jueves, 30 de abril de 2009

Aniversario de El Heraldo de Chiapas


Sucede que El Heraldo de Chiapas cumple hoy su quinto aniversario. Dámaris, editora de la sección de Cultura, me pidió, hace días, una foto para incluirla en un suplemento especial que se publicaría hoy. No soy muy de fotos. En una ocasión leí una sabia enseñanza zen: “No te tomes fotos con famosos”. Yo, que siempre soy incluyente, llevé al extremo la sugerencia. Siempre he sido así. Me gusta tomar fotos, no que me tomen.
¿Qué hago?, le dije a Paty, cuando le comenté la petición de Dámaris. Ella, sabia, me dijo: “Abrazá al Misha, así la gente mirará al gato y no a vos”. Acepté la sugerencia. Salí al patio de la casa y le pedí favor a ella que me tomara la foto. Abracé al gato, éste se hizo el remolón porque no aguanta que lo abracen (siempre que viene un afecto a la casa y lo quiere abrazar, el gato se trepa a un estante de fierro y no baja de ahí hasta que se asegura que mi afecto ya anda por el barrio de San Sebastián).
Una vez que Paty me tomó la foto, se la envié a Dámaris de inmediato, junto con una frase que me pidió.
Hoy, como a las nueve y media, José Antonio compró El Heraldo en el parque central. “Saliste en el periódico”, me dijo. Guardó el periódico. Cuando regresamos a casa le comenté a Paty que su gato había salido en el periódico. “¿Dónde está?”, me dijo. En el periódico. “Ya me lo dijiste, pero ¿dónde está el periódico?”. Lo tiene José Antonio.
Tuve que explicar que José Antonio lo tenía porque él lo había comprado. Paty me exigió ir a la Farmacia del Ahorro, del bulevar, para comprar otro. Paty insistía en ver a su animal. Cuando lo tuvo me dijo que recortará la foto y la guardará. A la Tasha (que es nuestra perrita salchicha) le habló como si hablara con una niña de ocho años y le dijo que el gato había aparecido en el periódico y que si ella -la perra- se portaba bien, un día de estos yo me tomaría una foto con ella para que saliera también en el periódico.
En ese momento tuve la intención de escribirle a Dámaris para suplicarle que no vuelva a pedirme una foto. Pero luego me arrepentí de mi apresurado pensamiento. Si Dios permite que yo llegue vivo al sexto aniversario del periódico y si la sección de Cultura sigue viva y si continúo escribiendo para ella y si a los directivos del periódico se les ocurre celebrar con un suplemento especial y si publican las caras de los colaboradores, tal vez convenga tomarme la foto en compañía de la Tasha. “Siempre salís con cara de bravo”, me dijo Paty el día que me tomó la foto. Por eso, le dije, por eso acepté tu sugerencia. Sé que los lectores de El Heraldo vieron al Misha y no al hombre con cara de chucho que lo acompaña.
Bendito el zen que sugiere evitar las fotos.

EN EL DÍA DEL NIÑO


Pensamos en nosotros, pero también en los otros. Los padres piensan en sus hijos, sobre todo quienes tienen “pichitos”.
El escenario aún no es aterrador. Pero, a veces, cerramos los ojos y algunas imágenes apocalípticas acuden como caballos desbocados. Vemos columpios vacíos y a niños detrás de las ventanas con cubrebocas para siempre.
¿A qué nivel llegará esta epidemia? Hasta el día de ayer, Comitán vivió como si no pasara nada. Las plazas estaban llenas de gente. Los alumnos de bachillerato que no acuden a las escuelas están en los carros, en los cafés, en las calles. Son más los que están afuera que quienes permanecen en casa. Muy pocas personas usan tapabocas.
Los afectos insisten en saludar de mano o de beso. Aún se incomodan si uno usa el saludo hindú o el japonés, sin contacto físico. Estamos tan acostumbrados a intercambiar saludos de contacto que no podemos evitarlos.
Pero, dentro de esa aparente normalidad, la gente piensa en la posibilidad de una epidemia de proporciones gigantescas.
Como acá nada agarramos en serio, los chistes ya están circulando con profusión, tal vez como una máscara que oculte el temor cierto. No queremos aceptarlo pero tenemos miedo, nuestras risas son nerviosas. A veces nuestra mente teje laberintos y nos azota imágenes dantescas.
Los padres piensan en sus hijos, sobre todo en las criaturitas, en aquellos niños que tienen uno o dos años. ¿Qué pasará si la contingencia nos rebasa? ¿Qué si la actividad económica se paraliza? ¿Si las escuelas siguen en suspensión? ¿Si los alimentos comienzan a escasear? ¿Si esta pesadilla se convierte en una realidad próxima?
La literatura y el cine han elaborado imágenes futuristas de un mundo en ruinas, de juegos infantiles sin uso, de bancas inservibles en parques desiertos. La vida siempre ha estado rodeada de un vacío que tiene la cara de una pandemia, y este rostro hoy está cerca.
Pensamos en nosotros, pero quienes son padres de familia piensan más en sus hijos.
Siempre hay una mirada de conmiseración hacia lo más frágil, hacia aquello que tiene la luz de la esperanza. A los hombres nos preocupa el futuro. ¿Qué será de estos niños que apenas están comenzando a caminar si la epidemia toma otras proporciones? ¿Quién jugará con las pelotas, con los globos, con los columpios? ¿Quién querrá más que ellos a las mascotas? ¿Qué será de este mundo que hemos agotado con nuestro desenfrenado materialismo?
Recuerdo que en los ochentas yo estudiaba arquitectura en la UNACH. El arquitecto España fue mi maestro. En ese tiempo nació su primera hijita y él, cuando le preguntamos qué sentía, nos respondió que estaba feliz pero tenía un afán de protección que incluso no quería que a su criaturita “le diera el aire”. Así son los padres, no quieren que algo cancele las sonrisas inocentes de los pichitos. Y ahora hay algo en el aire. Es el virus del miedo. Y contra el miedo, ya se sabe, no hay vacuna efectiva.

miércoles, 29 de abril de 2009

El viento le hace lo que la influenza a Juárez


Óscar Bonifaz me envió esta imagen que ya, sin duda, anda revoloteando por toda la red, pero la subo acá por si algún lector no la ha disfrutado.

Con aroma de tenocté


Vicky Gordillo me envió un correo hace rato. Ella recuerda algunas flores y usos. Creo que, en medio de esta contingencia, es bueno recordar que los hombres pertenecemos a la naturaleza. Nos hemos olvidado de una vida más sencilla.
Por esto, creo que vale la pena compartir este mensaje con los lectores de este cuaderno. Si hoy, al salir al patio de la casa o a la calle, vemos una flor y algo de su esencia nos toca, tal vez algo del universo modifique su curso equivocado.

Compadre:
He leído algunas de tus Arenillas y me han gustado, sobre todo porque algunas hablan de esta ciudad, sus costumbres (anteriores y actuales). Veo que te gusta platicar con personas mayores para saber de su época y sus recuerdos.
Me gustaría que escribieras algo acerca de los árboles y flores, que poco a poco van desapareciendo y se pierden en el olvido. Algunas de las que yo recuerdo son: la platina, con su flor blanca, que cubre toda la mata y con su aroma perfuma las huertas; el tenocté, con sus ramas de flor blanca y la leyenda de que cuando una pareja de novios pasa bajo el árbol, la novia se escapa con él; el ococ, que con sus flores en forma de brochitas en colores blanco, amarillo y fushia le dan mucha alegría al ambiente; la conocida flor de mayo que antes llamábamos juchuch, también aromática; la mosqueta, con su flor blanca y sus guías que cuelgan en los cercos y bardas. El árbol que ya no he visto desde hace muchos años es el de penumbra. Asimismo recuerdo la enredadera llamada velo de novia, que, precisamente, se usaba para adornar las iglesias en las bodas o adornar las casas siempre que había baile. Bueno, por el momento te envío estos recuerdos, porque por ahí hay otros. Luego te digo.
Saludos, no hay besos para evitar contagios.
Vicky

martes, 28 de abril de 2009

Pepenador de luces


Torre del templo de Santo Domingo de Guzmán, desde el patio principal del Centro Cultural Rosario Castellanos. Comitán de Domínguez, Chiapas.
Fotografía de Francisco Flores Medina.

Paco Flores no se asume como fotógrafo. No sé bien a bien cómo se manifiesta una vocación. ¿A qué edad Buñuel, por ejemplo, soñó con ser director de cine? No sé. Sí sé, en cambio, que Cortázar escribía desde muy pequeño.
Paco, ahora, carga su cámara digital a todas partes. Ahora, cualquiera diría, es muy sencillo ser fotógrafo, pero ¡esto no es cierto!
En los años sesentas, por ejemplo, quien llevaba una cámara fotográfica se asumía como un fotógrafo y quienes estábamos a su lado sabíamos que ¡era un fotógrafo! Hoy ya no es posible saber quién es quién, porque medio mundo tiene cámaras y celulares con cámara. Ahora cualquiera toma fotos, pero no cualquiera es un fotógrafo. Gracias a Dios todavía sigue existiendo una pequeña gran diferencia.
Ahora medio mundo escribe, pero no todo mundo es Cortázar; ahora, los avances tecnológicos permiten que muchas personas puedan elaborar sus propias "peliculitas", pero, creo estamos de acuerdo, no todo mundo es ni será Buñuel.
Hay gente que no aspira a ser Cortázar, Buñuel o el mejor fotógrafo del mundo. Toman fotos como quien toma un jugo de naranja o parte un pedazo de pastel. Así, sólo por el gusto. Paco, tal vez, se asume uno de ellos.
Sin embargo, yo veo en Paco una luz que prende otras estancias. Advierto un cierto interés, además de conservar la memoria familiar y de los afectos, por conservar una pequeña historia del Comitán de estos tiempos. Como si intuyera que la crónica visual de estos tiempos está en las manos de muchos aficionados.
Ayer leí la columna de Jacobo Zabludovsky en "El Universal", y leí la crónica de estos tiempos. Ahí, Jacobo se preguntaba: ¿Quién escribirá la crónica que leerán los lectores dentro de cincuenta años? Lo decía porque transcribió una crónica de los tiempos en que en México se dio la peste. Hoy, don Jacobo, la crónica la escriben cientos de blogueros y la preservan miles de fotógrafos aficionados en sus imágenes digitales. Claro, como siempre, las mejores fotos serán de los Bresson, y los mejores textos serán de los Cortázar. Pero la crónica del instante nos corresponde a todos.
De Paco es la foto que ilustra esta entrada. Él no se asume como fotógrafo, pero yo advierto en su mirada la misma luz que acá captó. Tal vez desde siempre soñó con ser fotógrafo, y ahora con sus cuarenta y tantos años de vida ¡ya halló el camino de su vocación!

