lunes, 25 de mayo de 2009

ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO (Primera parte)



La historia consigna algunos ángeles inconformes. Su rebeldía tal vez encuentre explicación en el hecho de que su genoma tuvo, en algún momento, un injerto humano que los hizo renegar de su condición celestial. Akakar fue de los rebeldes sin causa. Cumplía los encargos divinos pero sin la pasión de sus compañeros. Mientras los ángeles del grupo Alfa volaban de un lado para otro llevando la tea de luz en todo el cielo, Akakar se acercaba al borde de su nube. Con la barbilla sobre sus manos, miraba cómo, abajo, los humanos no la pasaban mal, sobre todo los fines de semana. Mientras él tenía la obligación de cantar el aburrido O luz beattísima los de abajo parecían pasársela ¡tan bien!
Una vez, (acá en la tierra, acá en Comitán) mi afecto Raquel hizo una encuesta sólo como mero juego, sólo para advertir las manchas en los rostros ajenos. Dentro del cuestionario venía la pregunta: “¿Te gustaría ser ángel?”. Cuando, después del análisis de mil doscientas papeletas, me mostró los resultados, la respuesta a dicha pregunta arrojó el ciento por ciento de negativas. ¡Carajo, yo sentí cierta pena! Nadie, pero nadie, había mentido, ni siquiera como una mera cortesía con la corte celestial. Por esto, no es extraño que también algún ángel despistado (como Akakar) de pronto se vea tentado por lo que acá en la tierra gozamos. Y es que visto desde arriba o desde los lados parece que los terrícolas nos la pasamos muy bien (sobre todo los viernes por la noche).
Quienes son aficionados a decir frases de cliché les encanta soltar aquello de: “El infierno está acá en la tierra”. Resulta que una mañana, Akakar escuchó tal exabrupto y creyó que los mortales éramos la imagen del demonio en calzones (le gustaron mucho los rojos que tenía puestos aquella chica que, bocabajo, descansaba en la playa de Cancún).
Así pues se anotó en la relación de ángeles de la guarda. El ángel secretario dijo ¡Uyyyy, la lista es muy larga!, pero cuando Akakar le ofreció mil doscientas plegarias para casos extremos, el otro borró a quien estaba en el número dos y anotó el nombre de su protegido (claro que esto en el cielo no se considera cohecho, es simplemente una estrategia divina para que todo fluya según los altos designios). De inmediato Akakar fue a su acolchonada celda y tomó el par de alas que los ángeles siempre tienen de repuesto. Cuando sonó la trompeta imperial, el ángel rebelde se aventó sin miramientos, como si fuera un parapente se deslizó de manera suave en medio de nubes y de algún cuervo despistado que se creyó águila (las aves, al contrario de los humanos, sí sueñan con convertirse en ángeles, debe ser por su infatigable vocación de vuelo). Esquivó los meteoritos y los cometas. Sintió que una de sus alas era absorbida como si una enorme aspiradora lo confundiera con alfombra, ¡era un hoyo negro! Después de mil minutos en los que recorrió billones de años luz, por fin llegó a la tierra y fue derechito a la casa de la muchacha bonita de los calzones rojos. Ella, Raquel, ya estaba acostada, leía poemas de Luis Daniel Pulido, a veces sonreía, a veces algo como una niebla le apretaba el corazón y le daba ganas de volverse lluvia ligera, tenue, pero lluvia. Akakar se sentó al lado de la muchacha bonita y fue como si una pluma de codorniz se posara sobre el colchón. El ángel advirtió que mi afecto tenía la piel bronceada. Usó su ultra visión (que es un poco semejante a la que posee Supermán) y vio que toda la piel tenía ese color, incluso el área que, por lo regular, cubre el calzón (dedujo que, en algún momento de la historia, ella se había despojado de esa prenda y no sólo había estado bocabajo expuesta al sol).
(Nota para los lectores de El Heraldo de Chiapas: Si Dios -o Dámaris- no dispone otra cosa, el viernes concluirá este textillo).