sábado, 11 de abril de 2009

EL PARTIDO DEL SIGLO


Le llamaron "El partido del siglo" (ahora habría que agregar "Del siglo XX"). Ayer prendí la televisión y hallé la película del Mundial de 1970. Le dije a mi mamá: "Mirá, el partido que viste en casa de doña Elvita de don Polo Torres".
Para ilustrar este texto busqué una imagen en el internet. En el buscador escribí "Partido del Siglo" y aparecieron cientos de fotografías de otros partidos (tuve el temor de que incluso apareciera una fotografía del PRI). Con el transcurrir del tiempo todo se devalúa. Hay cientos de "La pelea del siglo", cientos de "La mejor novela jamás escrita". A mis lectoras, por esto, les recomiendo duden cuando su amado les diga: "Sos la mujer más bonita del mundo" (seguro que hay millones de hombres que dicen lo mismo y seguro que su amado ha dicho lo mismo a más de diez "bonitas"). De pronto el lenguaje se nos hace escaso y un sustantivo o un adjetivo lo desgastamos.
En 1970 yo estudiaba la secundaria. No me importaba mucho el fútbol, pero como medio mundo estuve atento a lo que sucedía en el estadio azteca y sedes alternas. Como no tenía televisión, fui a casa de mi primo Mario Bermúdez y ahí "escuchamos" el partido inaugural: México-Rusia (hoy sé que sólo era por la emoción de compartir). Me tocó ver en la televisión (en casa del maestro Paquito García, quien fue un pintor que enseñó los secretos del oficio a muchos muchachos) el partido México-Italia. Ni el refresco que nos ofreció sirvió para endulzar un poco la vergüenza del cuatro a uno a favor de Italia. El destino es maravilloso, estoy seguro que si México le hubiera ganado a Italia no habría jamás protagonizado "El partido del siglo".
Recuerdo que fue una tarde, yo no sé en qué lianas andaba enredado. Cuando llegué a casa comentamos con mi papá el resultado del partido Italia-Alemania. Mi mamá sirvió la cena y, como si dijera el estado del clima o cualquier otra intrascendencia, dijo: "Yo vi el partido. Fui a casa de Elvita y ahí lo vimos". Mi papá y yo la quedamos viendo mientras ella ponía el cesto con el pan sobre la mesa. ¿Y de dónde nos había salido aficionada mi mamá? Desde ese tiempo supe que cuando el río suena hasta las señoras prenden la televisión. En casa mi mamá no soporta ver el fútbol; es decir, si tiene opción de elegir ve alguna película o un programa de comedia o de recetas de cocina. Siempre apunta en una libreta todas las recetas de Italia. De las mil recetas sólo ha preparado dos o tres. Parece que el encanto está en copiar las recetas. Mi mamá (tal vez como todo mundo) acepta el gusto de los demás cuando está en casa ajena. Así, mi mamá presenció el partido del siglo y, todos los domingos, mira las corridas de toros de la Plaza México, en la casa de una tía. No le gustan las corridas, se le hacen un fenómeno bochornoso, pero como las demás comadres lo ven pues "ni modos que yo cierre los ojos", me dice con su sonrisa de pan bueno. Me cuenta que mi madrina Elenita no cierra los ojos, pero se la pasa rezando el rosario mientras el torero en turno le pone las banderillas al pobre animal o le ensarta la espada.
Ayer llamé a mi mamá. Ella estaba en la cocina (cortaba la fruta para mi cena). Le recordé lo del partido en casa de doña Elvita. Ella siguió cortando y sólo dijo: "Con razón oía rara la voz".
Sí, tiene razón mi mamá: La voz de los setentas suena rara (sonaba rara la voz "en off" del locutor. Parece que era la voz de Claudio Brook, pero sonaba raro, como suena raro todo lo pasado). Me senté de nuevo y terminé de ver la película-documental. Todo mundo sabe que Brasil le ganó a Italia, y que casi todo el estadio le iba a Brasil (además del embrujo de ese país y de la presencia inigualable de Pelé, por el gusto del desquite ante el equipo que tundió a México). Yo, que después de todo, no puedo evitar el orgullo de mi apellido y la conciencia de que algo de mí está en Italia me puse triste. Miré las manos de Albertosi, el portero italiano, y descubrí que no usaba guantes. Cada vez que había un tiro libre, lo vi escupirse las manos y frotarlas, como para atenuar un poco el trallazo de un Carlos Alberto o de un Pelé. ¡Por el amor del Dios de la pelota redonda! ¿Quién es el galán que, a mano limpia, resiste un balonazo de Pelé? Su apellido era Albertosi y era portero de Italia. Si esa tarde recibió cuatro goles fue porque el destino se cobra cada acción del hombre. A Calderón, portero mexicano, los italianos le metieron cuatro. Cuatro tenía que recibir Albertosi para quedar a manos con el destino, con la vida.
La película terminó. Miré, con cierta pena, cómo los espectadores mexicanos invadieron el terreno de juego y casi desnudaron a uno de los jugadores brasileños en intento de quedarse con un souvenir. ¡Qué pena! ¡Qué país tan de tercer mundo somos! Pero, bueno, ¡así somos!, decimos, y no podemos hacer nada para evitarlo.
Fui a la cocina, tomé el plato con fruta y miré a mi mamá. Ella seguía tranquila en la cocina. ¿Cómo no? Ella no necesita ver repeticiones en el 2009 porque se sabe testigo presencial del mejor partido de fútbol del Mundial del 70.
Las palabras no alcanzan. Las repetimos a cada instante. Por esto suena hueco cuando decimos: "Te quiero como nunca nadie te ha querido". Suena hueco porque esto lo dicen millones de personas millones de veces y porque así quieren millones de hombres a millones de mujeres. ¿Pelé, el mejor jugador de fútbol del mundo? Ya lo dudo, ya lo dudo.