lunes, 27 de abril de 2009

BOLETOS DE REVENTA



Mariana platicó que el hombre estaba detrás de un poste. Vestía una gabardina color aceituna, de la cual sacó un fajo con boletos que mostró de manera velada. Mariana subió dos escalones y volteó para asegurarse que el hombre no la seguía. El hombre continuaba en su lugar, se abanicaba con el talonario. Mi afecto venció el temor inicial y bajó hasta donde el hombre estaba. “Acá tengo los buenos, güerita”, dijo él y, con delicadeza, jaló a ella de un brazo. Dos policías aparecieron en la esquina, prendieron un cigarro, uno de ellos subió un pie a la pared y ahí se quedaron. “Hay pájaros en el alambre. Véngase para acá, güerita, acá le vendo lo que quiera”. Mi afecto apenas se opuso, siguió al hombre hasta una puerta donde una señora vendía unos elotes asados. Mariana sintió el ardor de la brasa del anafre, sintió el calor subir por sus piernas. Vestía una falda corta como si fuese una escolar. “¿De cuáles quiere?”, preguntó. Mariana iba a responder cuando vio a los dos policías que se dirigían hacia donde ellos estaban. El hombre de los boletos se metió adentro de la casa y se recostó sobre una hamaca, coloco los brazos debajo de su cuello. Uno de los policías saludó a Mariana y el otro pidió un elote.
“¡Qué burra sos! ¿No te dio miedo?”, preguntó Alicia, quien también oía la narración de Marianita. Lo preguntó como si Mariana contara una película de terror. Mariana se botó de la risa, dijo que, al contrario. Quien temblaba era la mujer de los elotes –tal vez porque se miraba a leguas que también vendía alguna otra cosa no tan inocente.
Mariana nos siguió contando y dos minutos después Alicia también se botaba de la risa. Sucede que los policías se alejaron, el vendedor bajó de la hamaca y volvió a preguntarle, de cuáles quería. Mi afecto le dijo que quería dos de la zona plata. El hombre buscó entre el fajo y le extendió el par de boletos. Ahí fue donde el prodigio hizo su aparición y a Alicia le dio un ataque de risa. “¿Qué?”, dijo Mariana. Los boletos no tenían algo impreso. El hombre acercó su aliento de fumador empedernido y le dijo a ella: “Son de primera fila, para que mire el cielo a todas margaritas, güerita”. Mi afecto dice que, igual que Alicia, la mujer de los elotes también se hamaqueaba de la risa sobre su silla pequeña.
¿Por qué yo siempre tengo una respuesta emocional diferente? A mí no me dio risa la anécdota. Mariana tampoco reía cuando lo contó.
Ahora que lo escribo puedo decir que a mí me asombró, me emocionó este revendedor que vendía boletos para ver el cielo. Creo que Mariana también sintió lo mismo que yo, porque cuando ya estábamos solos en el café de la Casa de la Cultura, frente al parque central de Comitán, me dijo que le pagó los doscientos pesos que le pedía el hombre. Me confesó que no fue por temor (el hombre la miraba fijamente), ni tampoco fue por compasión. Pagó los boletos porque, igual que yo, pensó que era una maravilla que, en estos tiempos tan de pies sobre la tierra, alguien se atreviera a proponer una insólita mirada. Mientras pedía un café capuchino, mi afecto abrió su bolso y me mostró los dos pedazos de papel, los colocó en mi mano derecha y dijo: “Sos mi invitado de honor, ¿aceptás?”.
Como, por fortuna, los boletos no tienen hora, ni lugar fijo, ni día, quedamos en que aprovecharemos “las entradas” para una noche en que haya luna. Tendremos asientos de primera fila.
Mariana tomó un sorbo de café y me preguntó si yo compraría unos boletos de platea para el partido de fútbol entre la nada y el todo. Yo sonreí y le dije que dependía. ¿De qué? De la mujer que me lo ofreciera. Ella sonrió, sacó su libreta y cortó dos pedazos de hoja. “Acá tengo lo que quieres, güerito”, me dijo. Yo abrí mi cartera y le mostré que no tenía billetes para pagar. Propuso entonces algo como un canje, pero, como dijera nana Goya, esta es otra historia.

DE RAYAS Y PUNTOS


Abrí este chunche y hallé que es aniversario de Morse, el inventor de la clave.
Fue en la ciudad de México donde descubrí este uso. Un maestro universitario me contó la anécdota. Contó que estaba como sinodal y, en medio del silencio apabullante del salón donde estaban los muchachos presentando el examen, escuchaba algo como el repiqueteo de un pájaro carpintero. Al final, otro sinodal se dio cuenta que afuera del salón estaba un muchacho que le pasaba todas las respuestas en clave morse al compa que estaba adentro. El muchacho de afuera, quién sabe porqué artes había conseguido copia del examen. Ambos muchachos habían estudiado un tiempo en el Colegio Militar.
Supe entonces que el aparato raro que usaban los telegrafistas servía para enviar mensajes con esta clave.
Los puntos y rayas de la clave Morse se me hacen tan lejanos como los lenguajes taquigráficos. Todo se resume en una serie de puntos, rayas y culebras retorcidas. Todo es como una fotografía en sepia.
Hoy que vi la palabra Google escrita en clave Morse los años sesentas se arremolinaron en mi cabeza.
El envío de telegramas exigía una redacción apretada. Con el mínimo de palabras debía expresarse un mensaje totalizador. "Llegué bien (punto) Universidad maravillosa (punto) Tíos bien (punto) Necesito trescientos pesos (punto) Saludos (punto)"
Era raro, pero las comas no se usaban. Todo enunciado se cortaba con puntos. Tal vez era porque el propio lenguaje así lo demandaba. La clave Morse emplea puntos y rayas (nunca comas). ¿Cómo se representaba una raya en el aparato que usaban los telegrafistas? Quién sabe. ¡Qué complejo!
Como ahora todo es más fácil. Coloco la palabra Comitán en un traductor y me entrega lo siguiente: _._. /_ _ _ /_ _ /.. /_ /á_. / (advierto además que las palabras de telegrama debían ir sin acentos).
Para los neófitos esto nos resulta tan complejo como una integral o derivada para el estudiante del sexto grado de primaria.

domingo, 26 de abril de 2009

PANDEMIA


Un afecto me dijo que en Comitán campea la mediocridad. Puso de ejemplo su profesión, me habló de cómo varios de sus colegas realizan trabajos medianones.
A mí me llamó la atención una estadística que apareció en El Heraldo de Chiapas, a propósito de la afluencia de turismo durante la pasada semana santa. Tuxtla captó más de doscientos millones de pesos, San Cristóbal también superó los doscientos millones, Comitán apenas rebasó los veinte millones.
Es comprensible, en nuestro pueblo no tenemos la capacitación suficiente. Ahora que se efectuó el Festival Internacional de la Cultura y del arte Rosario Castellanos tuve la oportunidad de saludar a Ricardo Cuéllar, quien fue mi maestro en la Universidad. Él vino con Cynthia, su hijita. El primer día que nos saludamos quisimos ir a tomar un café. Como yo no soy muy de cafés y de ajos sociales, un amigo nos sugirió fuéramos a tal cafetería. La hallamos cerrada, entonces el compa propuso que fuéramos al restaurante de un hotel que está cerca de la cafetería cerrada. ¡No tenían servicio! Preferimos platicar en el parque. Por la tarde, Cynthia entró a una cafetería (vaya, pensé, no todo está cerrado). Ricardo y yo fuimos a la develación de la placa en la que fue casa de Rosario. Media hora después (lo juro) Cynthia llegó molesta. Todo ese tiempo la tuvieron esperando por un capuchino que pidió. Al final nunca la atendieron.
Es una pena propia. Es una verdadera pena.

sábado, 25 de abril de 2009

Las cajas de luna


Adentro de una caja de cartón conserva las cartas. Al fondo de un mueble de madera tiene la caja, detrás de un montón de mascadas de seda. Los sobres que contienen las cartas son de color rosa. La cinta que amarra el atado de cartas tiene el mismo color. Son cartas de mi novecientos cincuenta y cuatro. De cuando él era su novio, de cuando él estaba en Comitán y ella en la ciudad de México, de cuando le pidió que se casara con él.
¿Y ahora? ¿y dentro de cincuenta años qué recuerdos conservarán las mujeres? ¿Conservarán un dvd que contenga los "mensajes" que en este 2009 les envían sus amados?
Tal vez un día, dentro de cien años, los hombres apreciarán estos dvd's porque ya otra innovación habrá terminado con ellos. Tal vez, los hombres (con la misma "saudade" con que hoy escribo) extrañarán esos mensajes que por internet enviaban los abuelos a sus amadas.
Mientras tanto, hoy, digo que el mundo extraña las cartas que tardaban "siglos" en llegar. Ahora que la comunicación es instantánea, que todo parece acercarse a la velocidad de la luz, hay una cierta nostalgia por las viejas cartas. Por esto, a veces, la veo retirar las mascadas, sacar la cajita de cartón y acariciar el atado de cartas. Como si pudiera, por un extraño efecto de ósmosis, traducir los olores de los años cincuentas del siglo pasado. Tal vez sus manos leen las esencias, tal vez sus huellas digitales recuperan las huellas de los siglos. Tal vez.

viernes, 24 de abril de 2009

GRANOS DE ARENA (15)



HISTORIA DEL HOMBRE QUE CONFUNDÍA LA PALABRA PEZ CON LA PALABRA PAZ
Llegó a la librería y compró un libro de Octavio Pez sólo para confirmar que “El Paz por la boca muere”.

DE RELOJES ADELANTADOS
Un chiapanaco es aquél que cuando alguien dice: Inició el horario de verano, él escucha: Es hora de ver el ano.

DE SUCESOS MÁGICOS
Era un nativo que nunca había visto un objeto. Se sorprendió cuando el extranjero sacó un objeto, apuntó, apretó, y luego le dio un papel donde estaba su rostro. “Esto es una foto”, le dijo el extranjero. Al día siguiente el extranjero llegó con otro objeto, el nativo pensó: “Yo le tomaré la foto ahora”. Tomó el objeto, apuntó, apretó y el extranjero murió de un balazo en la frente.

