domingo, 3 de mayo de 2009

Cada quien su Benedetti


Todos llevamos un Mario adentro. Nadie lo quiere aceptar, pero Benedetti es un poco el Jaime Sabines de medio mundo sudamericano y demás países de habla hispana. Los intelectuales lo queman en leña verde, pero el pueblo lo ama.
A los intelectuales les patea que el pueblo lo lea con emoción. Cuando Benedetti se presenta en un foro público el auditorio se llena. Cuando los intelectuales se asoman a los mismos lugares, con sus obras excelsas, ellos parecen cementerios en domingo a las seis de la tarde.
"No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes", dice Mario, y es como si la gente dijera: "Los amorosos son...". Los versos suenan como letras de canciones de José Alfredo Jiménez que se sabe medio mundo.
En el fondo todos llevamos un Benedetti adentro de nuestro espíritu. Los intelectuales no lo confiesan, pero, en discreto, sacan los libros de Mario o de Jaime Sabines tratando de hallar la fórmula de ese alcohol tan corriente que embriaga a las multitudes. No saben que para lograr tal acercamiento se debe ser pueblo, pueblo auténtico. Los intelectuales de corbata de mosca no lograrán nunca acceder a esas plazas donde la gente se baña de luz sin ningún empacho.
Los intelectuales se conforman con volar en las alturas más altas, ahí donde nunca tendrán el homenaje simple de los lectores sencillos.
Benedetti está enfermo. Todos los periódicos han dado cuenta de ello. Esto también les da escozor a los intelectuales porque cuando ellos enferman el pueblo sigue dándole a la talacha sin ningún problema.
"No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes pero el Jardín Botánico es un parque dormido en el que uno puede sentirse árbol o prójimo siempre y cuando se cumpla un requisito previo. Que la ciudad exista tranquilamente lejos", dice Benedetti y el pueblo sabe de qué está hablando, porque el pueblo sabe qué es un parque, qué es un árbol y qué significa "tranquilamente lejos".
Ojalá que Benedetti se sienta como un árbol o como prójimo ahora que está un poco enfermo.