viernes, 8 de mayo de 2009

LOS HIJOS DEL AGUA


Son odiosos. Andan por todos lados debajo del agua. Los veo en el cine, en la literatura e, incluso, en la vida diaria. Claro, estos últimos se han contaminado con las imágenes de la fotografía, del cine o de la literatura.
Yo pregunto: ¿Acaso son batracios? ¿Son hijos de cocodrilos o de camarones? ¿Por qué ese afán de trotar debajo del agua, como si fueran caballos de mar?
Estoy seguro que los lectores de este cuaderno también los han visto (espero que no sean como ellos). La imagen es muy romántica y muy poética. Comienza cuando comienza la temporada de lluvias. El chaparrón cae inclemente y ellos (a quienes llamaré bastardos del agua) salen a la calle y caminan y se besan debajo del aguacero.
Si uno observa el fenómeno a la luz de la razón encuentra que es un comportamiento sin razón. ¿Por qué la gente, en lugar de correr a ponerse en resguardo para no mojarse, queda a mitad de la calle y disfruta la lluvia? ¿Qué tiene de gozoso este fenómeno?
Nunca he hallado una explicación convincente. Entiendo que una muchacha bonita no necesita mojarse debajo de la lluvia para sentirse húmeda; entiendo que ninguno de los jóvenes tiene complejo de planta o de árbol. ¿Por qué, entonces, este afán por andarse mojando a lo tonto?
Marianita es igual que yo. No se moja porque sí. Ella dice que, para esto, prefiere hacerlo debajo de la regadera, con agua caliente, y sin la presencia estorbosa de su novio. Bueno, esto es lo que ella me cuenta. Le creo todo, menos la parte esa donde excluye a su amado.
Mi afecto dice que si fuera tan gozoso, los amantes contratarían a gente que, desde un balcón, les aventara cubetazos en temporada de estío.
Yo pienso igual que Mariana. Una vez tuve un afecto que le encantaba mojarse bajo la lluvia (casi casi como si fuera Gene Kelly) y pues como yo andaba tras sus huesos y tras su piel pues ahí andaba yo mojándome con ella. Nunca funcionó, nunca sentí esa pasión que reflejan los rostros de los artistas. Al contrario. Al otro día amanecía con una gran gripe (que casi casi llegaba a la orilla donde ahora anida la influenza).
Ayer llovió en Comitán, con el plus de granizo. Yo, como el hombre decente y cauteloso que soy, me guardé en mi casa. Vi la lluvia desde la ventana. Pero sé, porque ya llevo recorridos varios kilómetros de vida, que afuera, en la calle, varias parejas caminaron debajo de la lluvia. Sé que nunca buscaron "la sombrita". Caminaron de la mano, empapados, chorreando agua. En algún momento se pararon y se besaron (¿Cómo gozar un beso lleno de agua fría?). Y sé que hoy amanecieron sin ningún malestar físico.
Desde hace diez días entré al cuarto de tiliches y saqué los tres paraguas que coloqué en la puerta de la sala.
No soporto a los entenados del agua. No los soporto. Sé que son esos que, en pleno sábado santo, andan mojándose a cubetazos y ríen, ríen, como si la vida fuera estar metido en medio de esas albercas virtuales. Tampoco soporto a los que nadan, así sea en albercas, en ríos o en medio del mar. No los soporto. Me caen mal. Me provocan envidia.
Ayer vi llover, desde mi ventana. Me preparé un té y puse música de Debussy. Hoy amanecí sin gripa. Yo soy un hombre sensato. ¿A poco no?