HISTORIA PARA LA HORA DEL JUGO DE NARANJA O LA HORA DEL TÉ
Marianita miró el cielo y pensó que si las nubes están cargadas de agua, alguien -allá arriba- las exprime como naranjas cada vez que llueve.
Otra tarde, Marianita miró a su mamá que lloraba en una esquina de su cuarto. Pensó entonces que su mamá tiene nubes en medio de los ojos y algo -allá adentro- las exprime.
Ayer, Marianita me contó que antenoche jugó con su novio de la prepa y descubrió que también ella está llena de nubes radiantes. Yo entendí.

LA PREGUNTA CÉLEBRE DE UN CÉLEBRE CLON
“¿Acá es el cumpleaños de los cien años de Soledad?”. Pregunta que hizo don Gabriel García Márquez (carpintero del barrio de San Sebastián y primo de la Chole García) a la muchacha que le salió a abrir cuando él tocó la puerta de la casa.

LOS HILOS DEL DICTADOR
Adolf Hitler se recostó sobre el diván del psicólogo Sigmund Freud y le dijo: “Tengo un problema, compa Freud, como ya invadí todos los territorios del sueño ahora no puedo dormir”. “No te preocupes, mi buen Adolfito, ¡cuenta ovejas!”. “No me digas esto, cabrón, a todas ya las metí al horno crematorio”.

TRES PREGUNTAS GASTRONÓMICAS PARA RESPONDER CUANDO EL NIÑO TOMA LA MAMILA
Si lo que en otra parte llaman “judía” es lo que acá llamamos “frijol”, ¿la mujer del judío errante es doña frijola saltarina?
¿Qué les sucede a los guisantes cuando los guisas después?
¿“Receta” es el rezo que entonan los miembros de la ETA antes de hacer un acto terrorista?

RUPTURA AMOROSA
“Eres un tal por cual” dijo la pared refiriéndose al portal, pero éste dejó que el viento pasara por debajo de sus arcos y le hiciera lo mismo que le hizo a Juárez.

UNA CELEBRACIÓN “CAÑÓN”
El día que el Cañón del Sumidero sea declarado como una de las siete maravillas naturales del mundo, él no podrá autofestejarse con alguna salva.

A MANERA DE “COLOFÍN”
Oído en el parque central de Comitán: “Aquel taxista que va allá es un abusivo, el otro día me cobró con horario de verano: ¡le adelantó un peso a la tarifa!”.

jueves, 23 de abril de 2009

LAS PALABRAS ENREDADAS


Marce entra a este cuaderno desde Oaxaca. Si la luz está enredada con intensidad en algún lugar este lugar es Oaxaca. Los colores de Tamayo no son casualidad. Provienen de las plazas y mercados de Oaxaca. Los mexicanos no lo advertimos pero cada lugar tiene su propia luz. Imagino que la luz del desierto es diferente a la luz de la selva. Así, cada hombre tiene su propia luz.
Imagino a veces que los hombres y las mujeres con quienes me topo son como lugares. Algunos afectos los veo como glaciares, como si su piel estuviese llena de pingüinos que caminan apresurados con pasos menudos. Tengo un afecto que es como el bosque de los Lagos de Montebello, cada vez que estoy cerca de ella un viento de hamaca me seduce.
Marce, igual que yo, ama a Comitán. Ella, por ahora, vive en Oaxaca. Yo tengo el privilegio de vivir en nuestro pueblo. El otro día confesé lo que es una certeza en mi corazón y en mi intelecto: el único pueblo capaz de ser como un bálsamo para el comiteco que no vive en Comitán ¡es el pueblo oaxaqueño! Y mi convicción fue tan alta que por ahí la palabra compensación se enredó en algún azul y escribí compensanción.
Desde ayer la palabra compensanción está parada sobre mi árbol, como si fuese uno de esos pájaros que revolotean sobre las ramas sin emprender el vuelo. ¿Por qué escribí compensanción? Al principio pensé que había sido un "error de dedo" (como sin duda lo fue), pero luego pensé que esta palabra contenía alguna señal (como sin duda lo fue). ¿Cuando algo nos compensa nos sanciona a la vez? La compensación es como recibir un color azul cuando queríamos un rojo. El color está ahí pero ya es otro. ¿En dónde se queda el deseado?
Durante los nueve o diez años que radiqué en Puebla mantuve correspondencia con un afecto comiteco. Cada vez que me despedía usaba la palabra compensación. Ahora escribo algo como ejemplo: "A falta de doña Lolita Albores tengo como compensación la mujer que vende tlacloyos en el Mercado Independencia". Siempre relacionaba alguna nube de mi pueblo con las novedosas nubes que descolgaba en cielos poblanos. Siempre acepté lo que tenía enfrente, pero siempre anhelé el cielo de mi infancia.
La sanción fue no estar con mi gente, en mis calles, por mis cielos; pero la recompensa fue sublime. Ahora sé que tuve que irme para hallar el hilo que Dios usa en sus "textiles".
Intuyo que, a veces, Marce deseara estar en nuestro Comitán. Lo intuyo. Pero sé que Dios está en el viento que respira en aquella tierra, y sé que ese aire es el que prende la flama de su vela contra todo razonamiento físico. Es la hermosa ley de la compen-sanción.

miércoles, 22 de abril de 2009

LA LÍNEA RECTA ES LA DISTANCIA MÁS CORTA ENTRE DOS PUNTOS



Ahora sé de dónde viene mi afición por los puntos (dije ¡puntos, puntos!). El otro día estaba sentado al lado de mi mamá, veíamos un programa de televisión. Ella tejía y yo tenía un libro para la hora de los comerciales. Siempre me entusiasma la ubicuidad de su oficio. Ella teje y mira la televisión al mismo tiempo, sin ningún empacho. Yo no puedo hacer lo mismo. Si pinto o leo o escribo debo estar concentrado en la línea del objeto; es decir, siempre debo seguir la línea. Mi mamá ¡no! Sólo a la hora que cuenta los puntos de su tejido suspende ambas actividades y se concentra en una.
Ahora sé de dónde viene mi afición por los puntos. Mi mamá, a su manera, es una “puntillista” del tejido. Las obras de arte que teje no son más que la unión perfecta de algo que ella llama puntos (imagino que las demás tejedoras, Penélope incluida, también llaman así a estos maravillosos entramados de donde salen los suéteres y las blusas que visten).
Un número determinado de puntos hace el prodigio de un tapete que luego adorna un objeto de la casa o del suéter que amorosamente me obsequia. Mi mamá se concentra en su labor para no perder un punto o para no perder la escena cinematográfica en donde Sissy llega al palacio real. Por uno de esos secretos que posee la naturaleza, ella no pierde nada de ambas actividades. Mi mamá es un poco como doña Lolita Albores, quien fue cronista de Comitán y tenía la facultad de oír la radio, ver la televisión, escuchar la conversación de Óscar Bonifaz, cuidar a su nieto y atender a una parturienta ¡todo al mismo tiempo!
La labor de mi mamá es paciente. Ella sabe que ni el universo ni París se formaron en un día. Digo París y digo universo porque los tejidos de ella tienen algo de esos aires de Montmartre o de esas galaxias que están a mil millones de años luz, sin que ella conozca París ni haya viajado a la primera estación espacial que está a media cuadra de la luna. Mi mamá -no exagero- acomoda el universo cada tarde desde un sillón de la casa.
De ella heredé mi afición por los puntos. Sé que la línea que persigo todos los días no es más que una interminable sucesión de puntos. Me llama la atención el punto que está tirado en el suelo, el que está en la pared, el que es como un lunar en la espalda de una muchacha bonita. Me gusta buscar puntos en todos lados, el que está oculto en el bolígrafo y aparece a la hora que lo deslizo sobre el papel. Confieso que me gustaría descubrir el punto G en la geografía de mi amada. Sé que el universo no es más que un infinito punto y que el sol siempre está a punto. Me gustan los puntos porque sé que de ellos nace todo.
Mi afición por los puntos nació con mi primer aliento. A mi mamá, ¿de dónde le viene el gusto por su oficio de maravillosa tejedora? Ella me cuenta que bordaba en la escuela; es decir, lleva tejiendo más de ¡setenta años! Sé que esta edad no tiene nada que ver con la edad del universo, pero si el universo aún existe es porque mi mamá ha sido persistente en no perder ni uno solo de los puntos que teje. A veces la veo como si ella fuera una Remedios Varo o una Leonora Carrington porque, igual que éstas, sus sueños tienen ríos que vuelan y pájaros a punto de vuelo.
Mi mamá dice que debe estar pendiente de su tejido porque “los puntos se van”, lo dice así como si los puntos tuvieran vida, como si fueran cochinillas del jardín. Yo le creo. Lo creo porque las líneas que yo escribo o pinto o leo también son ligas de puntos que “se van” por caminos que uno nunca sabe. En ocasiones sucede que leo y las líneas “se me pierden” y quedo viendo los caminitos verticales que aparecen entre el texto de una hoja; a veces, cuando escribo, la idea original se extravía y aparece otra que estaba enredada quién sabe en qué sueño, de quién, de cuándo.
El universo es un punto infinito y nosotros no somos más que una sucesión de sueños. Los sueños también son puntos y los puntos crecen por los sueños.

