sábado, 6 de octubre de 2007

Eran otros tiempos

Eran otros tiempos.
Eran los años setentas. Decir "el güero de la basura" era decir alguien muy cercano, decir alguien a quien veíamos frecuentemente. Trabajaba en la recolección de basura.
Eran otros tiempos.
El camión de la basura no era más que un camión de volteo. Cuando el camión estaba lleno de basura, el viento y la velocidad del camión hacían que la mitad de lo levantado quedara regada de nuevo sobre las calles.
"El güero" siempre iba parado en la parte delantera de la góndola, siempre su cara blanca revuelta en medio de los desechos oscuros y gelatinosos, siempre enredado en la espiral pestilente de cucarachas y moscas.
Todo mundo de Comitán le decía "güero" porque era "albino". La piel de su cara (asumo que la de todo su cuerpo) desechó en algún momento los cafés de la nubliselva de Chiapas y soñó con algún fiordo noruego. Era "blanco", "hjo del sol" le llamábamos en Comitán.
Muy temprano pasaba por las calles de Comitán un hombre que hacía sonar un cencerro. Era la señal para que todos sacáramos la basura. Aparecía el camión destartalado, y, ahí, sobre el horizonte, como una torreta dorada, como una tea infinita ¡el hijo del sol!
El güero mantenía los ojos casi cerrados, le molestaba su propio fulgor, su propio padre lo azotaba inclemente. Imagino que en la oscuridad se sentía bien, imagino que cuando el sol se ocultaba él resplandecía sobre los cielos oscuros de otra estancia. Todo el día estaba metido en la basura, pero era como una moneda brillante en medio de monedas tristes, era un doblón de oro, el tesoro extraviado de algún pirata del siglo XVI.
Eran otros tiempos.
Hoy día, en mi casa de Puebla, preparo la avena de mi desayuno en un vaso de peltre. Una vez que la avena está lista voy al local en donde está la computadora y ahí, mientras reviso mi correo o escribo estas Arenillas, tomo la avena. Cuando regreso a la cocina, tomo el vaso de peltre por la parte de arriba y dejo flotar la cuchara entre mi dedo índice y medio. Este espacio me permite jugar con el vaso para que la cuchara se mueva haciendo un sonido peculiar, como si fuera un cencerro. Este sonido evoca un agua en el río de mi mamá que siempre me dice: "Ahí viene el güero de la basura". Ambos reímos porque sabemos que nuestra memoria no olvida nunca al ¡hijo del sol!
Eran otros tiempos.
Que Dios bendiga siempre al güero de la basura. Quién sabe en qué camión anda ahora trepado.