sábado, 23 de mayo de 2009

OFICIO DE AGUA


Me gustaría ser nube, le dije a Mariana. Ella siguió limpiando los libros con un trapo rojo y dijo: "A mí me gustaría ser agua. Te ganaría porque la nube se deshace, en cambio el agua vive para siempre". Me acerqué a la ventana, miré el cielo, ¡estaba sin nubes! (¿En dónde viven las nubes cuando no están en el cielo?). Tomé otro libro y se lo pasé a mi afecto, le dije: "Tenés razón, seamos agua". Ella rió, siempre lo hace cuando advierte que no sostengo mis ideas, cuando echo marcha atrás en mis deseos.
¿Agua? Cada vez que me preguntaran por mi oficio diría: "Me dedico a ser agua".
- ¿Es usted agua caliente o fría?
- Puedo ser todo, menos agua tibia. Soy agua para el té de mi madre, y agua con hielo para la sed de mi prima.
- ¿Es usted agua de charco o de pozo?
- A veces he sido agua estancada, he sido un agua verde y ligosa con cientos de mulututes, pero, sobre todo, me gusta ser agua de cascada. La sensación de la caída, del vacío, no tiene comparación. El estruendo al llegar al fondo es como la algarabía de mil tambores africanos.
- ¿Se evapora fácilmente?
- Si mi amada me calienta lo suficiente soy capaz de subir al cielo. Mi amada debe ser lo suficientemente poeta para que no diga una palabra oscura que me condense.
- ¿Se vuelve hielo?
- Por lo regular soy tolerante ante la brutalidad de mis semejantes. Sólo me convierto en polo norte cuando mi sobrina quiere patinar o cuando doña Panchita insiste en aquello de que la hieloterapia puede reafirmarle su piel aún cuando ella tiene ochenta y dos años y su piel de corteza de árbol ya no tiene remedio.
- ¿Es usted agua de río o de mar?
- ¡Qué pregunta tan pendeja! ¿Nunca aprendiste aquello de que todos los ríos van a dar a la mar?
- Disculpe, es que a veces soy muy AGUAdo.
- Pues que te AGUAnte la más vieja de tu casa.
- Gracias por permitirme la entrevista.
- De nada, glub, glub.