viernes, 10 de abril de 2009

JUEVES SANTO: UN JUEVES CON CARA DE DOMINGO


Si no salgo de casa no lo advierto. Ayer jueves salí, apenas a dos cuadras y media de la casa, y advertí una niebla rara.¡Medio mundo está de vacaciones y el jueves tomó cara de domingo! Incluso tomó un rostro más raro. Algo brinca en el ambiente. Mientras estuve en casa todo transcurrió normal. Escribí un rato y luego me puse a pintar (¡después de un año de no hacerlo! Bendita semana santa que me permite hacerlo). Necesité ir con el carpintero para que pegara dos pedazos de madera al nicho que pinto. Cuando salí me topé con una calle semivacía. Medio mundo sale del pueblo. Mucha gente aprovecha y va a los lugares de moda: Cancún, Puerto Vallarta, Huatulco y demás playas jacarandosas. Los demás van a los "ranchitos" que poseen (ranchitos que, a veces, son propiedades inmensas, de esas en que se es dueño hasta "donde la vista alcance"). Cuando era joven iba con mis cuates a sus ranchos, por lo regular íbamos a "El Salvador", un maravilloso rancho, propiedad del papá de Jorge. Allá también el mundo tenía otro rostro.
¿Y qué pasa con la gente que se queda en Comitán? Porque no todo mundo sale, muchos se quedan en casa porque no les gusta salir en estas temporadas o porque no tienen dinero para ir de vacaciones (hay otros que pertenecemos a ambas categorías). La gente que se queda parece que se encueva. Sale solo para comprar tortillas, para ir a los oficios religiosos o para ir a pedirle al carpintero le pegue dos tablas a un nicho.
Sé que hoy ocurrirá lo mismo. Espero poder pintar; espero salir un rato para hacer el recorrido de "las siete iglesias". Esto es muy emocionante. En mis días de niño, mi mamá me enseñó que debíamos cambiar las monedas en los siete lugares. Uno dejaba, por ejemplo, una moneda de diez y tomaba una de dos (nunca fue una buena lección de economía, pero sí fue una buena forma de entender que, a veces, en la vida hacemos trueques donde, con conocimiento de causa, perdemos algo material y no perdemos nada).
Estos días toman otro rostro. Mucha gente aprovecha ir a descansar a las playas, otra gente se embrutece en alcohol o le da gusto al cuerpecito zandunguero hasta que ya no puede más; otros siguen la tradición católica y llegan al exceso de herir su mal gusto presenciando "representaciones"; otros se quedan en casa y pintan, escuchan música o se tiran en un sillón y ven la televisión. Muy pocos adentro de las oficinas, de las fábricas.

