sábado, 16 de mayo de 2009

Un vaso de Gauguin


El vaso de viento de Gauguin debe tomarse antes que el sol despierte. Uno debe caminar en puntillas y abrir el refrigerador en busca de ese hilo armonioso. Uno debe aguzar la mirada para hallar a Gauguin en medio de mantequillas, sobras de comida y bonches de tortillas frías.
Si uno tiene resaca no es recomendable tomar un vaso de Gauguin, provoca el mismo efecto que el agua de sandía.
Gauguin no cura nada, tampoco tiene menos calorías que un yogurth de dieta. Se asemeja a un vaso de agua, pero tiene un pequeño agregado, como si dijéramos un mojol o un coitán. El viento de Gauguin proviene del paraíso que todos, alguna vez, hemos anhelado. Tomar unas gotas de su agua es como si bebiéramos un poco de azul índigo, un poco de verde sapo, algo de blanco de titanio sobre la piel de una mujer hecha con zumo de tabaco, con granos de café.
Es muy recomendable para las mujeres que hicieron el amor la noche previa. Les da la tranquilidad de saber que el placer no se convertirá en un enigma; es casi casi como tomar la píldora del día después.
En el aire de Gauguin todo está en suspenso: el viento, las ramas del cielo, la palabra que pronuncian las mujeres, los misterios que hurgan en la tierra, los perros que aparecen como si, en efecto, fueran esto ¡unas apariciones!
Siempre es bueno tener un vaso de Gauguin en el refrigerador, para las noches en que el insomnio es como un chapulín Toledo o un cielo Van Gogh.