves artesanales. Ya no lo hago. No tenés idea cómo lamento eso. Hoy todo me da desconfianza. Si saludo a alguien (con cubrebocas y sana distancia) y la persona extiende su puño para dar “chócalas” yo alargo tantito mi brazo y centímetros antes de tocar la mano del amigo lo retraigo. ¡Me caigo mal! Quisiera explicar que me molesta este comportamiento, pero trato de evitar cualquier contacto físico. El otro día caminaba por la banqueta donde estaba una persona con cubrebocas en la puerta de un local comercial de telas, pasé al lado, la persona me saludó y, afectuoso, me palmeó el hombro, me reconoció porque me dijo el clásico: ¡profe! Como iba con mi Paty, le pedí que, de inmediato, rociara con su spray de alcohol la zona donde la mano de la persona se había posado como pájaro alegre. ¡Me caigo mal! Dios mío, pensé qué diría la persona si hubiese visto ese protocolo sanitario grosero (nunca supe quién era, si de por sí me costaba trabajo identificar rostros, ahora con cubrebocas ¡menos!)
Posdata: llegó el bicho y transformó la vida de millones de personas. Sé (lo he visto) que hay millones que no se alteraron, que no cambiaron ni un ápice sus vidas, han seguido como si esta batalla se librara muy lejos de sus territorios. ¡Benditos sean siempre! Pero hay personas que han padecido este flagelo como si un alud de lodo hubiese cubierto los techos de sus espíritus. Adolfo dijo: “… la cosa se pondrá peor” ¿Peor? ¿Es que después del infierno todavía hay estancias más miserables? ¡Uf!
domingo, 24 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON MÁS DUDAS QUE CERTEZAS
Querida Mariana: el visitante norteamericano estaba parado frente a un mostrador donde la señora preparaba los panes compuestos. La amiga comiteca que lo acompañaba comenzó a explicarle, en inglés, cuáles eran los ingredientes y la forma de preparar el antojito. Elsa, quien me platicó el hecho días después, estaba sentada en una mesa, con su papá y su mamá. Elsa y su mamá habían pedido órdenes de chalupas, panes compuestos, y el papá cenaba un hueso estilo tío Jul.
El visitante norteamericano, más de uno ochenta de altura, ojos azules y risa como de maquinita sacapuntas, asentía en cada frase de su amiga y veía directamente hacia donde la señora embarraba una capa de frijol molido en una de las tapas del pan francés.
Elsa y sus papás comentaban algo del día, de lo que le había pasado al tío Andrés y, mientras comían sus antojos, escuchaban los comentarios en inglés del visitante y de su amiga.
Elsa no sabe hablar inglés, mínimos conocimientos aprendidos en la secundaria, los clásicos de lápiz, pencil; cuaderno, notebook.
Pero, escuchó que la amiga al explicar decía en español los nombres de los ingredientes y el norteamericano los repetía y soltaba la risa de maquinita. Pan francés, repetía como lorito el de ojos azules, con la erre arrastrada; frijol, con la erre más arrastrada y risa; mayonesa, que sonó como maiyonesa; salsa y preguntó: ¿picante? El norteamericano ponía cara de asombro ante la mención de cada ingrediente, pero a la hora que la amiga le dijo: picles, él asintió y dijo: yes, yes.
Esto me contó Elsa. Me preguntó si sabía el origen de la palabra picle. No, dije, no. Pues viene del inglés pickle, que significa pepinillo; y, como el gringo, asentí y dije: yes, yes. Claro, en muchas películas norteamericanas he visto cómo un personaje abre un pomo con pepinillos y los come con deleite, esos pepinillos, me explicó Elsa, están en salmuera, con vinagre pues.
En Comitán adoramos los picles; en Norteamérica adoran los pickles; y en Damasco también. ¿En Damasco? ¿En dónde queda Damasco? El Internet dice que es la capital de Siria, y Siria es vecina de Turquía y de Irak. Pucha, está al otro lado del parque de San Sebastián.
Lo que quiero decir es que las verduritas en vinagre que nosotros llamamos picles los preparan en lugares lejanísimos; quienes han viajado lo saben.
Elsa explicó al amigo norteamericano que los picles de acá son verduras en vinagre, pero no llevan los pepinillos que él pensó.
Luego que Elsa me platicó su experiencia en el restaurante, leí unas páginas de la novela “Stoner”, de John Williams (novela bellísima. Fresán dice que es una obra maestra), y hallé que en una cena que ofrecen unos personajes hay una charola con pickles de Damasco (pepinillos y quién sabe qué otras verduritas). ¡Qué coincidencia!
A mí me encantan los picles que preparan en Teopisca, tienen un sabor dulce exquisito, quiero pensar que este dulce lleva panela. La tía Adelina le agregaba un chorrito de comiteco, apenas un hilito, y esto le daba a sus picles un sabor único, que era disfrutado por toda la sobrinada.
Entiendo que la base de los picles comitecos es la zanahoria, más cebolla y el palmito (cada vez más escaso). En Teopisca venden frascos con palmito, exclusivamente. Una vez me contó un amigo que en Brasil encontró esos frascos con palmito encurtido, se le antojó el palmito, no lo compró porque tenía un precio altísimo.
Posdata: Elsa dice que no hay viernes de Dios que no salgan a comer antojitos con sus papás. A veces van a comer tamalitos o tacos, pero lo que no falla una o dos veces al mes es la visita a los panes compuestos, chalupas, butifarras con tostadas y huesos estilo tío Jul. Cuando me lo dijo explicó que todos estos antojitos llevan picles, picles comitecos, aclaró, y soltó la carcajada deliciosa.
sábado, 23 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON NUBES EN EL PISO
Querida Mariana: hay de ofensas a ofensas. Todo mundo ha ofendido en forma verbal a alguien en una ocasión y todo mundo ha sido ofendido. ¿Te han dicho algo que te dolió mucho? En la primaria había una niña que, por cualquier cosa, volvía la mirada con furia y decía: “Carota de torta”. Una vez me tocó ser cara de torta y pensé que ella debía especificar de qué torta hablaba, porque en Comitán había diversas clases de torta, con mi papá acostumbrábamos comprar las riquísimas tortas de pierna, del restaurante “July”, o las tortas que vendían en la dulcería del Cine Comitán. Las del July tenían un pan de color ámbar exquisito, las del Cine eran blancas y, sí, un poco pachas, con cara arrugada, con la boca de lado. Así que cuando me dijo “Carota de torta” pensé que se refería a las del cine; pero, como las del cine también eran riquísimas, su ofensa no servía para definir su enojo.
