lunes, 11 de mayo de 2009

¿ES POSIBLE RESCATAR LO PERDIDO?


Con un abrazo para mi Paty y mi Fher,
por cumplir años.



Hoy medio mundo toma fotografías, pero hubo un tiempo que no fue así. Hubo un tiempo en que las fotografías eran documentos insólitos que se conservaban como flores secas en medio de un libro.
Óscar Bonifaz, en el año 1980, publicó un libro que llamó “Semblanzas”. Para construir ese árbol tomó un bonche de fotografías del Comitán de 1940 y, con una cámara, se paró en el mismo lugar donde el anónimo fotógrafo había estado cuarenta años antes. ¿Cuál era el propósito? El más obvio, hallar las diferencias. Fue como un juego de fotografía y espejo donde el hombre trata de encontrar las arrugas de un mismo rostro a través del tiempo. Pero, los lectores de aquel entonces hallamos transformaciones más que arrugas. El pueblo no había envejecido de manera natural. Las modas y los complejos propiciaron cambios tan radicales que, en muchas ocasiones, encontramos un Comitán diferente.
Ese libro propició, en el ahora ya lejano 1980, un motivo de reflexión: ¿Los comitecos habíamos ganado o perdido con esas transformaciones? Doña Hermila Grajales de De la Vega advertía que “el futuro ( ) puede armonizarse y convivir con el pasado si conservamos lo que nos queda y restauramos lo que puede aún perderse”.
¿Conservamos lo que quedaba? No. Parece que la lección no la aprendimos muy bien y, a pesar de intentos generosos, hubo pérdidas de esas que los catastrofistas llaman irreparables (los catastrofistas, por lo regular, son personas realistas). Ahora Comitán es otro pueblo muy lejano al que era en 1940 y en 1980. Esas transformaciones arquitectónicas han propiciado que la personalidad del comiteco sea también hoy algo muy distinto a lo que fue. Los comitecos perdimos muchos de nuestros patios y esa pérdida propició que nuestro espíritu absorbiera algo de cemento y de hormigón.
Arnulfo Cordero Alfonzo, quien pronto abandonará la curul de diputado federal, advirtió lo mismo que Doña Hermila y auspició la tercera edición del libro. Esta edición contiene imágenes de 1940, de 1980 y de 2009 (éstas últimas a color, tal como lo requieren estos tiempos cibernéticos).
El autor y los editores consideran, sin duda, que es preciso volver a poner el rostro de Comitán ante el rostro del comiteco actual. Es necesario que los silencios de unas fotografías nos vuelvan a gritar que algo perdemos con ese afán ilusorio de transformación. ¿Qué ganamos cada vez que permitimos la construcción de un edificio que nos convierte en una mala copia de una gran ciudad? ¿Ganamos algo cada vez que perdemos las pocas huellas que aún quedan de nuestra verdadera identidad?
Este libro no servirá de mucho si lo vemos y lo guardamos igual que nuestros abuelos guardaban las viejas fotos. Debemos reconocer que este libro es la fotografía exacta de nuestro rostro.
Un tiempo fuimos un rebozo lleno de luz y de color. Hoy no poseemos un rostro auténtico. No envejecimos con la misma dignidad con que envejece el vino adentro del tonel. ¡No! Este rostro es ahora un rostro plástico que “no es de aquí ni es de allá”.
Óscar Bonifaz nos vuelve a recordar que sin un cimiento sólido somos edificios débiles, tambaleantes. Los hombres, se ha dicho hasta la saciedad, somos las calles y las casas que habitamos y que nos habitan. Cuando modificamos nuestro entorno cancelamos algo de nuestra luz interior.
El 22 de mayo será la presentación de esta nueva edición. Es de esperar que medio mundo acuda a esta cita con una fotografía que, además de presentarnos nuestro rostro actual, nos entrega la ruta de un destino.