domingo, 17 de mayo de 2009

EN LOS PASILLOS DEL MERCADO


Ayer fue sábado. Los sábados (todo mundo lo sabe) son días hamacas. Ayer, temprano, fui al mercado "Primero de mayo", que está a media cuadra del parque central. Cuando regresé a casa, Paty dijo que mi mamá había ido a la Central de Abasto. "¿Y si la alcanzo?", pensé.
Si lograra hallarla todavía, compraríamos flores para llevárselas a mi papá, en el panteón; la ayudaría a cargar las cosas y la acompañaría. No lo pensé dos veces. No siempre existe el privilegio de hacer carambola de tres bandas. Salí de la casa y fue como extender la hamaca que, desde siempre, cuelga de las vigas viejas.
En cuanto llegué a la Central pedí a la suerte toparme con mi mamá. Entré por una puerta lateral. Por ser día hamaca, la Central estaba al tope. Siempre es necesario portarse un poco como cargador y, mentalmente, decir: "Golpe, golpe, ahí va el golpe", mientras va uno eludiendo a mujeres que cargan bolsas y a hombres que toman atole de granillo en vasos de unicel. Caminé por pasillos, sin una ruta preconcebida, pero casi casi seguro que me toparía con mi mamá. ¡Así fue! No sé de probabilidad ni de estadísticas, pero entiendo que no es fácil hallar a una persona a la primera en medio de tanta gente, en medio de tanto laberinto, pero justo cuando entré a uno de los pasillos techados miré a mi mamá en un puesto. Compraba tomate rojo, un tomate rojo del tamaño de una canica: "Con esto queda bien buena la salsa", me dijo, mientras me pasaba la bolsa verde para que yo la ayudara a cargar (la bolsa verde de plástico es regalo de alguna navidad pasada, lleva un letrero de la carnicería fulana de tal, atendida por sus propietarios sutano y perengano).
Como los mexicanos somos dóciles, hacemos caso a todo lo que nos dicen las autoridades. Cuando nos dijeron que debíamos resguardarnos en casa por lo de la influenza ¡lo hicimos!; cuando nos dijeron que no debíamos comer cuch porque la influenza era un virus cochino ¡dejamos de comer!; y ahora que el presidente de la república, el secretario del trabajo y el secretario de salud salieron en la tele comiendo carnitas y recomendando entrarle al chicharrón, pues ¡le hacemos caso! Paty le dijo a mi mamá comprara chicharrón para ponerle a los frijoles. Así, después que mi mamá compró pepita molida (sin chile), fuimos al área de carnes rojas (y a veces verdes porque ya están echadas a perder).
En Comitán acostumbran poner los pedazos de chicharrón en tinas que, en otras partes, sirven para recoger el agua. En un puesto estaba el vendedor detrás de una ensarta de chorizos y de una pequeña vitrina con carne salada. Cabeceaba. A su lado estaba la tina con pedazos de chicharrón de cáscara. Mi mamá golpeó tantito sobre el mostrador, el hombre despertó y, como si supiera qué buscábamos, tomó una pinza metálica de esas que sirven para tomar el pan y preguntó: "¿Cuánto quiere'sté?". Mi mamá pidió cien gramos, pero, dos segundos después modificó su petición y la dejó en un simple "Vendame'sté diez pesos". El hombre tomó varios pedazos que metió a una bolsa de plástico transparente y cuando consideró que ya eran los diez pesos colocó la bolsa sobre la báscula. En ese momento vio que seguía yo sus movimientos con atención y, con la pinza, me ofreció un pedazo: "De ver se antoja", dijo y sonrió. Ante su ofrecimiento inesperado dije que no, pero pensé que debía justificar mi negativa. No como carne, le dije, gracias de todos modos. Y le eché una bendición a la tina, casi casi como si dijera "vade retro". Y el vendedor, con su mandil blanco todo sucio, me salió con la gracia: "Yo también soy vegetariano, desde hace dos años". Pucha, pensé yo, me vine a topar con un incongruente.
Me da muina cada vez que me topo con vendedores incongruentes: con la muchacha gorda que vende pastillas para adelgazar; con el jodido que vende el libro "Hágase millonario de la noche a la mañana"; con la mujer llena de manchas en el rostro que vende la crema para evitar el paño.
¡Así que el vendedor de chicharrón y de manteca de cuch es vegetariano! Cosas que he de ver. Bueno, recordemos que ayer fue sábado y las hamacas, de vez en vez, pueden usarse como redes para pescar sueños o cosas insólitas.
Antes de salir compramos un atado de flores para mi papá. Mientras mi mamá colocaba las flores en la tumba a la intemperie, se persignó y dijo: "Están todas quemadas por el granizo". Yo no dije nada. Estaba contento porque, con tanta lluvia, los floreros tenían agua hasta el nivel máximo.