martes, 21 de abril de 2009

Somos El Hombre


El Hombre justifica todo, incluso la presencia de Dios. La ciencia actual investiga sistemas solares en el universo. El hombre desea saber si hay posibilidad de que en algunas otras regiones del universo exista algo similar a lo que acá llamamos hombre.
Ayer me enteré que Stephen Hawking está enfermo. El hombre que elabora teorías sorprendentes acerca de los enigmas del universo ¡está enfermo!
En Oaxaca, en la casa de un afecto, conocí una pared que tenía pintada una jaula. Era muy real, casi casi como si fuera verdadera. Era tan real que de lejos creí que el canto provenía de ahí. Cuando me acerqué me di cuenta que era una pintura y que el canto provenía del árbol del patio. Me senté en una poltrona que había en el corredor y mi afecto me llevó una cerveza (en ese tiempo me gustaba tomar cerveza bien fría, a pico de botella. Le ponía un poco de limón y sal a la boca de la botella, como si fuese una lata. Me gustaba acompañar la cerveza con botana. En esa ocasión, ella me llevó unas pequeñas tostadas con camarón seco y un plato con chapulines, sólo para confirmar que estaba en la tierra de Toledo y que estaba en el corazón de su casa). Mi afecto se sentó a mi lado, cerró los ojos y me dijo: "Pinté la jaula porque la libertad sólo se atrapa a través de lo creado". En ese momento no entendí lo que me quiso decir. Ahora pienso que tal vez tenía que ver con lo que Stephen intentó todos los días.
¿Estamos solos en el universo? Creo que es una osadía y una gran soberbia pensar que los terrícolas somos "los dueños" de esta inmensidad. Por pensarlo así es que los hombres somos tan pequeños, tan miserables. Todos los días estamos empecinados en acumular riquezas, por ejemplo; en dañar a la naturaleza; en tratar de resolver lo minúsculo, lo intrascendente. Por esto, ayer que me enteré que Stephen está enfermo me dio un poco de tristeza, como si tomara un poco de té y lo hallara frío. Recordé que cuando era niño y me enfermaba de la garganta me hacía mucho bien tomar el té calientito, con un poco de miel. Algo de la miel de este universo estuvo amarga el día de ayer.

lunes, 20 de abril de 2009

F - estival


Regresa el estío. El festival internacional Rosario Castellanos llegó a su fin el día de ayer. Como en todo, hubo luces y sombras. Dentro de estas últimas varias ausencias importantes que molestaron al público: No llegó Carlos Navarrete, Ricardo Rocha, Laco Zepeda; por lo que hubo necesidad de cubrir dichas ausencias. Una de las luces fue la presencia de Dolores Castro (quien sustituyó a Ricardo Rocha). Doña Lolita tiene 86 años e hizo el esfuerzo (no puedo llamarlo de otra manera) de venir a Comitán para rememorar a su amiga. Con su voz deldaga de cristal a punto de quebrarse, con cierto temblor en sus manos y una ostensible dificultad para caminar, doña Lolita se embarcó en esta aventura donde los comitecos agradecemos su presencia. Algunos compas me dijeron que no asistirían porque ¿qué de novedoso podía decir "la viejita"? Tal vez la novedad estuvo en su presencia. A sus ochenta y feria de años sigue lúcida, simpática, tiuca frágil que aún intenta el vuelo. Héctor Cortés Mandujano -destacado escritor que anduvo por ahí- me comentó que en una ocasión alguien le preguntó porqué no había descollado más en el terreno de la poesía así como había descollado su amiga Rosario. Dice Héctor que doña Lolita dijo: preferí casarme, tener hijos, ¡ser feliz! Así la vi, feliz por el momento. Ahora puedo recordar su imagen, de espaldas, apoyándose en un bastón, caminando por el corredor de la Casa de la Cultura, yendo hacia la puerta de salida. Conforme con lo que la vida le dio, con lo que decidió. Rosario eligió otro camino, uno más lleno de reflectores ante el público, pero miserable en su vida personal.
Sí, de plano, la presencia de Dolores Castro fue un acierto. ¿Volveremos a verla por acá? Lo dudo, por eso su presencia fue una motita de luz.

domingo, 19 de abril de 2009

El deseo sin deseo


¿Bromeas?, me pregunta Mariana y yo, con cierta pena, le digo que no. Es cierto lo que digo: Nunca deseé tener una bicicleta. Yo veía cómo mis amiguitos "se morían" por una bicicleta. Cada año la pedían en la carta al Viejito de la Noche Buena. A muchos les fue cumplido su deseo y los vi maravillarse la mañana del veinticinco y trepar sobre ese deseo y salir a la calle de un Comitán cuyas calles eran tranquilas.
¿Y entonces qué deseabas?, me pregunta Mariana, y yo, con cierta pena, le digo que no sé. No recuerdo. Es como si hubiese sido un niño sin deseos. Nunca aspiré a más. Tal vez sentía que lo tenía todo. Era yo feliz sin posesiones buscadas. Claro, como fui un niño consentido (recuerden que soy hijo único y mis papás me mimaron hasta el extremo. Mi mamá aún me cuida y me protege en demasía y yo lo agradezco y lo acepto con humildad), tenía objetos especiales que mis compas no tenían. Poseía, por ejemplo, un carro de pedales. Era un carro color plata, el hijo de la sirvienta se encargaba de empujar el carro para que yo tomara más velocidad. No había necesidad de salir a la calle (mis papás jamás lo hubieran permitido) porque mi casa era enorme y bastaban los cuatro corredores con piso de ladrillo para imaginar que era el circuito más grande del mundo.
Nunca ambicioné, nunca deseé algo en especial. Es extraño. Ahora ya mucho mayor, casi casi me sucede lo mismo. Soy feliz con lo que tengo.
Ahora que sigue de moda un libro y un documental que nos transmite "El secreto" y donde "en secreto" nos dicen que podemos poseer lo que deseamos simple y sencillamente a través de la Ley de la Atracción veo un carro de esos apantallantes y pienso que yo no podía treparme a uno de esos (es decir, como una posesión mía, me trepo, claro que trepo a esos autos vanguardistas porque muchos de mis compas -que en la infancia no tuvieron el carro que yo tuve- ahora los poseen).
¿De verdad no deseás nada?, insiste Marianita. Sí, por supuesto, dejaría de ser humano de no hacerlo. Pero "no muero" por "las bicicletas". Me gustaría conocer París. Ir en un viaje que tarde un mes, por ejemplo. E imaginar que París es una isla en medio del mar (justo a la mitad del mar Índico, por ejemplo). De tal suerte que no puedo salir de ahí. Al mes, cuando regrese a Comitán y mis compas me pregunten qué conocí les diré ¡París!, y cuando alguien me preguntara si no aproveché a ir a España (tan cerca, tan bonita) diré que no sabía que se podía viajar para allá. Claro, en el fondo lamentaré no haber ido a Italia, a la tierra de mis ancestros. Pero sé que entonces ya tendré un deseo para pedir en mi carta al Viejito de la Noche Buena: ¡Un viaje a Florencia!
Nunca aprendí a montar bicicleta. Una vez Rafa, que en nuestros tiempos de secundaria tuvo la primera minimoto que existió en Comitán, quiso enseñarme a manejarla, pero yo le agradecí. Nunca me ha llamado la atención lo que implica un riesgo. Soy un hombre sosegado. Tal vez por esto no ambiciono más de lo que Dios, a manos llenas, me da. Vivo en Comitán, con mi familia que está bien. Por esto, año tras año mi carta al Viejito de la Noche Buena se queda vacía. Aún está en espera de hallar la palabra exacta que traduzca mi mayor deseo.

sábado, 18 de abril de 2009

DOCUMENTO PARA LOS INVESTIGADORES DE LA OBRA DE ROSARIO CASTELLANOS


Este documento permanece en el Centro Cultural Rosario Castellanos, de la ciudad de Comitán de Domínguez.
En el tiempo en que el Licenciado David Esponda Argüello fue director de dicho Centro, un pariente de Rosario Castellanos, avecindado en Tabasco, donó dicho documento.
La letra corresponde al Ingeniero César Castellanos, padre de Rosario.

Los caminos recorridos


¿Existen lecturas mejores? Es decir, ¿un lector profesional tiene una mejor lectura que un lector no avezado? ¿El lector de "El Quijote" del siglo XVII tenía la ventaja de lo contemporáneo, respecto al lector del siglo XXI? ¿El lector de estos tiempos tiene mayores elementos de análisis?
¿Quién lee mejor a William Faulkner: el lector que nació y vive en Argentina, o el lector que nació y creció en la misma región donde se desarrolla la obra de Faulkner?
En una ocasión, conocí en Tuxtla a un investigador de una universidad de EEUU. Su tesis doctoral la estaba preparando acerca de la obra literaria de Revueltas. Su trabajo sonaba interesante pues relacionaba los pájaros y el vuelo en la obra del autor mexicano. Pero su desconocimiento del contexto mexicano lo orillaba a ciertas incorrecciones. Lo oí hacer una gran metáfora poética respecto al dicho de "pájaro de cuentas". No sabía que acá en México esto alude a un delincuente, a un pícaro.
Tal vez por esto, desde siempre, he considerado que los comitecos somos los mejores lectores de la obra de Rosario Castellanos; es decir ¡podemos serlo!
Si aplicáramos un poco de rigor académico lograríamos hacer la gran lectura de Rosario.
El día de ayer, dentro del Noveno Festival Internacional, dos académicas comitecas participaron en el foro. Esto fue como una señal. Angélica Altuzar y Silvia Álvarez nos compartieron su mirada. Ellas, por haber nacido acá, conocen los ladrillos que habitan los corredores de la casa de Rosario. Esto es una buena señal.
Así como los lectores de habla española tienen la ventaja del idioma con respecto a los hablantes de otras lenguas a la hora de leer a Cervantes, así los habitantes de Cartagena tienen cierta ventaja con relación a nosotros a la hora que leen los Cien Años de Soledad, de García Márquez.
Los comitecos conocemos esas calles empedradas que aparecen en "Balún Canán", sabemos los giros lingüísticos que ahi vuelan. Tenemos cierta ventaja sobre los lectores de otras partes del mundo, pero, parece, no la hemos aprovechado. Da pena reconocerlo, pero los comitecos hemos desperdiciado la gran oportunidad de ser paisanos de Rosario. La hemos desperdiciado en muchísimos sentidos.