La vez que sí me sorprendí fue una tarde, ya estudiante de bachillerato, cuando, con dos o tres cervezas entre pecho y espalda, me atreví a tomar a una chica de la cintura para querer besarla (el alcohol me otorgaba un valor absurdo y tonto), ella se retiró, manoteó y dijo: “¡Quítate, basura!”, me quité, mientras los amigos, también bolencones, se burlaban. La chica echó a correr, uno de los amigos dijo: “Vonós, no vaya a traer a su papá”. Fuimos al cine y nos olvidamos del hecho. No sé si ella lo olvidó. Al otro día me di cuenta que yo no lo había olvidado, vi mis manos y quise que estuvieran llenas de un corazón bonito para ofrecérselo a ella en señal de disculpa; luego (ah, siempre tan bobo) analicé su ofensa, me había comparado con basura, pero no había especificado qué clase de basura.
Salí de casa para ir a la prepa y lo primero que vi en la calle fue una envoltura de un chicle Motita. Los Motita eran chicles muy deseados en los años setenta. La envoltura que estaba en el suelo era amarilla; es decir, había servido para envolver un chicle sabor plátano. No sé si aún venden esos chicles, eran riquísimos, los de sabor plátano eran deliciosos. A mí me gustaban los de sabor plátano y de menta, que venían en una envoltura azul. También habían de fresa y de sabor uva. La chica me había dicho que yo era basura, si era como esa envoltura dije que no estaba mal, era cubierta de algo sabroso, seguí caminando por la calle, contento, casi con ganas de cantar que era una envoltura de chicle Motita, sabor plátano.
La escritora española Rosa Montero dice que cuando uno de sus personajes es enano, a cada rato se topa con enanos. Lo mismo me sucedió a mí, porque a la siguiente cuadra, ya cerca de la esquina vi una cáscara de plátano a mitad de la banqueta. La cáscara ya estaba dura, su piel había tomado una coloración con manchas oscuras, como si una hormiga enlodada hubiera caminado encima de ella. Pensé que si la chica había pensado en esa clase de basura no estaba mal, porque yo era cubierta de una fruta sabrosa, tan sabrosa que era el ingrediente principal del chiche Motita; además (ah, Molinari, cuándo no), pensé que el platanito se había conservado bien, gracias a la envoltura echa basura, pero esa frutita se ve muy bien en los labios de las chicas.
Volví a sonreír, habían bastado dos cuadras para casi casi envolverme en la luz de la basura, era envoltura de cosas dulces, nutritivas y sensuales; no estaba tan mal. Como si estuviera en una mesa de juegos en Las Vegas decidí que no seguiría apostando, porque era casi seguro que la siguiente basura mandara al bote mi entusiasmo. ¿La chica había dicho que era basura? Pues no me había ido tan mal.
Decidí que no vería hacia el suelo, caminaría viendo las fachadas de las casas comitecas, con sus balcones hermosísimos y sus puertas monumentales con llamador de bronce. Llegué a la prepa, me reuní con los amigos que estaban en el patio, en cuanto estuve entre ellos, comenzaron a molestarme: ¡la basura!, dijo uno, como si fuera el güero de la basura y avisara que el camión ya estaba cerca (el güero de la basura fue un personaje famoso de los años setenta, iba arriba del camión y le decían así porque era albino).
A distancia vi a la chica que había ofendido con mi atrevimiento, la que me había ofendido bautizándome como basura, sonreí porque pensé en que era envoltura de chicle Motita y cáscara de plátano.
Al término de clase me despedí de la palomilla y, con la ambición del jugador de póker que ha ganado en todos los juegos, bajé la vista y, mientras caminaba, dije que sería la primera basura que hallara. ¡No lo hubiera dicho! Ya sabemos que los ambiciosos pierden lo ganado y lo que llevan en el bolsillo. ¡Unos cerotes color café oscuro!, eso fue lo que miré. Los desechos de un asqueroso chucho estaban al lado de la pared de una casa, la peste subió hasta mi nariz y se metió hasta mi alma. ¡Cerotes de chucho!, sí, sin duda, eso había pensado la chica a la hora que, con sus manos me retiró y dijo que yo era basura. Yo era un cerote. Sí, mi atrevimiento no había sido dulce como Motita o seductor como plátano, ¡no!, había sido algo que provenía de un perro sarnoso. Toda mi alegría matutina se fue al albañal y pensé que eso me había dicho ella, era liga babosa de albañal.
Pensé que me estaba trepando a la cruz, me estaba sacrificando a lo tonto. Me paré en la esquina y dije que debía elegir entre ser envoltura de Motita o plasta de caca. Ah, la mente es una compañera fiel pero traidora, repetía que era envoltura de Motita, pero diez segundos después en mi mente aparecía la imagen de la envoltura amarilla con un cerote adentro. ¡Qué asco!
El tiempo sanó la llaga. Una vez coincidí con la chica, ella platicaba con un grupo de muchachos al que me incorporé, ella sonrió y yo también, en el primer momento quise ofrecer disculpas, pero un segundo después pensé que era como quitar la costra en la herida. Ya sabés cómo son los amigos, una amiga de ella dijo en voz alta: ¿No nos vas a saludar de beso? Todas rieron, ella y yo nos pusimos colorados. Eso fue el punto final de la historia.
Pero, ahora, muchos años después pienso que en la ofensa verbal nunca queda muy claro el grado de humillación. La niña de la primaria que nos decía a todos que teníamos cara de torta nunca supo que en México la oferta de tortas es extensísima. Si ella hubiera dicho cara de torta de chorizo con huevo, ah, bueno, habríamos tenido más elementos de comparación; o torta ahogada o torta cubana. Imaginá todo el polvo que habría levantado al decir: ¡carota de torta guajolota! (claro, acá habría dicho carota de torta jolota, y como el guajolote es cotz en idioma tojolabal, bien pudo decir ¡carota de torta cotzera). ¿Sí identificás la torta guajolota? Es la que comen miles y miles de personas en la Ciudad de México, la que lleva un tamal en medio del bolillo. Es bien rica, yo la pedía con tamal verde.
Pienso que la basura se ha degradado conforme el paso del tiempo. Ahora me dolería más el insulto de ser basura.
En el tiempo A. P. (antes de la pandemia) salía a caminar por las calles del pueblo, porque sigo admirando los balcones y las puertas monumentales con sus llamadores de bronce, y me topaba con unos globitos desinflados, de esos que les llaman condones. Dios mío, ¿cómo llegaban a espacios públicos esos condones usados, cuando todo mundo sabe que son chunches que se emplean en espacios privados? Imagino que una parejita hace travesuras en el interior de un auto al salir de una fiesta y al terminar el juego el varón abre la ventana toda empañada y tira el condón. ¡Qué asquerosidad!