jueves, 9 de abril de 2009

Moleskine o sketchbook


No sé de dónde le viene el nombre Moleskine. Es una libreta para tomar apuntes. Muchas personas -en todo el mundo- las emplean para anotar o dibujar sus impresiones de viaje. Sin duda que tú has visto algún extranjero tomando apuntes en esa libreta.Simple y sencillamente es una libreta, pero ahora está de moda. La venden en lugares exclusivos porque es una libreta exclusiva (aun cuando una scribe sencilla puede suplirla perfectamente).
Hoy vi una moleskine (o sketchbook, como la llaman los gringos). Recordé que, de una o de otra forma, mis libretas eran eso. Ya mis lectores saben que durante muchos años empleé libretas que las personalizaba. Un día las quemé. A veces, como hoy, vuelvo a recordar esas libretas. Cuando las quemé quemé cientos de apuntes, fotografías, collages, textos inéditos y recaditos que me enviaban algunos afectos. Se supone que no me arrepiento por haberlas quemado, pero a veces, como hoy, las recuerdo.

miércoles, 8 de abril de 2009

EL SUEÑO DE FITZCARRALDO



El día de la inauguración un periodista del “Reforma” le puso la grabadora frente a su cara y, como si fuera un balde de agua fría, le sorrajó la pregunta: “¿No es una locura abrir una librería en medio de la selva?”.
Al principio nadie le creyó. A la hora en que tomaban la cerveza, sus amigos de San Cristóbal de Las Casas reían y lo chanceaban, Hernán también reía, pero una vez que la niebla desaparecía, él regresaba a platicar su sueño: ¿Imaginaban la maravilla de sentarse en el quicio de la librería y admirar “el relámpago verde de los loros”, mientras sostenían un libro de Heberto Morales Constantino o de Jesús Morales Bermúdez en las manos y escuchaban la alharaca de las guacamayas?
La mañana del cuatro de enero de dos mil doce, Hernán Efraín Zepeda Moscoso estacionó el camión de cuatro toneladas y urgió a los cargadores a subir las cajas con los libros y los estantes. Eran las siete y media de la mañana y la niebla y el frío no impidieron que muchos curiosos, y la mayoría de sus amigos, se apostaran al frente de su casa para ver el insólito traslado. Conocido entre sus amigos como “Fitzcarraldo” por su semejanza con el excéntrico que soñó con construir un teatro de ópera en la selva amazónica, Hernán subió al camión, prendió el tocadiscos, sacó la mano para saludar a todos y enfiló con rumbo a la selva lacandona. “En los últimos tiempos no soltó prenda”, dijo un hombre con bufanda hasta el límite inferior de sus ojos. “No, nada. Seguro que se volvió gente de Samuel Ruiz”, dijo otro que tomaba un vaso de arroz con leche.
La prensa chiapaneca ignoró el suceso hasta que los dueños de los diarios se enteraron que enviados de todo el mundo estaban en Tuxtla para trasladarse al lugar de la inauguración. Un escritor chiapaneco, no se sabe si Gustavo Ruiz Pascacio o Nadia Villafuerte, comentó el suceso en París, de manera tangencial, en una conferencia que impartió en el Salón del Libro de 2011. Florence David, escritora y columnista de “Le Journal”, retomó el dato y escribió un artículo elogiando el sueño que ella calificó como “una flama de esperanza en medio de la desesperanza”.
Hernán tomó una copa de vino, sonrió a Ámbar que había llegado de San Cristóbal, levantó la mano para saludar a Monsi que platicaba con Fuentes en un extremo de la librería y vio al periodista que seguía con la grabadora al frente. Recordó la pregunta y la ignoró. “¿No es una locura abrir una librería en medio de la selva?” Caminó entre palmadas y abrazos de sus invitados, mientras el periodista, como lapa, lo seguía con el brazo extendido.
Tres años atrás nadie hubiera apostado a favor de este proyecto. Mas ahora, cientos de invitados y curiosos tomaban vino y degustaban bocadillos en medio de la selva, mientras los fotógrafos de la prensa buscaban los grupos. Afuera caía una ligera lluvia, las gotas se acumulaban sobre la proa de las hojas enormes y luego se desparramaban con un estruendo sobre los charcos. “No le doy más de tres meses de vida”, dijo un hombre que con un trapo rojo se limpiaba la frente a menudo. Su acompañante rió, llamó al mesero, se sirvió otra copa de vino blanco y sonrió a la cámara del fotógrafo de sociales de “El Heraldo de Chiapas”.
Cansado de la insistencia del periodista, Hernán dejó la copa sobre una mesa y se dispuso a responder, pero vio a María que parecía discutir con un hombre. Hernán se dirigió al área de Cajas. “Ya le dije que no es posible” dijo María. Hernán tomó a María del brazo, ésta le explicó. El hombre quería comprar un libro con dibujos y grabados de Toledo, insistía en pagar con racimos de plátanos. Hasta ese momento, María confirmó, nadie de los invitados había hecho una compra. Este hombre pertenecía a una pequeña comunidad de la selva. El reportero creyó que era una buena oportunidad para obtener el reportaje y se acercó. Monsi y Fuentes abandonaron su rincón y también llegaron hasta donde el hombre, con ropa mojada y el sombrero en su mano izquierda, insistía en hacer un trueque. “Ya vio, le dije que era una locura”, insistió el periodista con la grabadora encendida. Hernán sonrió y le dijo al hombre: “El libro que querés vale doscientos veinte plátanos”. El hombre guardó el libro debajo de su impermeable amarillo y le dijo a Hernán: “Trato hecho, mañana te los traigo, puro madurito, puro galán. Qué bueno que nos trajiste libros hasta acá en la selva” y se retiró contento. Monsi y Fuentes se acercaron a Hernán y le dieron un abrazo. Florence tuvo razón, algo como un rayo de esperanza acarició el ambiente, pero, bueno, ella es francesa y nosotros vivimos lejos de ese país, porque nadie se dio cuenta de este momento. Todo mundo estaba metido en la plática sabrosa, en el vino, en el bocadillo. El periodista del “Reforma” nunca escribió la crónica. Por eso ahora yo trato de compensar, aunque sea en mínima parte, esa falta de cortesía, esa carencia de ética.

