viernes, 22 de mayo de 2009

LA POETA DELFÍN



La leyenda cuenta que Neptuno siempre se rodeó de mujeres delfín que eran odiadas por las “mujeres delprincipio”. Una de aquéllas, cansada de compartir sus encantos con la pléyade, se hizo la dormida y dejó que la corriente del mar la llevara hasta la playa. La mujer delfín, como si fuese un salmón, remontó todas las corrientes e inventó un dicho diferente: “Todos los mares van a dar al río”. Llegó a la Rivera de Cupía y se quedó a vivir ahí. Debió aprender a dormir en hamaca y a tomar pozol. A cambio de la vivienda y la alimentación que los habitantes de ese pueblo le ofrecieron, ella les entregó poemas escritos en papel de arroz.
Las demás mujeres Neptunianas lamentaron la ausencia de su hermana pues ella era la mejor escritora. Saturno auguraba que sería tan buen poeta como Efraín Bartolomé.
Un día caluroso, la mujer delfín le pidió a Agripino Cundapí la llevara al río. Su amado la llevó en brazos y la metió al agua donde ella retozó a gusto. Agripino se recostó sobre la arena, debajo de la sombra de un techo de palma. Por ahí andaba una cuadrilla de la Subsecretaría del Medio Ambiente que, al ver ese espécimen único bañándose sin pudor completamente desnudo, le impuso a Pino una multa y lo obligó a llevar a la mujer delfín al zoológico Miguel Álvarez del Toro, pues “los manatíes son una especie en extinción” (así lo dijo Pancho, que luego justificó su error diciendo que él es entomólogo experto en chicatanas y nucús).
El director del zoológico reconoció en ella a un individuo único en este mundo. Cuando ella contó que había sido favorita de Neptuno, él le creyó; cuando ella contó que era una poeta sin igual, él le creyó. Pero cuando ella abrió su vientre y le mostró a su cría y dijo que esa sirena bebé era hija de Agripino Cundapí, el director no le creyó.
A media noche, el director del zoo llamó a Pancho y le ordenó llevar a la mujer a su “lugar de origen”. Al oír estas palabras ella creyó que la sentenciaban a regresar al castillo de Neptuno, entonces ella “corrió” (es un decir) hacia el drenaje y se aventó. Después de un recorrido de kilómetros en medio de aguas hediondas la mujer delfín fue vomitada en el Cañón del Sumidero.
Todo mundo sabe que los delfines poseen un sistema de comunicación muy avanzado, así que la mujer delfín envió mensajes a través de las aguas del río. Agripino había tomado dos cartones de cerveza de a cuartito para mitigar la ausencia de su amada, pero, en medio de su bolera, alcanzó a oír el lamento. Se levantó del suelo donde estaba botado, se limpió la arena húmeda y subió a su cayuco. La luna se partió en mil cintas de plata cada vez que él remó. Al llegar al lugar, la mujer le entregó al bebé. “Regresá conmigo”, suplicó él. “No, mi señor. No nos dejarán vivir en calma”, dijo ella y se perdió en medio de la oscuridad de una cueva.
La leyenda cuenta que un tal Jaime, en noches de luna llena, bajaba a la rivera y pepenaba los poemas que luego repartía en Tuxtla Gutiérrez. Salía por las mañanas a las calles y, de una cesta de mimbre, sacaba los poemas que repartía a las muchachas bonitas como quien reparte claveles rojos. Dicen que los poemas, en realidad, no los escribía él, que aquello de “Los amorosos juegan a coger el agua” es creación de la mujer integrante de la pléyade. Pero vaya a saber. Chiapas es tierra de leyendas. Por esto, también, la historia que reciben los niños en la primaria más que historia es leyenda cuando cuenta que los indios Chiapa se aventaron a las aguas del Cañón. Algún día, sin duda, comenzará a escribirse la leyenda de la sirena de la Rivera de Cupía.