viernes, 17 de abril de 2009

LA CASA DE TODOS LOS DÍAS


¿Qué es una casa? ¿Exagero si digo que es algo como la caricia de una madre? No sé ustedes, pero cuando llego a casa, cuando estoy en ella, yo siento mucha tranquilidad. Fuera de casa debo estar pendiente de no resbalar en las banquetas o de evitar los autos que pasan desenfrenados o de no pisar sobre una cáscara de plátano o de mango (a mis paisanos les encanta botar las cáscaras sobre el suelo). En mi casa todo -dentro de su modestia y desorden- está limpio y ordenado. Dedico varios minutos al día a conocer mi casa. Desde el día que llegué (hace ya casi un año) comencé por la pared que colinda con el terreno de a lado. Es un muro de esos que llaman divisorios, divide mi propiedad con la del vecino (¿existen muros que no sean divisorios?). Del lado de mi casa está pintado de amarillo, entiendo que mi suegro mandó a pintarlo de ese color y yo lo he respetado (en parte porque no tengo dinero para cambiarle el color y en otra parte porque dicho color me recuerda que muchas cosas están embarradas de sol, de oro). Cada día reviso un pedazo, me voy apropiando de él poco a poco. El ejercicio pareciera inútil, pero no lo es. A veces me coloco al lado de la pared, en medio de las macetas con orquídeas, y miro el cielo y pienso en la sensación del hombre que estuvo así, igual que yo, frente al Muro de Berlín, por ejemplo. Es en ese momento que pienso que soy un hombre libre y sé que esta libertad me la otorga estar en el patio de mi casa. En una pared de mi cuarto existe una mancha de humedad. Esta mancha la vi crecer y me sentí fascinado, hasta que Paty me dijo que debíamos evitar su crecimiento, me dijo que las manchas en las paredes conforme crecen tragan el barro de los ladrillos y llega el momento en que los dejan sin calcio y los muros se van a pique como si fueran trasatlánticos en medio del mar. Debí llamar al maestro Odulio (quien es un albañil muy responsable) para que revisara la causa de la mancha. Subió a la azotea y después de unos minutos me dijo que esa mancha crecía por la humedad del tanque de agua. Al tanque le faltaba un flotador. El derrame de agua humedecía la pared. Desde el día que Odulio arregló el desperfecto la mancha dejó de crecer. Paty insiste en que debo pintarla, pero yo me resisto por el momento. Paty no sabe que, a veces, me dan ganas de treparme sobre la cama y "chochonear" con un trapo húmedo un pedazo de pared. Siento, no sé porqué, que el dibujo quedó incompleto. Conforme lo vi crecer la mancha tomó una forma. A veces era como un dinosaurio, a veces era un mamut de proporciones gigantescas. Era bonito despertar, prender la luz y hallar ese animal prehistórico a mi lado, como si hubiese emergido de mi sueño.
Para mí no es un ejercicio inútil. Todos los días dedico un tiempo a conocer de manera más cercana las partes de mi casa. Es un poco como pararme frente al espejo y mirar mis canas, los dientes que me faltan, las arrugas que me brotan como hongos. me gusta mi casa, me gusta mi cuerpo, me siento a gusto con ambos. En ellos vivo y doy gracias a Dios por ello.

jueves, 16 de abril de 2009

Deuda saldada


Ricardo Cuéllar Valencia y su hija Cinthia.

Sra. Tere Serrano Castellanos, Ricardo Cuéllar Valencia y Cinthia.

Sra. Tere Serrano, Ricardo Cuéllar Valencia, Sr. Gustavo Tovar Carrascosa, Betty Tovar Serrano y Blanca Tovar Serrano.

Ricardo Cuéllar Valencia.

Las fotos oficiales son otras. Son unas donde aparecerán el Presidente Municipal de Comitán, los funcionarios de Coneculta y algunos regidores del honorable ayuntamiento de Comitán (por cierto, estarán ausentes los regidores encargados del área de Educación y Cultura, quienes son priístas y por lo tanto pertenecen a un partido político diferente al que ostenta el Presidente Municipal).
Ayer, un poco después de las cinco de la tarde, en improvisada y modesta ceremonia, con ligeras gotas de lluvia, el Ayuntamiento actual saldó una deuda de años. Comitán se debía este reconocimiento en la figura de Rosario.
Mucha gente de todo el mundo tiene el referente de Comitán a través de Balún-Canán; es decir, a través de la obra de Rosario Castellanos. Esa gente, convertida en ese bicho raro y alucinante en el que nos convertimos todos cuando somos turistas, llegaba a Comitán y buscaba algunos indicios de la autora de esa obra literaria universal y no hallaba más que bustos escondidos en un centro cultural. Claro, el "rastreador experto" halla huellas en cada pared, en cada balcón y en cada mirada de los comitecos. Pero, ahora, la encomienda es más fácil. Ya el Ayuntamiento -dijeron que conjuntamente con el Coneculta-Chiapas que dirige doña Jane Guadalupe- colocó una placa en la fachada de la casa donde Rosario Castellanos vivió su infancia (por cierto, mi maestro Enrique García Cuéllar -experto en cosas del lenguaje- diría que la placa debió llevar una redacción más propia al clásico modelo de sujeto, verbo y complemento; es decir: "Rosario Castellanos vivió su infancia en esta casa", pero esto ya es otro ajo). Ahí está el origen de muchos universos y ahora, sin necesidad de telescopios, medio mundo puede advertir una huella luminosa. ¿Por qué los ayuntamientos anteriores nunca escucharon esta demanda que el pueblo de Comitán hizo durante muchos años? No lo sé. Los laberintos de la política están llenos de niebla. Vaya pues un reconocimiento al actual ayuntamiento, llenó un vacío que pareciera intrascendente y sin embargo podría ser el inicio de una acción que desentierre el espíritu comiteco de Rosario.
Las fotos oficiales serán otras y darán cuenta del momento en que las autoridades develan la placa. Las fotos que este espacio consigna muestran otro instante, uno que no se revelará en las fotos oficiales. Después que el acto terminó, a la hora en que algo como una manta de silencio se hizo le pedí al maestro universitario Ricardo Cuéllar Valencia se colocara al lado de la placa (Ricardo había participado en un foro durante la mañana), luego lo acompañó su hija y después la familia que ocupa la mitad de la casa donde vivió Rosario (la otra mitad la ocupa la familia del hermano de Gustavo Tovar, herederos ambos de esa casa que, es justo decirlo, nunca fue propiedad del papá de Rosario. Don César vivió en casas rentadas acá en Comitán. ¿Por qué? Quien sabe. Don César era un hombre pudiente, pero decidió no tener casas propias en el pueblo. Tal vez presagiaba que el destino lo llevaría al distrito federal).
La ceremonia de develación fue un acto muy modesto. El destino sabe que su trascendencia está en lo que significa de acá en adelante.

miércoles, 15 de abril de 2009

CALOR A 50 GRADOS


Hay lugares en México donde la temperatura sube a cincuenta grados. Esto dicen los expertos en clima. ¿A qué temperatura vivía Rosario Castellanos?
En Comitán hay calor, pero no a tales extremos. Acá la forja es más condescendiente. Basta que nos pongamos a la sombra para sentir, de vez en vez, un aire que refresca el ambiente y el espíritu.
Rosario Castellanos vivía -en los últimos años de su vida- inmersa en un calor de cincuenta grados o más. Sólo tolerable a través del Valium 10.
Dicen que en el infierno la temperatura es insoportable, los diablos se dedican a alimentar el fuego hora tras hora, en medio de la eternidad.
A partir de hoy y hasta el 19, sacaremos a Rosario de su nicho. El ambiente se calentará pero por la palabra, la música, la danza y la mirada. El corazón de Rosario volverá a latir, aunque sea por un rato.
En cuanto el festival termine volveremos a colocar a Santa Rosario en su nicho, donde las telarañas son cosa de todos los días. Rosario regresará a ese clima infernal donde no hay Valium 10 que haga su vida eterna más tolerable.
Pobre Rosario, ¡siempre tan incomprendida, tan subida a la cruz en vida y en muerte! Niña -según ella- despreciada por sus padres; adolescente oculta; mujer siempre gris. Iluminada por los reflectores de la vida pública mientras su vida privada se alimentaba de la sombra propiciada por su amado Ricardo.
Pobre Rosario, dicen, los que lo han padecido, que un calor de cincuenta grados casi casi quema la piel. ¿Cómo está tu alma, tu espíritu? Pobre de ti, no hay Valium 10 que pueda ahora calmarte. Mientras tanto, acá, en tu pueblo, tu nombre es pretexto para calentar el ambiente.

martes, 14 de abril de 2009

Los puntos perdidos


A veces molesto a mi mamá. Soy como el gato que tira el florero. Mi mamá, que me quiere mucho, tolera mis excesos. El otro día estaba tejiendo y yo, como un pinche gato jodón, le jalé tantito una de las agujas. "No -dijo mi mamá- voy a perder el punto". Mi mamá es una mujer hermosa y delicada. Come como si fuera un pajarito y cuando la abrazo se queja porque no dosifico mi entusiasmo. Sucede que ella es como una tacita de porcelana, como una nube de esas que cuelgan de los cielos donde mora el Espíritu Santo.
A veces la veo suspender su labor para contar los puntos. Como si fuera una mujer china la veo repasar su dedo torcido sobre el entramado de hilaza, como si contara sobre un ábaco menos rígido. Sí, mi mamá tiene los dedos torcidos, una reuma ingrata los convirtió en ramas torcidas. Es lo único que tiene torcido. La bendición de Dios debe ser ésta: tuerce algún dedo a fin de que el espíritu sea una línea vertical llena de luz. Mi mamá es una mujer que me ama mucho. Yo también la amo. Si la molesto, de vez en vez, es porque no puedo eludir mi vocación de gato.
No sé, ¡yo qué voy a saber!, cómo es que una mujer pierde un punto a la hora del tejido. Tal vez cada línea de estambre debe tener un número determinado de "puntos". Tal vez por esto mi mamá se la pasa cuenta y cuenta, teje y teje, cuenta y cuenta. Cuando yo era joven le decía a mi mamá que tenía vocación de araña, porque se la pasaba teje y teje. ¡Qué tonto era yo! Ahora sé que su vocación es ordenar los puntos en que el universo tiende sus líneas más tenues. Ahora sé que si mi mamá pierde un punto algo del universo comienza a inclinarse como si fuera la Torre de Pissa. Como ahora lo sé bien, procuro molestar a mi mamá sin que sea una gran molestia, como si simplemente yo fuera un gato y alargara una pata y la tocara leve, sólo para decirle que estoy con ella, para hacerla sentir amada. Sé que es difícil entender esto, pero soy un convencido de que cada hombre tiene sus muy particulares formas de decir: ¡te amo! Ella, mi mamá, que me quiere mucho, tolera todos mis excesos, todos mis particulares modos de decirle que la amo, que doy gracias a Dios por tenerla a mi lado, por estar con ella. A fin de cuentas, a veces también ella se vuelve gato y se pone a jugar con las bolas de estambre y éstas se le caen y la veo, divertida, mover su manita con sus dedos torcidos jugando un juego en donde los puntos son esas cosas maravillosas con que ella diseña el universo día a día.
Mi mamá es una mujer delicada, es como una tacita de té, de esas que la Nao de China traía hace años. Mi mamá nació en Huixtla, tal vez de por ahí le viene la herencia de ser una bella obra de arte hecha con marfil.