martes, 7 de abril de 2009

SERVICIO SOCIAL

Un lector nos avisó que este mensaje es una broma. Por lo tanto lo suprimimos.
¡Qué bueno que todo es puro chacoteo! ¡No pasa nada! Gracias a Dios.

EL MARTES DE TODOS LOS DÍAS


Los domingos iba a misa. Mi mamá decía que el viernes era día de rosario. Es decir, las religiones tienen días especiales para sus ritos. El domingo, también, es día de fútbol y en algunos casos es día de estar con la familia.
Quienes practican una religión se imponen una rutina. Por esto, quienes vamos más allá de la obsesión no somos bien vistos. No es bien visto el jugador de dominó o de billar porque a éste no le importa el día ni la hora para jugar su "obsesión". ¿Qué decir de los obsesionados al cine, a la televisión o al videojuego? No hay hora del día en que no busquen su refugio.
Tal parece que en estos tiempos las obsesiones han superado a las religiones. Cuando veo a los enamorados los veo igual de obsesionados.
Durante muchos años fui un obsecado lector. Todo el día andaba con un libro junto a mí. Mientras hacía lo demás ¡leía! Llegaba a colmos: mientras comía ¡leía!, mientras orinaba ¡leía!. A la hora de estar con una muchachita bonita también ¡leía! Sólo faltó que mientras mientras también leyera. Sólo esto faltó.
Hoy sé que, como cualquier religión que se respete a sí misma, la lectura también debe tener su calendario ritual. Puede ser diario (así como el amor), pero debe ser dosificado (también Dios descansó al séptimo día).
Lo mismo con la pintura y con la escritura, ¡lo mismo con la vida!
Las religiones que ostento pueden practicarse cualquier día a cualquier hora, pero, en los últimos tiempos, he descubierto que si les destino una hora especial en determinados días toman una dimensión más espiritual, permítanme el término.
Tal vez se trata de no banalizar el acto; un poco como si me cambiara de ropa, me lavara el cabello, me peinara, me lustrara los zapatos y fuera al templo para estar una hora con Dios.
A final de cuentas todas mis obsesiones tienen como punto central la intención de estar con Dios. Mi encuentro con Él es a través de la palabra y del trazo. De la palabra en todas sus modalidades.