En Comitán usamos el término “hormota” para ofender. Esta ofensa alude al físico del ofendido. “¡Callate, vos, hormota de barril!” Se supone que el nombrado está un poquito excedido de peso y su cintura es amplia y generosa, como aro de circo. Todo está bien, pero el ofendido debería conocer a qué tipo de barril se refiere el otro, a fin de saber el grado de irritación; porque hay de barriles a barriles, hay unos barrilitos bonitos y otros que ya llegan a ser toneles. Además del tamaño del barril sería importante saber de qué está lleno, porque esto daría una idea de la corpulencia del monstruo del enojo. No es lo mismo estar lleno de comiteco, que de agua, o de pulque, o de cerveza. Se corre el riesgo, a la hora de hacer la pregunta, de escuchar una ofensa mayor: “¿De qué, animal, de qué estás lleno? De coymut, sí, tenés hormota de barril lleno de coymut” (coymut es palabra del idioma tojolabal que significa caca de gallina).
Posdata: las ofensas verbales afloran al calor de una discusión o de un hecho agresivo. El día que quise besar a la chica, ella no tuvo más recurso que decirme basura. Ahora, muchos años después, pienso que su defensa fue luminosa, bien pudo decirme mil cosas más agresivas, sin embargo, ella no hizo más que mandarme al basurero, lugar donde debían estar los muchachos atrevidos. Me mandó al basurero, bien pudo mandarme al infierno o al rancho del actual presidente de la república. Ella era una niña bella, limpia. Sí, no merecía que se le acercara un tipo repugnante con aliento alcohólico.
viernes, 22 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON UN APODO
Querida Mariana: el otro día leí la declaración de un cronista de San Cristóbal de Las Casas que dijo que en esa ciudad la mitad de la población se conoce por apodos. Lo mismo sucede en Comitán; bueno, lo mismo sucede en todos los pueblos de Chiapas, de México, de Latinoamérica.
Llama mi atención que un sinónimo de apodo es sobrenombre; es decir, desde el origen se establece que está por encima del nombre. Es cierto, en muchísimos casos el apodo borra al nombre. El sobrenombre debería llamarse bajonombre, algo entre comillas, pero ¡no!
El chiste cuenta que alguien llegó al pueblo en busca de una persona, dio su nombre, apellidos, generales, cabos, toda la división de infantería y sólo le indicaron dónde vivía al decir el apodo. Sí, el apodo, en muchísimos casos está por encima del nombre.
Los estudiosos del fenómeno establecen muchas divisiones del apodo: la más grande es la que establece que hay apodos impuestos y apodos autoimpuestos. Nunca se logró saber si el apodo de tío Chaquetas fue impuesto o autoimpuesto; lo único que se supo es que el tío nunca usó esa prenda ni fue sastre; tal vez fue un apodo de juventud.
Los apodos autoimpuestos son como un tatuaje. Puede ser que a otros les cause malestar, pero el dueño se siente satisfecho. El tío Hermilo se autoimpuso el apodo de El huevos grandes, orgulloso lo mencionaba con medio mundo. Decía: “mis papacitos me pusieron Hermilo, es que sólo me vieron de la cara y no de abajo”. Luego, de broma, decía ese chiste sobado y bobo: “Y me voy a morir de orquitis”.
Muchísimos deportistas son conocidos y reconocidos por sus sobrenombres. Muchos apodos son autoimpuestos o impuestos de común acuerdo entre interesados y apoderados. Cuando los apodos son asignados por los cronistas deportivos, los “afectados” los aceptan de buen agrado, porque eso es como acceder a la escalera de la fama. Los que saben de rollos sociológicos explican que esto tiene una relación directa con los aficionados, quienes se identifican en forma inmediata. Estamos acostumbrados a llamarnos por apodos. A veces, con amigos revisábamos fotografías de generaciones de alumnos y, conforme aparecían los nombres, saltaban los apodos; en muchos casos, el nombre nunca apareció, pero sí el apodo.
Hemos comentado que hay personas que disfrutan el apodo, sobre todo cuando fue autoimpuesto, porque nadie se trata mal, nadie se pone un apodo que rebase cierto límite, lo que sí sucede, en varios casos donde el apodo fue impuesto por otro y cae en terreno blandito porque el apodo alude a algún defecto físico.
Pensá en el sobrenombre de María Félix: “La doña”. ¡Pucha! Imagino lo que ella pensaba al entrar a un salón y recibir el aura de baba de los hombres y el aura de admiración y envidia de la multitud. “¡Ahí está La doña!” ¿Qué molestia podía provocarle? ¿Se molesta el futbolista argentino Lionel Messi cuando le dicen “Pulga”? No, es parte de su grandeza.
Pero, lo hemos platicado, no todo mundo recibe con agrado el apodo. Bueno, con decir que hay personas que ni siquiera soportan sus nombres, con eso ya se dice todo.
Pero lo que es una certeza que no puede ocultarse es lo que comentó el cronista de San Cristóbal: en muchas de nuestras ciudades el apodo está presente y es característica importante de nuestra cultura, porque el apodo es esencia de pueblo y otorga cercanía; por esto, los famosos buscan un apodo que no sea agresivo, pero que acerque a los fanáticos.
¿Vos sabés quién es Saúl Álvarez? Tal vez dudarás, te colocarás la mano en la sien, en posición de Pensador, y activarás a tu ardilla mental; pero si te pregunto quién es Canelo Álvarez es casi seguro que responderás en automático. En este caso queda demostrado que el sobrenombre si está por encima del nombre.
Esto no sucede con los escritores. Acá hay un elemento a considerar por los sociólogos. Algunos consideran que la actividad intelectual está por encima de la actividad física. Esto es un absurdo, pero digo que la mayoría de escritores es conocida por sus nombres y no por apodos. Esto, entonces, es un agregado bobo que distancia, que aleja.
Posdata: nunca hemos escuchado que alguien pregunte: “¿Te gusta la poesía del peatón, el que tomaba cucharadas de luna?”, la mayoría pregunta: “¿te gusta la poesía de Sabines?”, y punto y aparte.
jueves, 21 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON RECUERDOS SENSACIONALES
Querida Mariana: ¡ah, las tienditas escolares, las cafeterías! Los alumnos recordamos con agrado los patios escolares, los maestros, los compañeros, los directivos comprensivos y, por supuesto, a las personas de las tiendas y cafeterías. Acá está don Quique, los alumnos del glorioso Colegio Mariano N. Ruiz lo identificarán de inmediato. Él y su esposa doña Cata llevan más de veinte años en una de las cafeterías del colegio. Comenzaron en la escuela primaria, luego pasaron al edificio de la subida de San Sebastián para atender a muchachos de secundaria y bachillerato, y ahora están en las instalaciones de Los Sabinos, donde sirven a estudiantes de secundaria, bachillerato y universidad.
Sí, todos los que pasamos por aulas recordamos a los personajes que nos atendieron a la hora del recreo.