lunes, 13 de abril de 2009

CARTA A ALBERT EINSTEIN


Dear Albert. Sé que es muy pedante que te tutee y que inicie esta carta en inglés, pero así como el tiempo es relativo, también lo es la pedantería (y también relativo mi conocimiento del inglés porque sólo sé decir Dear Albert. Hace como diez años Mariana me envió una postal desde Irlanda y le puso Dear Alejandro. Supuse entonces que el Dear significa algo como querido, como inolvidable, como afectuoso, y esto es precisamente lo que quiero decirte. Así pues, disculpa que te tutee y que comience esta carta diciéndote Dear Albert).
En fin, mi querido Albert, ahora sé que estás preguntándote por el motivo de esta carta. Es simple. Mariana (sí, la misma que hace diez años me envió la postal, quien ahora ya está más crecidita en todos los sentidos y radica en Comitán) me dijo el otro día que la poesía de Fabio Morábito la hace volar más rápido que la velocidad de la luz. ¿Lo imaginás? Esto entonces más que carta es como una pregunta en el salón de clases: ¿Es posible que la palabra logre este prodigio? Según vos, si el hombre lograra viajar a una velocidad más allá de la velocidad de la luz su tiempo se alteraría. Mientras los demás mortales envejecerían al ritmo del tiempo normal y contabilizarían su vida en años, el viajero interespacial lo haría en minutos o días. ¿Así es o me equivoco?
¿Quiere decir esto, Beto, que mientras Marianita lee poesía ella permanece como una mota de polvo eterno y yo, mirándola, me hago más viejo de lo que soy, igual que los demás mortales? ¿Es posible que la palabra (la palabra exacta, la palabra precisa de la poesía) sea como la fuente de la eterna juventud?
No sé, puede ser sugestión, pero te juro que desde el día que Mariana dijo esto, yo la veo como más resplandeciente, como más limpia de niebla. Hace como dos meses distinguí en su rostro una línea arrugada y ¡ahora ya no la tiene! ¿Esto es posible? ¿La palabra puede, incluso, revertir el proceso de envejecimiento? ¿Si Marianita sigue leyendo poesía regresará al tiempo en que era niña, volverá a enviarme postales desde una Irlanda pasada en este presente?
Ahora bien, Albert, ¿por qué miles de lectores de poesía envejecen? ¿No se supone que debería sucederles lo mismo que le sucede a Mariana? ¿Acaso no todo mundo tiene la sensibilidad para hallar la puerta exacta donde se vuela a la velocidad de la luz e incluso se rebasa?
Tal vez cada lector deba hallar al poeta que lo haga volar. Dicen, yo no lo sé, que hay mujeres que tienen el misterio contrario. Son como hoyos negros que absorben toda la luz de sus amados. Por esto, tal vez, durante siglos y siglos se ha demostrado que la lectura de poesía es menos perniciosa que la lectura de los signos en la piel de las muchachas bonitas. Pero parece que ya me salí del tema. No creo que vos tengás mucho conocimiento en esto último. ¿Qué ecuación se logra cuando un hombre diseña un fractal sobre el seno de una muchacha?
¿De dónde sale la luz, de dónde la palabra? ¿Por qué los humanos nos empecinamos en darle un origen al universo? ¿Vos, nunca pensaste en que el universo es eterno y por lo tanto no tiene principio ni fin? Es difícil para el simple pensamiento humano considerar esta teoría, ¿verdad?
Me da gusto que Marianita esté cada vez más llena de vida, pero, al mismo tiempo, me preocupa que ella sea lectora de un solo autor. El mundo no se concentra en la palabra de Morábito, ¡hay más! Antes, a Marianita le gustaba leer mis textos, ahora, ¡claro, es comprensible!, ya no los lee.
Leía a Octavio Paz, a Carlos Fuentes, a Sor Juana, a Navokob, a Yourcenar, y ahora ya no lee a nadie más que a Fabio. ¿Será que está enamorada de él? Y pensar que yo mismo le indique el camino. Así sucede en esta vida, Albert.
Bien, ya me despido. Resulta simpático pensar que te quité un poco de tu tiempo, a vos, que dedicaste todo su tiempo al estudio del mismo.
¿Puedo esperar tu respuesta? Mariana, ¿descubrió algo valioso o es una simple ocurrencia, una simple treta para hacerme obvio su enamoramiento? ¿Te digo algo, por último? Me caen mal las muchachas que se entregan a un solo poeta, ya no las tolero.

domingo, 12 de abril de 2009

Rosa, rosae


Lo he dicho: No soy experto en nada. Mucho menos en las lianas del español. Por esto, muy seguido, consulto el diccionario. Ayer abrí el Larousse y hallé la palabra Seguramente, el libro dice que es un adverbio que significa de modo seguro y pone un ejemplo de su uso: "¿Vendrás mañana? - Seguramente". Lo digo porque en Comitán estos adverbios son un recalentado que no comemos seguido. En Comitán diríamos: "¿Vas a venir mañana? - ¡Seguro!". No sé si este uso es prestigioso o no. El seguro lo usamos frecuentemente. "Seguro que ganaremos", decimos, para asegurar que el triunfo nos corresponderá. Imagino que el Larousse recomendaría decir: "¡Ganaremos!, seguramente" o "Ganaremos, con seguridad", pero no recomendaría el uso tal y como lo hacemos en este maravilloso pueblo. No lo sé.
Entiendo que la forma como usamos el lenguaje en este pueblo es otro de sus encantos. En muy pocos pueblos del mundo siguen empleando el uso del vos . Acá en Comitán aún es moneda de uso corriente (claro, claro, en capas sociales más altas no lo usan, porque dichos individuos están empecinados en adoptar y adaptar formas más extrañas. En lugar del "cantadito" emplean un tono plástico. ¿Han escuchado hablar a Jaime Camil? Bueno, pues así, más o menos. Qué horror, qué mello).
A veces voy al mercado "Primero de mayo" (está a una cuadra del parque central). Ahí escucho el voseo en forma natural. Seguro que esa gente no tiene complejos lingüísticos, de la misma manera en que reciben el sol así descuelgan las palabras que recibieron de herencia.
Creo que aún falta por hacer el estudio organizado del habla popular de Comitán. Hay intentos muy loables de consignar nuestra habla. Por ejemplo, una tesis que a propósito hizo Augusto Gordillo; o el libro de Arcaísmos, de Óscar Bonifaz; o el "Glosario", de José Luis González Córdova. Pero aún no existe el libro que nos dé cuenta de cómo y por qué hablamos como hablamos. Seguro que esto nos ayudaría a encontrarnos, porque si los jóvenes ya no usan el vos significa que estamos extraviados. Significa que los adultos no hemos tenido la capacidad de mostrarles el camino correcto.

sábado, 11 de abril de 2009

EL PARTIDO DEL SIGLO


Le llamaron "El partido del siglo" (ahora habría que agregar "Del siglo XX"). Ayer prendí la televisión y hallé la película del Mundial de 1970. Le dije a mi mamá: "Mirá, el partido que viste en casa de doña Elvita de don Polo Torres".
Para ilustrar este texto busqué una imagen en el internet. En el buscador escribí "Partido del Siglo" y aparecieron cientos de fotografías de otros partidos (tuve el temor de que incluso apareciera una fotografía del PRI). Con el transcurrir del tiempo todo se devalúa. Hay cientos de "La pelea del siglo", cientos de "La mejor novela jamás escrita". A mis lectoras, por esto, les recomiendo duden cuando su amado les diga: "Sos la mujer más bonita del mundo" (seguro que hay millones de hombres que dicen lo mismo y seguro que su amado ha dicho lo mismo a más de diez "bonitas"). De pronto el lenguaje se nos hace escaso y un sustantivo o un adjetivo lo desgastamos.
En 1970 yo estudiaba la secundaria. No me importaba mucho el fútbol, pero como medio mundo estuve atento a lo que sucedía en el estadio azteca y sedes alternas. Como no tenía televisión, fui a casa de mi primo Mario Bermúdez y ahí "escuchamos" el partido inaugural: México-Rusia (hoy sé que sólo era por la emoción de compartir). Me tocó ver en la televisión (en casa del maestro Paquito García, quien fue un pintor que enseñó los secretos del oficio a muchos muchachos) el partido México-Italia. Ni el refresco que nos ofreció sirvió para endulzar un poco la vergüenza del cuatro a uno a favor de Italia. El destino es maravilloso, estoy seguro que si México le hubiera ganado a Italia no habría jamás protagonizado "El partido del siglo".
Recuerdo que fue una tarde, yo no sé en qué lianas andaba enredado. Cuando llegué a casa comentamos con mi papá el resultado del partido Italia-Alemania. Mi mamá sirvió la cena y, como si dijera el estado del clima o cualquier otra intrascendencia, dijo: "Yo vi el partido. Fui a casa de Elvita y ahí lo vimos". Mi papá y yo la quedamos viendo mientras ella ponía el cesto con el pan sobre la mesa. ¿Y de dónde nos había salido aficionada mi mamá? Desde ese tiempo supe que cuando el río suena hasta las señoras prenden la televisión. En casa mi mamá no soporta ver el fútbol; es decir, si tiene opción de elegir ve alguna película o un programa de comedia o de recetas de cocina. Siempre apunta en una libreta todas las recetas de Italia. De las mil recetas sólo ha preparado dos o tres. Parece que el encanto está en copiar las recetas. Mi mamá (tal vez como todo mundo) acepta el gusto de los demás cuando está en casa ajena. Así, mi mamá presenció el partido del siglo y, todos los domingos, mira las corridas de toros de la Plaza México, en la casa de una tía. No le gustan las corridas, se le hacen un fenómeno bochornoso, pero como las demás comadres lo ven pues "ni modos que yo cierre los ojos", me dice con su sonrisa de pan bueno. Me cuenta que mi madrina Elenita no cierra los ojos, pero se la pasa rezando el rosario mientras el torero en turno le pone las banderillas al pobre animal o le ensarta la espada.
Ayer llamé a mi mamá. Ella estaba en la cocina (cortaba la fruta para mi cena). Le recordé lo del partido en casa de doña Elvita. Ella siguió cortando y sólo dijo: "Con razón oía rara la voz".
Sí, tiene razón mi mamá: La voz de los setentas suena rara (sonaba rara la voz "en off" del locutor. Parece que era la voz de Claudio Brook, pero sonaba raro, como suena raro todo lo pasado). Me senté de nuevo y terminé de ver la película-documental. Todo mundo sabe que Brasil le ganó a Italia, y que casi todo el estadio le iba a Brasil (además del embrujo de ese país y de la presencia inigualable de Pelé, por el gusto del desquite ante el equipo que tundió a México). Yo, que después de todo, no puedo evitar el orgullo de mi apellido y la conciencia de que algo de mí está en Italia me puse triste. Miré las manos de Albertosi, el portero italiano, y descubrí que no usaba guantes. Cada vez que había un tiro libre, lo vi escupirse las manos y frotarlas, como para atenuar un poco el trallazo de un Carlos Alberto o de un Pelé. ¡Por el amor del Dios de la pelota redonda! ¿Quién es el galán que, a mano limpia, resiste un balonazo de Pelé? Su apellido era Albertosi y era portero de Italia. Si esa tarde recibió cuatro goles fue porque el destino se cobra cada acción del hombre. A Calderón, portero mexicano, los italianos le metieron cuatro. Cuatro tenía que recibir Albertosi para quedar a manos con el destino, con la vida.
La película terminó. Miré, con cierta pena, cómo los espectadores mexicanos invadieron el terreno de juego y casi desnudaron a uno de los jugadores brasileños en intento de quedarse con un souvenir. ¡Qué pena! ¡Qué país tan de tercer mundo somos! Pero, bueno, ¡así somos!, decimos, y no podemos hacer nada para evitarlo.
Fui a la cocina, tomé el plato con fruta y miré a mi mamá. Ella seguía tranquila en la cocina. ¿Cómo no? Ella no necesita ver repeticiones en el 2009 porque se sabe testigo presencial del mejor partido de fútbol del Mundial del 70.
Las palabras no alcanzan. Las repetimos a cada instante. Por esto suena hueco cuando decimos: "Te quiero como nunca nadie te ha querido". Suena hueco porque esto lo dicen millones de personas millones de veces y porque así quieren millones de hombres a millones de mujeres. ¿Pelé, el mejor jugador de fútbol del mundo? Ya lo dudo, ya lo dudo.