lunes, 6 de abril de 2009

POR EL NIÑO QUE SOMOS



El cuatro de abril celebré mi cumpleaños cincuenta y dos, y un día antes festejé un año de mi regreso a Comitán. Los dos sucesos los recibí con los brazos abiertos, pero, acá entre nos, este último hallazgo lo agradecí con emoción de lluvia en estío. ¿Será porque este retorno es para mí como un renacimiento? ¿Será porque los cielos de Comitán son como un canasto de pan para mi deseo?
Los cumpleaños sirven para echar trago, escuchar marimba, pasar a través de una reja de papel de china, recibir “las mañanitas”, llenarse de confeti, comer pastel y dar gracias a Dios por otro año de vida; pero también son pretexto ideal para hacer un recuento de los daños provocados y de las bendiciones recibidas.
Porque en “El Heraldo de Chiapas” vuelo siempre sobre las palabras me pregunto (como creo lo hace cualquier escritor que publica sus textos): “Este año de vida, ¿sembré aunque sea una espiga de luz en el corazón y en la mente de mis lectores?”.
Cada vez que escribo una Arenilla me someto al dictado del universo (esto para no banalizar el acto, para que no sea un suceso menor, sino para que sea ¡la gran aventura del instante!). Ya luego tengo presente un código que ahora extiendo: Primero, cuando escribo en el ordenador o en la libreta o en la servilleta, procuro que el escrito sea coherente, que roce la orilla de lo sencillo y se aleje lo más posible de lo pretencioso; segundo, que el texto casi casi no tenga errores ortográficos y evada en lo posible el piso jabonoso donde se unen las palabras; tercero, que la idea expresada no se arrogue la soberbia de poseer la verdad (que la humildad sea el agua donde se sumerja); cuarto, que cada palabra descubra su vocación de puente y se aleje del potencial abismo; quinto, que evite el centro de lo solemne y camine por la periferia donde la palabra está siempre en manga de camisa; y sexto, que nunca olvide su esencia de vida.
El día del cumpleaños puede servir para replantearse la pregunta de siempre: “¿Para qué la vida sino para servir, para exorcizar oscuridades en la sala que habitamos?”.
Cuentan que un escritor verdaderamente importante escribió un texto sublime “a la mitad del camino de su vida”. Yo no sé qué tramo recorro, siento que este retorno fue como un renacimiento. Así pues tengo un año de edad y, como decimos en Comitán, “estoy andando en los dos”. Los niños, se sabe, cometemos muchos dislates, sobre todo en el lenguaje. Soy un escritor balbuceante, pero, de todos modos, aspiro siempre a cumplir mi código hexagonal. Todo escritor está en busca del texto perfecto, aun cuando esto es una utopía. Nadie en el mundo se ha topado con esta nube. En nuestra tierra imperfecta la perfección es un cielo inalcanzable, pero persistimos en el intento. Que mis textos contengan, cuando menos, los seis puntos que me he impuesto ¡ya es ganancia! ¿Quién gana? No lo sé bien a bien, pero tengo la certeza de que este camino es el que me corresponde.
El otro día un compa me regaló una nube, me dijo que conocía un lector que compraba “El Heraldo de Chiapas” sólo para leer al tal Molinari. Pero así como a veces llueve luz sobre mi parcela también sé reconocer lo que un crítico me dijo: “Te ignoro como un fantasma”. Espero pues seguir prendiendo cerillos en la estancia del primer compa; y, para el segundo compa, ser un fantasma pero de esos que están hincados en los bordes de las carreteras. Me gustaría ser este fantasma, un fantasma que ignoren pero que proteja al lector de un derrape en plena curva.
Mientras tanto ya “ando en los cincuenta y tres” de vida. ¿Me permiten compartir mi gusto con ustedes y dar gracias a Dios por tenerlos de testigos virtuales pero siempre presentes?