Mis compañeros de secundaria del Colegio Mariano N. Ruiz recuerdan a doña Chata, esposa del marimbista Flavio Molina, quien tenía su tienda al lado de la escuela, en el barrio de San Sebastián, y, por supuesto, se les hace agua la boca cuando alguien menciona a las gordas de Cirito. Cirito era el sacristán del templo de San Sebastián y ayudaba a las madres del Niñito Fundador en la venta de unas riquísimas gorditas, hechas con carne molida revuelta con papa, repollo y salsa roja. ¡Ah, deliciosas!
En mis tiempos de estudiante, el colegio no tuvo cafeterías. Como nuestro recreo era en el parque de San Sebastián (¡qué privilegio!), nuestras tiendas estuvieron en la calle. Al término de clases pasábamos con tía Elena, quien nos vendía temperante, cazueleja y tostadas con chile en vinagre, o con la querida tía Petra, quien preparaba las tostadas más ricas de toda la región, estas tostadas eran de preparación muy sencilla: con frijol molido, queso espolvoreado y un chorro de caldo de chile jalapeño de bote, pero de bote grande. Nunca hubo cosa más simple que eso, nunca cosa más deliciosa.
En la prepa del estado tampoco tuvimos tienda escolar o cafetería. Un vecino de San Sebastián subía con un carrito, lo estacionaba enfrente de las escalinatas de lo que ahora es el Centro Cultural Rosario Castellanos y ofrecía unos tacos dorados sublimes, exquisitos.
Ahora, en el colegio, en las instalaciones de Los Sabinos existen dos cafeterías, que ofrecen exquisiteces. Los muchachos y maestros reconocen a los personajes que satisfacen sus deseos gastronómicos. Llegan los estudiantes y piden lo de su preferencia con don Carlitos y doña Silvia, y con doña Cata y don Quique.
Todos recordamos con agrado a quienes nos ofrecen ricos guisos para saciar el hambre en las escuelas.
El otro día saludé a don Quique, a su hijo y a doña Cata. Los muchachos alzaban las manos y pedían empanadas y taquitos. Estoy seguro que, dentro de veinte años, estos muchachos recordarán con emoción los instantes en que degustaron estos manjares. Hace muchos años, doña Cata y don Quique ofrecían unas tortas de salchicha, en el edificio de la subida de San Sebastián (los muchachos de esos tiempos las recordarán). Eran riquísimas. Los estudiantes se escapaban tantito del salón en la primera hora, subían a la cafetería de la planta alta y anotaban sus nombres en la lista. A veces, don Quique movía la mano en forma negativa y decía que todas estaban vendidas. A la hora del recreo los agraciados subían, don Quique revisaba la lista y entregaba. ¿Por qué don Quique y doña Cata dejaron de hacer esas riquísimas tortas? Porque quien les entregaba el pan especial dejó de hacerlo. ¡Qué pena!
Muchísimos ex alumnos llegan al colegio y visitan a doña Cata y a don Quique; se sientan en una mesa y piden los guisos de su preferencia, como lo hacían cuando estudiaron ahí, sus rostros se iluminan al dar la primera mordida, en automático una luz juvenil los abraza. Todas las tiendas y cafeterías escolares tienen, como el Kentucky Fried Chicken, la receta secreta, la sazón especial, los aromas y sabores que tocaron a todos los estudiantes y continúa vivo en el espíritu infinito.
Posdata: cuando estudié en la Universidad del Valle de México, en el plantel San Rafael, me encantaba salir. Frente al acceso se ponía una señora con un anafre que ofrecía tlacoyos, con maíz azul. ¡Jamás volví a comer unos tlacoyos tan deliciosos! Rosa, se llamaba la mujer, siempre vestía un mandil blanquísimo y su cabello recogido en una trenza hermosísima. Buenos días, Rosita, decíamos los estudiantes, y ella respondía: Buen día les dé Dios, acá les tengo sus tlacoyitos.
miércoles, 20 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON LA BENDICIÓN DEL ZOOM
Querida Mariana: el Dios de la Tecnología dijo: “Hágase el zoom”, y medio mundo lo pepenó y lo usa.
Te cuento, el otro día vi que estaba programada la participación de nuestro amigo Miguel Ángel Godínez, quien, ¿lo recordás?, estuvo en Comitán en el Centro Comiteco de Creación Literaria. Miguel Ángel fue coordinador del Centro de Escritores Chiapanecos (CECHE), al lado de Jesús Morales Bermúdez y del poeta Joaquín Vázquez Aguilar, el gran Quincho. De ello dan cuenta precisa varios amigos narradores, ensayistas y poetas: Gustavo Ruiz Pascacio, Carlos Gutiérrez Alfonzo, Gabriel Hernández, Mario Nandayapa, Rubén de Leo, Yolanda Gómez Fuentes, quienes, entre otros destacados escritores, tuvieron el privilegio de ser becarios. Menciono a ellos, porque son los becarios de mi generación. Hay más, por supuesto.
A la hora que vi la invitación en el Facebook faltaban diez minutos para que iniciara el programa. Piqué el enlace y entré a la transmisión en vivo de la página “Relatos Taiyari” y, como dice el poeta Gustavo Ruiz Pascacio, recibí un abrazoom.
No dejo de bendecir esta herramienta que, desde nuestra pequeña parcela, nos permite estar en contacto con el mundo.
Ana Graciela González y Cristina Mejía son las iniciadoras de un espacio donde, semana a semana, acuden escritores para compartir su obra.
Miguel Ángel eligió dos cuentos para compartir, textos simpáticos, imaginativos, con la calidad de la casa. Llamó mi atención que la dinámica del programa es que no sólo lee el autor. Cada uno de los textos fue leído por fragmentos, inició Miguel Ángel, siguió Ana y continuó Cristina y va otra vuelta y otra, hasta concluir. ¡Genial!, porque los asistentes escuchamos tres registros, con buena lectura.
Al inicio del programa y entre la lectura de cuentos se dio una plática bien sabrosa, tocando los ladrillos de la construcción narrativa o volando tantito hacia las nubes que Miguel Ángel colocó en ese cielo virtual. Todo sin poses, siendo ellos mismos. Esto transmitió la pantalla hasta donde estábamos los “mirones y oidores”, lo que significó un disfrute.
¿Ya viste los entornos? A mí me encanta que si se habla de literatura, los libros estén presentes. En el espacio de Miguel Ángel, una guitarra y un cuadro con animalitos. Miguel Ángel no sólo escribe cuentos y poemas, también le entra con gusto a la música, por ahí se avienta unos palomazos con un grupo de amigos artistas.
Me encantó conocer a Ana Graciela y a Cristina. Ya dije que sin pedantería condujeron el programa anteponiendo la cuerda de lo sencillo y esto se agradece.