viernes, 10 de abril de 2009

JUEVES SANTO: UN JUEVES CON CARA DE DOMINGO


Si no salgo de casa no lo advierto. Ayer jueves salí, apenas a dos cuadras y media de la casa, y advertí una niebla rara.¡Medio mundo está de vacaciones y el jueves tomó cara de domingo! Incluso tomó un rostro más raro. Algo brinca en el ambiente. Mientras estuve en casa todo transcurrió normal. Escribí un rato y luego me puse a pintar (¡después de un año de no hacerlo! Bendita semana santa que me permite hacerlo). Necesité ir con el carpintero para que pegara dos pedazos de madera al nicho que pinto. Cuando salí me topé con una calle semivacía. Medio mundo sale del pueblo. Mucha gente aprovecha y va a los lugares de moda: Cancún, Puerto Vallarta, Huatulco y demás playas jacarandosas. Los demás van a los "ranchitos" que poseen (ranchitos que, a veces, son propiedades inmensas, de esas en que se es dueño hasta "donde la vista alcance"). Cuando era joven iba con mis cuates a sus ranchos, por lo regular íbamos a "El Salvador", un maravilloso rancho, propiedad del papá de Jorge. Allá también el mundo tenía otro rostro.
¿Y qué pasa con la gente que se queda en Comitán? Porque no todo mundo sale, muchos se quedan en casa porque no les gusta salir en estas temporadas o porque no tienen dinero para ir de vacaciones (hay otros que pertenecemos a ambas categorías). La gente que se queda parece que se encueva. Sale solo para comprar tortillas, para ir a los oficios religiosos o para ir a pedirle al carpintero le pegue dos tablas a un nicho.
Sé que hoy ocurrirá lo mismo. Espero poder pintar; espero salir un rato para hacer el recorrido de "las siete iglesias". Esto es muy emocionante. En mis días de niño, mi mamá me enseñó que debíamos cambiar las monedas en los siete lugares. Uno dejaba, por ejemplo, una moneda de diez y tomaba una de dos (nunca fue una buena lección de economía, pero sí fue una buena forma de entender que, a veces, en la vida hacemos trueques donde, con conocimiento de causa, perdemos algo material y no perdemos nada).
Estos días toman otro rostro. Mucha gente aprovecha ir a descansar a las playas, otra gente se embrutece en alcohol o le da gusto al cuerpecito zandunguero hasta que ya no puede más; otros siguen la tradición católica y llegan al exceso de herir su mal gusto presenciando "representaciones"; otros se quedan en casa y pintan, escuchan música o se tiran en un sillón y ven la televisión. Muy pocos adentro de las oficinas, de las fábricas.

jueves, 9 de abril de 2009

Moleskine o sketchbook


No sé de dónde le viene el nombre Moleskine. Es una libreta para tomar apuntes. Muchas personas -en todo el mundo- las emplean para anotar o dibujar sus impresiones de viaje. Sin duda que tú has visto algún extranjero tomando apuntes en esa libreta.Simple y sencillamente es una libreta, pero ahora está de moda. La venden en lugares exclusivos porque es una libreta exclusiva (aun cuando una scribe sencilla puede suplirla perfectamente).
Hoy vi una moleskine (o sketchbook, como la llaman los gringos). Recordé que, de una o de otra forma, mis libretas eran eso. Ya mis lectores saben que durante muchos años empleé libretas que las personalizaba. Un día las quemé. A veces, como hoy, vuelvo a recordar esas libretas. Cuando las quemé quemé cientos de apuntes, fotografías, collages, textos inéditos y recaditos que me enviaban algunos afectos. Se supone que no me arrepiento por haberlas quemado, pero a veces, como hoy, las recuerdo.

miércoles, 8 de abril de 2009

EL SUEÑO DE FITZCARRALDO



El día de la inauguración un periodista del “Reforma” le puso la grabadora frente a su cara y, como si fuera un balde de agua fría, le sorrajó la pregunta: “¿No es una locura abrir una librería en medio de la selva?”.
Al principio nadie le creyó. A la hora en que tomaban la cerveza, sus amigos de San Cristóbal de Las Casas reían y lo chanceaban, Hernán también reía, pero una vez que la niebla desaparecía, él regresaba a platicar su sueño: ¿Imaginaban la maravilla de sentarse en el quicio de la librería y admirar “el relámpago verde de los loros”, mientras sostenían un libro de Heberto Morales Constantino o de Jesús Morales Bermúdez en las manos y escuchaban la alharaca de las guacamayas?
La mañana del cuatro de enero de dos mil doce, Hernán Efraín Zepeda Moscoso estacionó el camión de cuatro toneladas y urgió a los cargadores a subir las cajas con los libros y los estantes. Eran las siete y media de la mañana y la niebla y el frío no impidieron que muchos curiosos, y la mayoría de sus amigos, se apostaran al frente de su casa para ver el insólito traslado. Conocido entre sus amigos como “Fitzcarraldo” por su semejanza con el excéntrico que soñó con construir un teatro de ópera en la selva amazónica, Hernán subió al camión, prendió el tocadiscos, sacó la mano para saludar a todos y enfiló con rumbo a la selva lacandona. “En los últimos tiempos no soltó prenda”, dijo un hombre con bufanda hasta el límite inferior de sus ojos. “No, nada. Seguro que se volvió gente de Samuel Ruiz”, dijo otro que tomaba un vaso de arroz con leche.
La prensa chiapaneca ignoró el suceso hasta que los dueños de los diarios se enteraron que enviados de todo el mundo estaban en Tuxtla para trasladarse al lugar de la inauguración. Un escritor chiapaneco, no se sabe si Gustavo Ruiz Pascacio o Nadia Villafuerte, comentó el suceso en París, de manera tangencial, en una conferencia que impartió en el Salón del Libro de 2011. Florence David, escritora y columnista de “Le Journal”, retomó el dato y escribió un artículo elogiando el sueño que ella calificó como “una flama de esperanza en medio de la desesperanza”.
Hernán tomó una copa de vino, sonrió a Ámbar que había llegado de San Cristóbal, levantó la mano para saludar a Monsi que platicaba con Fuentes en un extremo de la librería y vio al periodista que seguía con la grabadora al frente. Recordó la pregunta y la ignoró. “¿No es una locura abrir una librería en medio de la selva?” Caminó entre palmadas y abrazos de sus invitados, mientras el periodista, como lapa, lo seguía con el brazo extendido.
Tres años atrás nadie hubiera apostado a favor de este proyecto. Mas ahora, cientos de invitados y curiosos tomaban vino y degustaban bocadillos en medio de la selva, mientras los fotógrafos de la prensa buscaban los grupos. Afuera caía una ligera lluvia, las gotas se acumulaban sobre la proa de las hojas enormes y luego se desparramaban con un estruendo sobre los charcos. “No le doy más de tres meses de vida”, dijo un hombre que con un trapo rojo se limpiaba la frente a menudo. Su acompañante rió, llamó al mesero, se sirvió otra copa de vino blanco y sonrió a la cámara del fotógrafo de sociales de “El Heraldo de Chiapas”.
Cansado de la insistencia del periodista, Hernán dejó la copa sobre una mesa y se dispuso a responder, pero vio a María que parecía discutir con un hombre. Hernán se dirigió al área de Cajas. “Ya le dije que no es posible” dijo María. Hernán tomó a María del brazo, ésta le explicó. El hombre quería comprar un libro con dibujos y grabados de Toledo, insistía en pagar con racimos de plátanos. Hasta ese momento, María confirmó, nadie de los invitados había hecho una compra. Este hombre pertenecía a una pequeña comunidad de la selva. El reportero creyó que era una buena oportunidad para obtener el reportaje y se acercó. Monsi y Fuentes abandonaron su rincón y también llegaron hasta donde el hombre, con ropa mojada y el sombrero en su mano izquierda, insistía en hacer un trueque. “Ya vio, le dije que era una locura”, insistió el periodista con la grabadora encendida. Hernán sonrió y le dijo al hombre: “El libro que querés vale doscientos veinte plátanos”. El hombre guardó el libro debajo de su impermeable amarillo y le dijo a Hernán: “Trato hecho, mañana te los traigo, puro madurito, puro galán. Qué bueno que nos trajiste libros hasta acá en la selva” y se retiró contento. Monsi y Fuentes se acercaron a Hernán y le dieron un abrazo. Florence tuvo razón, algo como un rayo de esperanza acarició el ambiente, pero, bueno, ella es francesa y nosotros vivimos lejos de ese país, porque nadie se dio cuenta de este momento. Todo mundo estaba metido en la plática sabrosa, en el vino, en el bocadillo. El periodista del “Reforma” nunca escribió la crónica. Por eso ahora yo trato de compensar, aunque sea en mínima parte, esa falta de cortesía, esa carencia de ética.

martes, 7 de abril de 2009

SERVICIO SOCIAL

Un lector nos avisó que este mensaje es una broma. Por lo tanto lo suprimimos.
¡Qué bueno que todo es puro chacoteo! ¡No pasa nada! Gracias a Dios.