domingo, 5 de abril de 2009

LA HORA DE DIOS


"Yo sigo con la hora de Dios", dice don Pancho, quien es un agricultor de allá por el rumbo de Los Riegos. No se inmuta, él no adelantó su reloj la noche de anoche. Un poco o un mucho sigue metido en el mundo de los gallos, de los pájaros y de los ratones (bueno, bueno, parece que el mundo de estos últimos también se altera, porque como los mortales nos levantamos una hora antes, ellos deben refugiarse también a esa hora). En las comunidades más apartadas todo parece seguir igual. Es en las ciudades donde todo se "desconchinfla".
Las autoridades nos indican que debemos adelantar una hora a nuestros relojes y nosotros, con toda la impunidad del mundo, movemos las manecillas. Las autoridades no saben (¡qué van a saber si son ignorantes!) que en ese simple juego de cambiar la hora nos alejamos del centro del universo.
¿Qué hacían los hombres antes de que a alguien se le ocurriera inventar la medición del tiempo? Vivían de acuerdo a la naturaleza, algo que a don Pancho se le ocurre llamar como "la hora de Dios". Cuando al hombre se le ocurrió inventar un reloj solar todo el mundo comenzó a regir su vida a través de esas mediciones. La pregunta que se hace Marianita es: ¿Cómo adelantan o atrasan un reloj solar?
A la hora que prendí la computadora hallé en la pantalla el reloj ajustado. Entiendo que la máquina está programada para ello.
Don Pancho, a final de cuentas, es sabio. Reconoce que el tiempo es único y que para estar a tono con el universo debemos estar en sincronía con esa línea eterna donde no hay tiempo. Sé que él se levanta y acuesta a la hora en que su cuerpo se lo demanda. La mesa con el tazón de frijol negro, las tortillas hechas a mano, la salsa de molcajete y el puño de sal sólo tienen un horario definido a través del tiempo.
He visto en los parques cómo los pájaros se arremolinan en los árboles a la hora de siempre. No varían. Para cumplir con mis compromisos de trabajo y demás lazos sociales debo sujetarme a este horario de verano que hoy comienza; pero los otros puentes de mi vida los cruzo a la hora de siempre. Diría don Pancho que a la "hora de Dios" yo como y miro el cielo.

sábado, 4 de abril de 2009

¿QUÉ SE SIENTE?


Hoy cumplo cincuenta y dos años de edad. ¿Qué se siente?
No recuerdo qué sentí cuando cumplí dieciséis o treinta y cuatro, pero, tal vez, la sensación es la misma. Si cuando cumplí diecisiete sentí lo mismo que siento hoy ¡debió haber sido maravilloso!
En principio diré que no duele nada, duele más un piquete de zancudo o un pinchazo en un laboratorio. Es como si el viento conjurara la luz para envolverte en una nube suave.
Cumplir cincuenta y dos es tener la plenitud al alcance de la mano.
Es la etapa en que la duda ya es certeza.
No hay una sola nube de incertidumbre.
Tal vez, debo consignarlo, debe ser porque a esta edad Dios ya no es una mera metáfora ni una demanda de ayuda. Debe ser porque Dios ya es el pan de todos los días, la orquídea del jardín, el vuelo del ave, la sonrisa de la niña que camina en la banqueta de enfrente, el hombre que ofrece helados, la mujer que vende piña en el mercado, la estudiante que lee por encargo, la muchacha bonita que se sabe admirada.
¿Qué se siente? No se siente nada y se siente todo. Porque Dios es el Todo de la Nada.
Pero la pregunta no es ¿qué se siente? sino ¿qué se ha sentido y si lo sentido tiene sentido? El inicio de respuesta es, precisamente, comenzar a andar por los cincuenta y tres, así como hoy lo he iniciado.
Pero, por encima de todo, debo consignar: cumplir cincuenta y dos no duele, al contrario, es como si comieras un dulce, como si vieras el cielo a las dos de la madrugada, como si tu mamá (siendo vos niño) te abrazara Y dijera: "No pasa nada". Y vos abrieras los ojos y vieras que la sombra de la noche ya dio paso a la luz de la mañana.
No duele, es un placer, un gozo. La bendición de la vida, la esperanza anhelada.

viernes, 3 de abril de 2009

GRANOS DE ARENA (14)


Con un abrazo para Martha Argüello,
como agradecimiento por una idea que me obsequió el día de su cumpleaños.

HISTORIA DE LA MUJER DEL SIGLO XIX QUE POSEÍA UNA INCALCULABLE FORTUNA Y CONFUNDÍA LA PALABRA QUESO CON LA PALABRA QUISO
Dos días antes de la boda, cenaba con su novio. La dama queso llevarse un trozo de quiso a la boca pero un mesero tropezó, golpeó su brazo y el quiso se le atoró en la garganta. El novio se inmovilizó, se acobardó. Por fortuna un joven que estaba en la mesa de junto se paró, se colocó detrás de ella, la abrazó con fuerza y con un movimiento exacto logró que ella expulsara el pedazo atorado. La mujer se casó dos días después pero con el joven que le salvó la vida. Cuando los amigos del novio rechazado le preguntaron porqué su prometida lo había abandonado, el respondió: “Ya no queso conmigo”. El contagio le duró toda la vida.

