sábado, 2 de mayo de 2009

LOS AÑOS SETENTAS


Debe ser un privilegio mirar una foto de grupo y hallar que todo mundo sigue vivo. A mí no me ha tocado esta gracia. Siempre que veo una foto generacional encuentro algún compa ya muerto. Es un poco como esa escena inicial de la película "La sociedad de los poetas muertos". Tal vez por esto la recomendación latina de "carpe diem".
Los lectores de este cuaderno saben que laboro en el Colegio Mariano N. Ruiz. De vez en vez miro las fotos de las generaciones pasadas. En aquéllas que conozco, que fueron cercanas a la mía, encuentro compas difuntos.
Esta foto no es la excepción. Esta foto me la pasó Paco, quien sacó una copia a una que tiene Roberto Arriaga. Roberto fue mi compañero en el bachillerato, ahora trabaja en la Casa de la Cultura. Nuestra escuela estuvo en el edificio donde hoy está la Casa de la Cultura. Siempre que voy y encuentro a Roberto, algo de los años setentas se agolpa en mí. Los lugares tienen la capacidad de no perder la esencia que han ido guardando en años. Por esto, cuando entro a un convento con siglos de herencia no me sorprende escuchar algunos rezos que parece insistir en recordarnos eso del "carpe diem".
Esta foto es de inicios de los años setentas. Un grupo de mis compañeros bachilleres rodean a Óscar Bonifaz, quien fue nuestro maestro de literatura. ¿Le están entregando al maestro un reconocimiento? No lo sé, pero parece que la actitud de "El chino" así lo demuestra (le decimos "Chino" no porque tenga rasgos orientales, al contrario, su piel es morena tirando a chapopote. Le decimos chino porque su cabello es como una pintura oscura de Pollock. En Comitán decimos que una persona tiene el cabello chino cuando lo tiene ensortijado). Esta foto corresponde al grupo de teatro que dirigía Bonifaz en ese tiempo.
Al lado del chino está un compa de apellido Guillén y otro de apellido García (ellos pertenecían a una generación anterior). Ambos ya fallecieron. Y en el otro extremo, al lado de la mujer con la blusa blanca (Yésica del Carmen Bermúdez) está Raúl Sánchez (uno de los mejores tenistas que ha dado esta tierra)igualmente muerto.
Por ello, cuando miro una foto me gusta oír el grito de ¡presente! en la mayoría de los compas. Como cualquier ser humano tuve mi palomilla, mis cuates consentidos. Con algunos del salón no me llevé de a "cuartos hasta mañana", pero a todos, a todos, los recuerdo con afecto. Me lleno de vida cuando me los topo en la calle, cuando sé algo bueno de ellos.
Ahora veo esta foto y oigo el grito lleno de luz de Romeo (sé que vive en la ciudad de México y baila de contento cada vez que comienza la temporada de lluvias); de Cándido (que usaba los pantalones más acampanados de todo el valle. Tanto que aún ahora sigue escuchándose el tañido de sus pasos); de Lulis (quien labora en el Cbti's 108); Roberto (de quien ya mencioné labora en la Casa de la Cultura y declama aquélla de "Puedo escribir los versos más tristes esta noche"); Rafa (que es abogado y, de vez en vez, lo veo de lejos caminar con rumbo a su casa frente al parque central, en una vivienda que los comitecos bautizamos como "El palomar"). Al lado del maestro Óscar (quien posee el misterio de la eterna juventud, pues a sus más de ochenta años sigue tan activo como lo era en tiempos de esta fotografía) está un compa que mi memoria insiste en ponerle el nombre de Julio Gordillo, pero no estoy seguro porque mi memoria es un ratón en busca de queso. Soy un cabrón, porque sí recuerdo su apodo que comienza con T y no lo pongo porque no soy muy dado a tratar así a la gente. Los apodos son algo común en nuestro medio, pero creo que no es lo más correcto. Aunque hay veces que el apodo supera al nombre y la memoria cancela a éste. En fin.
En la primera fila está Roberto González (vive acá en Comitán, labora en la Eti y en la foto no traiciona su gusto musical. Yo lo recuerdo como un gran baterista); debajo del capotastro está Mario Bonifaz (sé que vive en la ciudad de México y por los tiempos de la foto se fue a estudiar al Colegio Militar. Cuando regresaba de vacaciones caminaba con su uniforme de gala por todas las calles y más de una muchacha bonita de este pueblo se derramaba por él. Era broncudo, le encantaba darse cates con cualquier cuate. Casi siempre ganaba, casi siempre). De lentes oscuros está uno de los gemelos Barrios. ¿Raymundo o Víctor? No lo sé. Aún ahora que uno de ellos vive acá, en su barrio de San Sebastián, y nos saludamos, no sé bien a bien a quién saludo (recuerdo que uno de ellos, cuando se estrenó la primera película que filmó Vicente Fernández, "Tacos al carbón", nos contó que había participado en dicha película. Toda la plebe fuimos a ver la película al Cine Comitán, estuvimos pendientísimos de su aparición, pero la película terminó y jamás lo vimos. Tal vez fue un mito que él creó o la cámara no logró captarlo porque su papel de "extra" se rasgó). Y luego está Mario (el otro día lo encontré comiendo en "La Casa Rosada". Nos saludamos con afecto. Reconocí a su hijo, él tiene una empresa dedicada a la impresión. Su hijo fue compañero de escuela de uno de mis hijos, Fernando).
Los años setentas están tan lejos como treinta o cuarenta años. Usábamos una tela que se llamaba terlenka. Los pantalones y las camisas llevaban estampados y nadie se espantaba. Una generación anterior había creado el maravilloso fenómeno de "Los beatles" y nosotros heredamos el uso del cabello largo. A cada rato hacíamos el símbolo de la victoria de Churchill, convertido en el eterno símbolo de "Amor y Paz". Éramos "psicodélicos", aún cuando las tachas y la mariguana no eran producto corriente en este pueblo. Los pachecos eran pocos y eran señalados como si tuvieran SIDA o lepra. Íbamos al cine y Meche Carreño e Isela Vega encarnaban nuestros más eróticos deseos (hoy Isela Vega es un honorable "talguat"). Algunos nos contagiamos para toda la vida con la cursilería de Hilda Aguirre o de Enrique Guzmán. Y esto fue más grave que si ahora nos contagiáramos de la influenza humana.
Corre un viento suave cada vez que veo una foto y escucho el grito de ¡presente!
La vida nos reúne en un salón de clases y luego nos vomita para el enfrentamiento con la calle, con la realidad.
Cuando me topo con un compa en la calle es como si el prodigio contrario se hiciera y todo volviera a tener el color de la vida simple que tenía adentro de un salón.