Antes del final, Miguel Ángel compartió un mojol (pilón, le dicen en la Ciudad de México), un texto breve que hizo el contraste con los dos anteriores, porque los dos seleccionados fueron relatos gozosos, el texto breve final fue como una cinta que apretó tantito la garganta e hizo que los ojos se humedecieran.
Te invito, querida mía, a que una tarde que tengás un tiempito entrés a ver el programa. Ahí está en la página “Relatos Taiyari”. Disfrutarás la plática y la lectura.
Posdata: basta ver los rostros de los tres participantes para saber que la plática se dio en un tono agradable, donde todo es como estar en la sala de la casa, tomando una taza de café con pan, con pan comiteco.
Me encantan las transmisiones en zoom, disfruto ver la pantalla con las ventanitas, pienso en esas vecindades donde las personas asoman la cara en la ventana y platican entre ellas, donde se habla del clima, de la escasez del agua, de lo caro que están las cosas en el mercado, de los estudios de los hijos, del embarazo de la hija de la del cuatro, de las cosas sencillas de la vida.
martes, 19 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON UN RECONOCIMIENTO
Querida Mariana: acá va un dos por una, carambola de tres bandas. La foto pequeña la robé del muro de mi amiga Chusy Coutiño; la foto grande me la compartió mi amiga Lupita Mijangos.
En la foto grande está don Gilberto Mijangos Muñoz en compañía de sus hijos; en la foto pequeña están don Gil, Chusy y la doctora Mary Carmen Vázquez Velasco.
¿Qué hacen Chusy y Mary Carmen con don Gil? ¡Ah, ya sabés! Ellos realizan una hermosa campaña ciudadana en Comitán: Chusy y Mary Carmen decidieron, una mañana, continuar con lo que iniciaron en las paredes de sus casas, en el barrio de Guadalupe, y ahora han solicitado permiso a muchas personas, para que las paredes de sus casas se llenen con versos de poetas y escritores de este lugar. ¿Mirás qué maravilla? Los muros ciegos se llenan de palabras, de mensajes luminosos.
Comitán es tierra donde se respeta a la palabra, Chusy, Mary Carmen y don Gil la están honrando, porque don Gil fue la persona elegida para pintar los versos.
En el pueblo se reconoce la trayectoria de don Gil, es uno de los grandes rotulistas de Comitán. Casi casi con la mano en la cintura rotula mensajes, porque lleva años realizando este oficio, un oficio maravilloso.
A mí me encanta la iniciativa. ¿imaginás que Comitán fuera, ahora sí, un libro abierto, donde los peatones podamos caminar y leer versos de poemas? Chusy, Mary Carmen y don Gil ya comenzaron. Los tres lo hacen por amor a este pueblo. Claro, don Gil recibe su paga, porque es su trabajo, pero ¿quién pone esa paguita? No lo sé. Qué generosidad de quienes abren sus bolsillos en la más noble campaña para dignificar la palabra. Aplausos, cientos de aplausos.
Los hijos de don Gil heredaron el oficio, son maestros y también pintan rótulos, maestros en el arte de pintar. Este oficio es tradición familiar.
Lupita me contó que don Gil es hijo de doña Engracia Muñoz y de don Hermilo Mijangos Mayorga. Don Hermilo nació en San Cristóbal de Las Casas y un día llegó a Comitán, pintó el templo de Santo Domingo y muchos cielos de manta de residencias particulares. De ese tronco se desprenden ramas que, en su mayoría, se dedicaron al mismo oficio del papá Hermilo. Mirá, ahora comparto con vos lo que Lupita me contó: don Hermilo y doña Engracia tuvieron ocho hijos: Ángel (hojalatería y pintura); Rodolfo (hojalatería y pintura); Alfredo (hojalatería y pintura); Hermilo, papá de Lupita (hojalatería y pintura); Rubén, Teresa, Elena y Gilberto (pintor y rotulista). ¡Qué belleza! Comitán reconoce a los Mijangos por ejercer este oficio maravilloso.
De los ocho hermanos, tres viven: las dos mujeres y don Gil. Don Gil es el sobreviviente varón, el continuador de la mano que pinta. El papá de don Gil pintó el templo de Santo Domingo, ahora, su hijo Gil pinta versos en las paredes. Don Gil también nació en San Cristóbal de Las Casas, el 26 de abril de 1940. ¿Sabés a qué edad inició con el oficio de rotulista? El próximo año, primero Dios, celebrará setenta años de ejercer este maravilloso oficio. ¡Genial!
En los años sesenta, los niños malcriados pasaban y pintaban la palabra Cotz en las paredes. Hoy, en tiempos difíciles, don Gil, a iniciativa de Chusy y de Mary Carmen, pinta versos en las paredes, palabras que son como bálsamo para el espíritu del peatón.
Aplaudo la iniciativa y sigo valorando el interés que ambas mujeres destinan, porque están pendientes del respeto ortográfico de los textos.
Posdata: el papá de Lupita tuvo su taller de hojalatería y pintura en la pendiente que va al antiguo Club de Leones, casi enfrente de donde está el consultorio del dentista Ruiz Guillén. Tuvo un taller muy grande. El propietario del terreno era su suegro, don José Guillén Rodríguez. Ahí, el hermano de don Gil tuvo su taller de hojalatería y pintura.
Don Gil se casó con doña Luz Angelina García y con ella tuvo 8 hijos: Martha, Gil, Manuel, Socorro, Leticia, Yolanda, Maricruz y Verónica. Desgraciadamente su esposa falleció. Hoy, don Gil, gracias a Dios, tiene otra pareja.
lunes, 18 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON FESTEJO
Querida Mariana: el maestro Temo Alcázar cumplió 82 años, ah, el eterno joven de Comitán. En esta fotografía se le ve radiante, haciendo honor a su juventud de ochenta y dos.
Un pajarito me dijo que lo celebró en San Cristóbal de Las Casas, allá rompió la reja de papel de china.
No todas las personas tienen conciencia del papel que juegan en la vida, el maestro Temo ¡sí! Desde chiquitío supo que jugaría un papel relevante en la comunidad, por eso, siempre ha tenido la precaución de consignar los instantes a través de la fotografía.
Hoy todo mundo toma fotografías, pero en los años sesenta del siglo pasado no era una labor sencilla, porque se necesitaba la presencia de un fotógrafo profesional, pero éste personaje siempre estaba presente en los grandes eventos porque vivía de tomar fotografías. Como el maestro Temo ha sido un destacado deportista posee un registro generoso de la historia del deporte comiteco. Se le ve en equipos de básquetbol, como jugador; en actos de boxeo, como réferi; en actos de fisicoculturismo, como juez; en su gimnasio, haciendo ejercicio o acompañado con chicas deportistas; con las decenas de diplomas y trofeos que ha recibido; en sus carreras matinales por las calles del pueblo; en premiaciones, actos inaugurales, homenajes; y al lado de personajes relevantes del deporte, de la política y amigos. Desde siempre supo que debía tener registros de esos instantes luminosos que han conformado su vida.