DE CLASES DE HISTORIA DE TELE SIN VISA
Un chiapanaco es aquel que en clase de historia respondió “Paty Chapoy” cuando el maestro preguntó el nombre de una divinidad azteca.

OTRA DE TELEVISORES
“Mami, ¿puedo prender un niño?”, preguntó el televisor. “Sí, pero no lo mires”, dijo su mamá plasma. El televisor cerró los ojos y comenzó a pasar comerciales de cigarros, alcohol, sabritas, aguas de cola y sexo (se colocan estas palabras una detrás de otra porque están relacionadas). Claro, al final puso el aviso: “Come frutas y verduras”. El niño espectador quedó bien “prendido”.

EL CASO INSÓLITO DE UN HOMBRE FIEL A SU PROMESA
“¿Me amarás hasta que la muerte nos separe?”, preguntó la mujer a su esposo dos horas después de haber iniciado su luna de miel. El hombre la besó y juró que así sería. Se levantó de la cama, se vistió y salió del cuarto de hotel y nunca más volvió. El hombre ahora es feliz, se acuesta con decenas de muchachas bonitas y es fiel al juramento: Como no tiene que soportar a su mujer la sigue amando y lo hará hasta el último día de su vida.

DE SUEÑOS Y OTRAS ALUCINACIONES
El niño preparó el frasco de vidrio, colocó unos pedazos de algodón y sobre estos una semilla para que germinara. La semilla abrió los ojos y dijo: “¡Qué padre, estoy en las nubes, seré un árbol del cielo!”.

UNA HISTORIA CLÁSICA DE ALGUNOS MAESTROS QUE SON COMO BURROS
El maestro, en clase de español, anotó en el pizarrón el palíndromo: “Anita lava la tina”, una hora más tarde, después del receso, pidió a Alfredo pasara al pizarrón y anotara el nombre de un equipo de fútbol mexicano. Alfredo, camino al pizarrón le pegó un zape a Emilito, tomó el gis y anotó: “Salta”. Todos sus compañeros rieron (Emilito más que nadie). El maestro también se burló, le jaló la oreja derecha y lo mandó a sentarse. Alfredo se sobó la oreja, sonrió y pensó que su maestro era un estúpido. Él había aprendido a escribir palíndromos.

DE LOS GATOS QUE NUNCA SE SACIAN
Era un gato, un simple gato, pero su apellido era Slim y por lo tanto padecía del Síndrome “Quieromás”. Así no se conformó con tener siete vidas. Llegó a tener tantas que cuando le preguntaron para qué quería más dijo: “Para tener más muertes, más, más”.

EN EL DINTEL DEL INFINITO
El espíritu se halló ante una encrucijada: a la izquierda un camino lleno de luces, y a la derecha un sendero oscuro. Caronte le explicó que el camino iluminado era para los espíritus ciegos.

SÓLO PARA HOMBRES Y MUJERES QUE CONOCEN LA IMAGEN DE LA EMULSIÓN DE SCOTT
Un borracho le dice a su compa: “Ya estamos bien bolos, vos”. “Sí -dice el otro- vamos a acabar como el bacalao de la emulsión”.

PARA RUMIAR A LA HORA DEL CAFÉ O DE HACER EL AMOR
¿Por qué si la palabra colofón significa final, no inventamos mejor la palabra colofín?