EL MARTES DE TODOS LOS DÍAS


Los domingos iba a misa. Mi mamá decía que el viernes era día de rosario. Es decir, las religiones tienen días especiales para sus ritos. El domingo, también, es día de fútbol y en algunos casos es día de estar con la familia.
Quienes practican una religión se imponen una rutina. Por esto, quienes vamos más allá de la obsesión no somos bien vistos. No es bien visto el jugador de dominó o de billar porque a éste no le importa el día ni la hora para jugar su "obsesión". ¿Qué decir de los obsesionados al cine, a la televisión o al videojuego? No hay hora del día en que no busquen su refugio.
Tal parece que en estos tiempos las obsesiones han superado a las religiones. Cuando veo a los enamorados los veo igual de obsesionados.
Durante muchos años fui un obsecado lector. Todo el día andaba con un libro junto a mí. Mientras hacía lo demás ¡leía! Llegaba a colmos: mientras comía ¡leía!, mientras orinaba ¡leía!. A la hora de estar con una muchachita bonita también ¡leía! Sólo faltó que mientras mientras también leyera. Sólo esto faltó.
Hoy sé que, como cualquier religión que se respete a sí misma, la lectura también debe tener su calendario ritual. Puede ser diario (así como el amor), pero debe ser dosificado (también Dios descansó al séptimo día).
Lo mismo con la pintura y con la escritura, ¡lo mismo con la vida!
Las religiones que ostento pueden practicarse cualquier día a cualquier hora, pero, en los últimos tiempos, he descubierto que si les destino una hora especial en determinados días toman una dimensión más espiritual, permítanme el término.
Tal vez se trata de no banalizar el acto; un poco como si me cambiara de ropa, me lavara el cabello, me peinara, me lustrara los zapatos y fuera al templo para estar una hora con Dios.
A final de cuentas todas mis obsesiones tienen como punto central la intención de estar con Dios. Mi encuentro con Él es a través de la palabra y del trazo. De la palabra en todas sus modalidades.

lunes, 6 de abril de 2009

POR EL NIÑO QUE SOMOS



El cuatro de abril celebré mi cumpleaños cincuenta y dos, y un día antes festejé un año de mi regreso a Comitán. Los dos sucesos los recibí con los brazos abiertos, pero, acá entre nos, este último hallazgo lo agradecí con emoción de lluvia en estío. ¿Será porque este retorno es para mí como un renacimiento? ¿Será porque los cielos de Comitán son como un canasto de pan para mi deseo?
Los cumpleaños sirven para echar trago, escuchar marimba, pasar a través de una reja de papel de china, recibir “las mañanitas”, llenarse de confeti, comer pastel y dar gracias a Dios por otro año de vida; pero también son pretexto ideal para hacer un recuento de los daños provocados y de las bendiciones recibidas.
Porque en “El Heraldo de Chiapas” vuelo siempre sobre las palabras me pregunto (como creo lo hace cualquier escritor que publica sus textos): “Este año de vida, ¿sembré aunque sea una espiga de luz en el corazón y en la mente de mis lectores?”.
Cada vez que escribo una Arenilla me someto al dictado del universo (esto para no banalizar el acto, para que no sea un suceso menor, sino para que sea ¡la gran aventura del instante!). Ya luego tengo presente un código que ahora extiendo: Primero, cuando escribo en el ordenador o en la libreta o en la servilleta, procuro que el escrito sea coherente, que roce la orilla de lo sencillo y se aleje lo más posible de lo pretencioso; segundo, que el texto casi casi no tenga errores ortográficos y evada en lo posible el piso jabonoso donde se unen las palabras; tercero, que la idea expresada no se arrogue la soberbia de poseer la verdad (que la humildad sea el agua donde se sumerja); cuarto, que cada palabra descubra su vocación de puente y se aleje del potencial abismo; quinto, que evite el centro de lo solemne y camine por la periferia donde la palabra está siempre en manga de camisa; y sexto, que nunca olvide su esencia de vida.
El día del cumpleaños puede servir para replantearse la pregunta de siempre: “¿Para qué la vida sino para servir, para exorcizar oscuridades en la sala que habitamos?”.
Cuentan que un escritor verdaderamente importante escribió un texto sublime “a la mitad del camino de su vida”. Yo no sé qué tramo recorro, siento que este retorno fue como un renacimiento. Así pues tengo un año de edad y, como decimos en Comitán, “estoy andando en los dos”. Los niños, se sabe, cometemos muchos dislates, sobre todo en el lenguaje. Soy un escritor balbuceante, pero, de todos modos, aspiro siempre a cumplir mi código hexagonal. Todo escritor está en busca del texto perfecto, aun cuando esto es una utopía. Nadie en el mundo se ha topado con esta nube. En nuestra tierra imperfecta la perfección es un cielo inalcanzable, pero persistimos en el intento. Que mis textos contengan, cuando menos, los seis puntos que me he impuesto ¡ya es ganancia! ¿Quién gana? No lo sé bien a bien, pero tengo la certeza de que este camino es el que me corresponde.
El otro día un compa me regaló una nube, me dijo que conocía un lector que compraba “El Heraldo de Chiapas” sólo para leer al tal Molinari. Pero así como a veces llueve luz sobre mi parcela también sé reconocer lo que un crítico me dijo: “Te ignoro como un fantasma”. Espero pues seguir prendiendo cerillos en la estancia del primer compa; y, para el segundo compa, ser un fantasma pero de esos que están hincados en los bordes de las carreteras. Me gustaría ser este fantasma, un fantasma que ignoren pero que proteja al lector de un derrape en plena curva.
Mientras tanto ya “ando en los cincuenta y tres” de vida. ¿Me permiten compartir mi gusto con ustedes y dar gracias a Dios por tenerlos de testigos virtuales pero siempre presentes?

domingo, 5 de abril de 2009

LA HORA DE DIOS


"Yo sigo con la hora de Dios", dice don Pancho, quien es un agricultor de allá por el rumbo de Los Riegos. No se inmuta, él no adelantó su reloj la noche de anoche. Un poco o un mucho sigue metido en el mundo de los gallos, de los pájaros y de los ratones (bueno, bueno, parece que el mundo de estos últimos también se altera, porque como los mortales nos levantamos una hora antes, ellos deben refugiarse también a esa hora). En las comunidades más apartadas todo parece seguir igual. Es en las ciudades donde todo se "desconchinfla".
Las autoridades nos indican que debemos adelantar una hora a nuestros relojes y nosotros, con toda la impunidad del mundo, movemos las manecillas. Las autoridades no saben (¡qué van a saber si son ignorantes!) que en ese simple juego de cambiar la hora nos alejamos del centro del universo.
¿Qué hacían los hombres antes de que a alguien se le ocurriera inventar la medición del tiempo? Vivían de acuerdo a la naturaleza, algo que a don Pancho se le ocurre llamar como "la hora de Dios". Cuando al hombre se le ocurrió inventar un reloj solar todo el mundo comenzó a regir su vida a través de esas mediciones. La pregunta que se hace Marianita es: ¿Cómo adelantan o atrasan un reloj solar?
A la hora que prendí la computadora hallé en la pantalla el reloj ajustado. Entiendo que la máquina está programada para ello.
Don Pancho, a final de cuentas, es sabio. Reconoce que el tiempo es único y que para estar a tono con el universo debemos estar en sincronía con esa línea eterna donde no hay tiempo. Sé que él se levanta y acuesta a la hora en que su cuerpo se lo demanda. La mesa con el tazón de frijol negro, las tortillas hechas a mano, la salsa de molcajete y el puño de sal sólo tienen un horario definido a través del tiempo.
He visto en los parques cómo los pájaros se arremolinan en los árboles a la hora de siempre. No varían. Para cumplir con mis compromisos de trabajo y demás lazos sociales debo sujetarme a este horario de verano que hoy comienza; pero los otros puentes de mi vida los cruzo a la hora de siempre. Diría don Pancho que a la "hora de Dios" yo como y miro el cielo.

sábado, 4 de abril de 2009

¿QUÉ SE SIENTE?


Hoy cumplo cincuenta y dos años de edad. ¿Qué se siente?
No recuerdo qué sentí cuando cumplí dieciséis o treinta y cuatro, pero, tal vez, la sensación es la misma. Si cuando cumplí diecisiete sentí lo mismo que siento hoy ¡debió haber sido maravilloso!
En principio diré que no duele nada, duele más un piquete de zancudo o un pinchazo en un laboratorio. Es como si el viento conjurara la luz para envolverte en una nube suave.
Cumplir cincuenta y dos es tener la plenitud al alcance de la mano.
Es la etapa en que la duda ya es certeza.
No hay una sola nube de incertidumbre.
Tal vez, debo consignarlo, debe ser porque a esta edad Dios ya no es una mera metáfora ni una demanda de ayuda. Debe ser porque Dios ya es el pan de todos los días, la orquídea del jardín, el vuelo del ave, la sonrisa de la niña que camina en la banqueta de enfrente, el hombre que ofrece helados, la mujer que vende piña en el mercado, la estudiante que lee por encargo, la muchacha bonita que se sabe admirada.
¿Qué se siente? No se siente nada y se siente todo. Porque Dios es el Todo de la Nada.
Pero la pregunta no es ¿qué se siente? sino ¿qué se ha sentido y si lo sentido tiene sentido? El inicio de respuesta es, precisamente, comenzar a andar por los cincuenta y tres, así como hoy lo he iniciado.
Pero, por encima de todo, debo consignar: cumplir cincuenta y dos no duele, al contrario, es como si comieras un dulce, como si vieras el cielo a las dos de la madrugada, como si tu mamá (siendo vos niño) te abrazara Y dijera: "No pasa nada". Y vos abrieras los ojos y vieras que la sombra de la noche ya dio paso a la luz de la mañana.
No duele, es un placer, un gozo. La bendición de la vida, la esperanza anhelada.