Es un hombre muy positivo, siempre recomienda que las personas tengamos pensamientos saludables y practiquemos deporte para estar sanos, física y mentalmente. Es un creyente que acude a templos y asiste a misa.
Durante una temporada dirigí un programa de radio y él fue invitado permanente. Me encantaba recibirlo, porque siempre, antes de iniciar, se frotaba las palmas de las manos, como dándose energía, como si el aire necesitara ese movimiento de molinillo para brindar una bebida espumosa. En el programa radiofónico compartía recuerdos acerca de casas y personajes de Comitán. Como siempre ha sido metidito en mil argüendes y posee una gran capacidad de atención con el agregado de una memoria sorprendente, el maestro es un compendio histórico genial.
Y su vibra es tan positiva que el entorno se acomoda a su aura. ¿Ya viste con atención esta fotografía? Sabiéndose el actor del momento, rompe la reja, abre los brazos, saluda, sonríe y los papeles de china se acomodan a su emoción. ¿Ya viste que los papeles blanco y morado siguen la forma de su figura? El morado es el pantalón, su pierna izquierda da un paso imaginario. Todo lo transforma para bien.
No sé qué piensa el maestro de la actividad teatral, no sé si ha asistido a representaciones teatrales con asiduidad; no sé si acude al cine en forma frecuente; lo que sí sé es que él sabe que la vida es un gran escenario y él siempre se ha sabido un personaje importante de su historia. Está pendiente de la fotografía y del reflector. Acá está vestido con una camisa de franjas con tonos marrón y viste un pijama de papel de china, color morado. Él extendió las manos, cortó la reja y fue como si, al mismo tiempo, se pusiera el pijama de papel.
Doña Lolita Albores, la querida cronista vitalicia de Comitán, decía que todo tiene un símbolo en la vida. Doña Lolita no supo que Saussure se dedicó a estudiar los signos que son representación de nuestra realidad; no supo que Umberto Eco, el famoso escritor de “El péndulo de Foucault”, fue un estudioso de la semiología, la ciencia de los signos; ni supo que mi admirado Julito Cortázar decía que todo formaba una figura, el vuelo de una mosca deja un maravilloso tejido invisible en el aire, imposible de repetirse. La vida de cada ser humano está llena de figuras y signos que sintetizan símbolos.
Posdata: ¿qué signos hallamos en esta fotografía? ¿Qué análisis haría Eco? El maestro levanta los brazos, rompe la reja de papel de china, se coloca el pijama de papel morado y saluda a la vida, a sus gloriosos ochenta y dos años de edad.
domingo, 17 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON UNA FOTO MARAVILLOSA
Querida Mariana: Memo Villatoro compartió esta fotografía en las redes sociales. La foto fue tomada el 20 de noviembre de 1969. Imagino que fue tomada al final del desfile conmemorativo del Día de la Revolución Mexicana.
El doctor Roberto Ortiz Solís, presidente municipal de Comitán, da la mano, ve al deportista, quien ostenta un trofeo y ve hacia la mano de la autoridad. El presidente viste de traje y el muchacho (¿cuántos años?) una playera deportiva.
Se sabe que el desfile del 20 de noviembre conmemora la Revolución a través de un desfile deportivo. Nunca he sabido por qué tal relación, pero así es.
En este momento, el doctor Ortiz (promotor del deporte, el estadio municipal donde se practica el fútbol soccer lleva su nombre) cumplía el segundo mandato, fue presidente en el trienio 1953 – 1955 y luego en el periodo 1968 – 1970.
Francisco Domínguez, creador de la página Imágenes Históricas, Leyendas y Personajes de Comitán, invita en forma permanente a que las personas propietarias de fotografías del Comitán de antaño las compartan, porque esas piezas ayudan a completar el gran mural de nuestra identidad.
¿Cómo no agradecer esta fotografía que Memo compartió? Nos traslada, en infinitum, al Comitán de los años sesenta.
Cuando vi la foto pensé en dos balcones: el presidencial y el de la casa donde vivía tío Quique, un maravilloso personaje de este pueblo. Cuando había un desfile, ambos balcones eran escenarios llenos de vida, que servían para presenciar el paso de alumnos, en el balcón presidencial aparecía el presidente municipal en compañía de funcionarios y familiares; en el balcón de la casa de tío Quique se veía su monumental figura, con carrilleras en cruz sobre el pecho, sosteniendo el asta con la bandera mexicana; su presencia era una imagen maravillosa, los estudiantes marchaban y al pasar frente a la casa del hermoso personaje miraban hacia arriba, mientras el maestro ordenaba saludar la bandera; tal acto se repetía ante al balcón presidencial. Los primeros honores eran para el viejo genial; él, con gran espíritu patrio, transmitía una lección de civismo.
El otro día me llamó por teléfono mi amigo Marco Polo, me dijo que doña Lola, que atendía la dulcería del Cine Comitán, también trabajó en algún momento con don Higinio Torija, en su restaurante “Rincón Brujo”, me contó que doña Lola tenía una sazón especial. Don Higinio, después del Rincón Brujo creó el famosísimo “Cancún”, que hasta la fecha atiende a una multitud de comensales que disfrutan los exquisitos platillos que don Higinio ofrecía.
¿Ya viste que al lado del trofeo aparece una puerta enmarcada? ¡Esa era la entrada al restaurante! Si mirás con atención lograrás leer que, en la parte superior, dice Rincón, y en la otra puerta: Brujo.
Al fondo se aprecia el edificio más alto de la manzana de la discordia, edificio donde estaba la Farmacia “Regina”, que era propiedad de una persona originaria de San Cristóbal de Las Casas. En el primer nivel estaba la farmacia. Acá se alcanza a ver (vos me dirás si no estoy delirando) tres niveles donde hay puertas y bases donde reposan tres calentadores.
Los años sesenta fueron sicodélicos, a ver si no estoy haciendo una lectura sicodélica. Nunca supe qué uso les daban a los pisos superiores de ese edificio. Si le hago caso a lo que veo, tal vez eran departamentos. No lo sé.
Por ahí alguien podrá completar la historia. ¿Mirás? Por eso decimos que es importantísimo que las personas de este maravilloso pueblo sigan buscando en baúles, tomen fotografías de objetos e imágenes antiguas y las compartan en la página de Francisco que ya es el referente para hallar imágenes sensacionales de un Comitán que ya no existe.
Posdata: esta fotografía es bella. Me encanta la gallardía de nuestro presidente municipal y el orgullo del muchacho que recibe el saludo. Por ahí Memo debe platicar el motivo del trofeo y narrar sus recuerdos.
sábado, 16 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON CANASTEROS Y CANASTERAS
Querida Mariana: el objetivo del básquetbol es anotar el mayor número de encestes; es decir, meter el balón en el aro de la canasta.