jueves, 2 de abril de 2009

EN BLANCO Y NEGRO



Viví mi adolescencia en los años setentas. Iba al cine, seguido. En el “Cine Comitán” exhibían únicamente películas mexicanas. Esto hizo que los cinéfilos comitecos de esos tiempos fuéramos un poco expertos en el cine que se realizaba en nuestro país.
Hace dos noches fue la entrega de los “Arieles”, los máximos premios que reciben quienes intervienen en la realización de las películas mexicanas. Es una pena reconocer que el día de hoy estamos más enterados de la entrega del Óscar que del Ariel. Asimismo es una pena que hoy los espectadores del cine mexicano cada vez son más escasos.
También es una pena -para mí- decir que en mi ciudad (de más de ciento veinte mil habitantes) no hay una sola sala cinematográfica (bueno, digo todo cuando digo que ni a las instancias culturales se les ha ocurrido implementar una pequeña sala para cine de arte).
Es una pena porque esto provoca un enorme vacío de identidad. Somos lo que vemos, así entonces ahora somos un poco el cine de Hollywood.
Como el cine norteamericano está plagado de “efectos especiales” los jóvenes de hoy creen que todo en la vida debe ser así. Imparto una clase en bachillerato y advierto que mis alumnos esperan de mí, en cada clase, una especie de efecto especial y espacial. No les basta abrir el libro para leer y hacer una reflexión, desean un poco la magia de lo virtual y del artificio para llamar su atención.
Iba al cine tarde a tarde. Iba con Armando o con Jorge o con Ramiro o con Javier. Comprábamos unos tacos dorados y un vaso de refresco a la entrada y, mientras comenzaba la función, veíamos a los demás espectadores. Cuando las luces se apagaban y la pantalla tomaba vida,Jorge Rivero, Meche Carreño, Tin tan, Viruta y Capulina, Julio Alemán, Fany Cano, Isela Vega (¡!), Irma Serrano, Pedro Infante, Jorge Negrete y demás aguas simples nos hablaban en nuestro idioma de cosas cercanas a nuestro mundo. El efecto especial era un alambre que simulaba el vuelo de un vampiro de peluche o una caja de cartón con focos rojos que aparentaba ser una mega computadora en el laboratorio del Doctor Misterio.
Era un cine simple. Hoy el cine es complejo y por ende, los hombres, nos hemos vuelto complicados.
Hoy, ¡es una pena!, hay muchachos que tuercen la boca cuando alguien los invita al cine y resulta que la película “es mexicana”. Ver cine mexicano es para nacos, lo "nice" es ver a Brad Pitt, a Angelina Jolie, a Di Caprio.
No tengo el dato exacto (escribo de oídas), pero supongo que en los videocentros la renta de películas mexicanas debe ser mínima. Por esto, cuando los Arieles se entregan, los cinéfilos ya casi casi no sabemos de qué película están hablando, de qué actor se trepó sobre el rollo. Somos casi casi expertos en cine gringo. ¿Qué pena?

miércoles, 1 de abril de 2009

MÁS QUE EL VIENTO



La palabra es más que una palabra, es mucho más que un cordel, más que una jacaranda.
A pesar de que los políticos, por ejemplo, la desgastan, la palabra sigue tan impoluta como un jarro de agua fresca.
A mí siempre me impresiona la capacidad de la palabra. Se estira hasta donde una liga se rompe, resiste más allá de donde una pena llora. ¿En qué luz reside el sol de la palabra?
Me sorprende cómo la palabra toma destellos en la voz de los poetas. Cómo da luz en medio de la penumbra, como adquiere el espíritu del agua a mitad del desierto.
Pero donde más me sorprende y me alimenta es en la hoguera de la seducción. Una simple palabra actúa como si fuera la mano más adiestrada para el tacto. Una palabra, bien dicha, en el momento preciso, puede “calentar” a una muchacha.
Una muchacha se moja y se abre con el sencillo prodigio de un abracadabra. Cuando una muchacha dice “Me calientas”, algo como una flor se abre en medio de la pausa.
La mujer puede estar, incluso, en el otro lado del mundo y si el amado tiene el tacto suficiente del verbo esa mujer puede sentir la caricia de la madrugada.
Sé que esto no es para todos los espíritus, si se me permite decirlo es sólo para espíritus exquisitos. No toda mujer se “calienta” cuando su amado le dice al oído “eso me calienta” y sus manos están amarradas, y sus pies están amarrados y su dedos están amarrados y su miembro amarrado. No todo mundo tiene la sensibilidad para acariciarse a través del tacto de una sencilla flama: la palabra.
El hombre lee un verso y ella dice “Me calienta”. Él, la oye, cierra los ojos, y, como si rezara, en voz baja, dice: “Tú también me calientas cuando dices que estás caliente”. Ella hunde sus manos en medio de sus piernas y siente el calor de esa palabra y sabe que ya está lista, “caliente”.
Y de pronto: ¡plop!
Sí, a final no son más que un pinche par de calientes.
¿Vieron? La capacidad de la palabra es infinita, también tiene el prodigio de bajar la calentura a los calenturientos.
Es la maravilla de la palabra.