¿Mirás? Hoy se dice encestar, usando cesta como sinónimo de canasta, pero en los años sesenta y setenta acudíamos a la Cancha Pantaleón Domínguez para ver canastear a los grandes basquetbolistas. La afición se emocionaba cada vez que, desde una esquina, el famoso Chenco tiraba el balón hacia el aro y canasteaba. En este deporte se hacen famosos los encestadores; es decir, los canasteros y canasteras.
En el pueblo son famosas las canasteras, mujeres que cargando un canasto ofrecen las verduras y frutas que cultivan en sus parcelas. Luis Aguilar Castañeda, famoso escultor comiteco, las inmortalizó en la escultura que está en el parque central, y que fue premiada en Japón. La escultura se llama “Día marcado”, título sensacional, porque estas canasteras marcan el día a día de los pueblos, en sus canastos no sólo llevan tzolitos, manía y culantro, ¡no!, también ofrecen los rayos del sol, la lluvia, ¡el aire!
Ya te conté que, en los años setenta, cuando alguien fallaba el tiro al aro se le mandaba a comprar un peso de puntería a la tienda de doña Mariana, que estaba frente al parque de San Sebastián. Esto que era un mero chascarrillo resulta hoy una frase maravillosa que alude a un imposible, pero que abre ventanas en el mundo de lo posible. Nadie vende pesos de puntería, pero hay personas que sí se profesionalizan en ejercitar a otras para que sepan los milagros del enceste en el básquetbol. Por desgracia, en nuestro pueblo esta profesionalización no se dio, nos resultaba más fácil enviar a los que fallaban a comprar un peso de puntería en la tienda de doña Mariana. Hoy, el horizonte es un poco diferente. La hija de mi amiga Lulú Guillén de León (Lulú creció en el mismo barrio donde estaba la tienda de doña Mariana) es ahora una profesional que dirige una escuela de básquetbol. ¿Mirás? Ella no vende pesos de puntería, pero sí entrena a chicos y chicas para que aprendan los secretos del enceste. ¡Genial!
En los años setenta iba con la palomilla a ver los encuentros en esa cancha, que luego se convirtió en lo que actualmente es: el auditorio municipal Roberto Bonifaz Caballero. Acudíamos, sobre todo, en los cuadrangulares que realizaban en la feria de agosto. Ah, el ambiente era sensacional, tres selecciones de otras ciudades llegaban para enfrentarse con la gloriosa selección comiteca. Ya podés imaginar la algarabía de la porra local. Recuerdo que la tribuna pegada a la espalda del templo de Santo Domingo era de cemento y la de enfrente estaba hecha con planchas de madera.
En cada época del básquetbol comiteco han existido los jugadores sobresalientes. Nos hace faltar compendiar todos los nombres de los jugadores y directores técnicos de los diversos equipos; está pendiente la recopilación de fotografías actuales y de antaño, donde se aprecien los grupos deportivos en diversos actos, acompañados con sus madrinas.
Antes eran escasos los equipos femeniles, pero era concurrida la asistencia de mujeres en las tribunas. Hoy, por fortuna, hay muchas basquetbolistas de enorme capacidad, comenzaron en la edad escolar, se aficionaron y siguen practicando este maravilloso deporte. En los años setenta fue famoso el equipo de “La prepita”, que fue dirigido por el maestro Roberto Bonifaz Caballero.
Cuando fui a estudiar a la Ciudad de México dejé de acudir a encuentros de básquetbol, lo que indica que no era una auténtica afición, acá iba por estar con los amigos. Desde entonces ya no volví a pisar duela alguna, porque, también debo señalarlo, querida mía, durante algún tiempo fui integrante de equipos de básquetbol, ya te conté que en la primaria un grupo de compañeros me invitó a formar parte de un equipo, me emocioné, pero luego la decepción apareció, me invitaron sólo porque fui a casa a pedirle a mi papá que patrocinara la compra de las playeras. Ya en la prepa jugué un poco en la vieja cancha Pantaleón Domínguez, pero te conté que un día (¡ay, señor, qué mal deportista era!), antes del encuentro vespertino fui a tomar uno o dos vasitos de tequila, llegué a jugar con aliento alcohólico, encesté en varias ocasiones y un amigo me dijo que el maestro Roberto Bonifaz me llamaba, ¡Dios mío!, pensé que se había dado cuenta que estaba a medios chiles, el amigo partió un cigarro y me dio tabaco para que lo metiera a la boca, con eso, me aseguró, la peste del trago se evaporaría, me eché el montón de tabaco y me presenté ante el maestro Roberto. Él estaba en la caseta del lado oriente y me dijo que había visto que no era mal encestador, que había jugado bien. ¡Uf, el alma me volvió al cuerpo! Respiré de nuevo, agradecí y regresé a la cancha como si hubiera ganado medalla de plata en juegos olímpicos.
Una mañana, en el tiempo A. P., hace como tres o cuatro años, fui al mercado primero de mayo a comprar unos cacahuates con cáscara, con la vendedora que pone su canasto en la banqueta, mientras esperaba que me atendiera escuché el clásico sonido del rebote del balón sobre la duela, vi que la puerta del auditorio estaba abierta, imaginé que había un grupo de basquetbolistas entrenando. Cuando recibí la bolsa con cacahuates subí la rampa del auditorio y me asomé. Un grupo de chicas ensayaba el tiro libre, formaban una fila y en cuanto tiraban hacia la canasta, corrían al final de la fila para esperar su turno. Algunos tiros entraban “limpios”, sin tocar el aro; otros coqueteaban con el aro y entraban o se escurrían sin pasar por el aro; y muchos más chocaban en el tablero sin acercarse a la canasta, a estas muchachas les convendría ir a San Sebastián a comprar un peso de puntería.
Había pocas personas sentadas en la tribuna, dos chicas tomaban atol de granillo en vasos de unicel y un señor leía el periódico con las piernas estiradas, sin poner atención al entreno de las chicas, que vestían uniforme con short amarillo y blusa roja, con vivos blancos.
Me fijé que en las paredes laterales, colgaba una serie de lonas con fotografías y nombres de algunos jugadores reconocidos. Pensé que eso era como un Salón de la Fama del Básquetbol Comiteco. Pensé que eso era una genialidad. En esos tendederos estaba parte de los pasos de este deporte en nuestra localidad, es el gran comienzo para armar la historia que nos otorga identidad. Sí, decenas de aplausos a quienes se les ocurrió esta iniciativa.
Con emoción recorrí de extremo a extremo las tribunas viendo las lonas con los rostros y nombres de los deportistas reconocidos. Sé, todo mundo lo sabe, que faltan más. Ahí están todos los que son, pero no son todos los que merecen estar. Hay nombres y caras que faltan. Pero, insisto, aplaudo la iniciativa. Me dio gusto encontrar un cristal luminoso del vitral de este deporte. Vi caritas que reconocí de inmediato, otras no las identifiqué, porque, digo, ya no volví a ser espectador de este deporte. Pero sí vi rostros amigos de dos o tres que llenaron de agitación la cuerda al sentarme en la tribuna: Julio Sánchez Morgan, el famosísimo Chenco (porque es zurdo) y Mariano A. Penagos García, el no menos famoso Camello. Dos basquetbolistas supremos de aquellos tiempos de mi adolescencia. Vi sus rostros y escuché las ovaciones cuando encestaban, la algarabía que provocan en las tribunas con sus magistrales jugadas. ¡Grandes maestros! Maestros como los demás ahí reunidos.
Esa mañana no vi la duela, caminé al lado de ella, viendo a lo más alto de la tribuna. En tendederos estaban colgados los pendones del honor. Hice, mentalmente un pase de lista, al leer los nombres de ellos y escuché que, en lugar de decir ¡presente!, decían: ¡por el honor de Comitán!, y encestaban.
Leí los siguientes nombres:
Armando Vidal Tovar, Ernesto Castellanos, Jaime Sánchez Castillo, Óscar Salvador Gómez, Mariana Penagos Culebro, Mariano A. Penagos García, Carmelita Espinosa Hernández, Óscar A. Espinosa Aguilar, Guadalupe Ruiz Guillén, Armando Vidal Avendaño, Guadalupe Meza Caballero, Roberto Vidal Avendaño, Julio Sánchez Morgan, Horacio Nucamendi León, Jorge Culebro Ceballos, Lourdes Guillén De León, Roberto Bonifaz Caballero, Carlos Miguel Sastre Maytín, Julieta Porras Casillas, José Rafael Zepeda Gordillo, Roberto Bonifaz Alfonzo, Cleofas Domínguez Guillén y Manuel González Fonseca.
Posdata: el auditorio municipal Roberto Bonifaz Caballero fue construido frente al edificio del mercado primero de mayo. Esa mañana me sorprendí gratamente al hallar la presencia de enormísimos canasteros y canasteras: en el mercado ofreciendo flor de calabaza, hinojo, chayotes, cacahuates, tzolitos, flores; y en el auditorio ofreciendo gajos de luz.
viernes, 15 de julio de 2022
CARTA A MARIANA, CON COINCIDENCIAS CULTURALES
Querida Mariana: quienes aman viajar hablan un idioma especial. La comiteca que viajó a París este año o el anterior tiene una coincidencia cultural con la sueca, con la hindú, la japonesa y la rusa que también estuvieron en esa maravillosa ciudad y visitaron el Louvre, caminaron por la orilla del Sena y estuvieron en Montmartre.
Nuestra paisana posó su mirada en los mismos espacios donde las miradas de ellas también hicieron un nido instantáneo, claro, sus lecturas fueron muy especiales y únicas, pero si las sentáramos juntas, frente a una mesa con fotografías de los tres espacios, una cinta de luz las uniría, como si hablaran el mismo lenguaje. No sólo reconocerían los espacios que ya serían comunes, sino que, también, las uniría el tiempo compartido, un tiempo de pandemia, que modificó la rutina. Las cinco mujeres, a pesar de sus diferencias culturales, sobre todo del idioma, compartirían una experiencia cercana.
Esta cercanía no sólo se da en quienes trepan a aviones, autos, ferrocarriles, yates o burros, ¡no!, también aparece en quienes comparten gustos en diversas manifestaciones del arte. Quienes aman el cine y son fanáticos, por ejemplo, de la obra de Fellini, hablan el mismo idioma, sin importar en qué lugar del mundo vivan. Lo mismo sucede con la danza, con la pintura, con la literatura, con la música.
Hay una cercanía inmediata en los seguidores de las canciones de Maná o de Santana o de Who o de Beethoven o de Mozart o de Los Tigres del Norte.
He viajado a París a través de la literatura, del cine y de Google Maps, pero jamás tendré el referente cultural de quien ya caminó esa ciudad. No obstante, sí tengo cercanía con los millones de personas que han leído “Rayuela”, de Julio Cortázar. Imaginá un salón donde hay diez lectores que han leído y releído “Rayuela”, porque es una novela que les gusta mucho y que los diez lectores son hablantes de lenguas diferentes. Las diez personas tendrían una incapacidad natural para comunicarse en forma oral. Imaginá que estás frente a un hablante de japonés, de ruso y de polaco, idiomas que desconocés, ¿cómo entender lo que ellos dicen? La posibilidad de comunicación es muy difícil. Imaginá estar frente a un libro escrito en chino. ¡Pucha! Te sorprendería la belleza de los ideogramas, pero nada entenderías. Sin embargo, y es lo que deseo expresar, los lectores de “Rayuela” tienen una hermosa coincidencia cultural. El que habla español o francés podría, perfectamente, abrir el libro en el famoso capítulo 7, ¿lo recordás?, el que dice: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca…”
Vos sabés hablar inglés, yo no, sin embargo, si estuviera frente a la versión gringa o inglesa y leyera: “I touch your mouth, with one finger I touch the border of your mouth…”, entendería de inmediato, porque es un puente que he recorrido varias veces y juro que abriría el texto en japonés y al ver los primeros ideogramas, sin saber ni papa de ese idioma, “sabría” que ahí, de derecha a izquierda, dice: “Toco tu boca…”
Es una obviedad lo que digo, pero a mí me sorprende, porque ahí hay un punto de contacto, como el primer paso para cruzar un puente inalcanzable.
Los viajeros que han estado en los mismos lugares tienen ese punto de contacto, es como si hubieran leído el mismo capítulo, esta cercanía les permite coincidir, ser hermanos de estrella.
Posdata: es posible que seás amiga de un lector apasionado de la obra del brasileño Paulo Coelho aunque, sin duda, te llevarás mejor, digo yo, con un lector apasionado de la obra del brasileño Rubem Fonseca. Las coincidencias culturales son huellas de las personalidades. La vida es un poco como señalaba Chico Che: “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”; es decir, los amantes de Mozart con los amantes de Mozart; los amantes de los Cuisillos con los amantes de los Cuisillos. Puede existir amistad entre un fan de Mozart con un fan de los Cuisillos, pero habrá mayor entendimiento entre pares: “los Cuisillos con los Cuisillos, los Mozart con los Mozart”.
Posdata: la fórmula es sencilla, si a vos no te gusta el cine de terror, será difícil ceder ante la permanente invitación por parte de tu pareja que sí es fanático de ese género cinematográfico. Los buscadores de oro en minas tienen pocos puntos de contacto con quienes, todas las noches, buscan estrellas en el cielo.
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