domingo, 21 de octubre de 2007

La casa de Maestro Paquito - tres

Mientras medio mundo veía en la televisión cómo los italianos metían cuatro goles en la portería defendida por el "Cuate" Calderón (los perversos le decían "Coladerón"), yo veía hacia la pared de la sala. Ambos cuadros representaban escenas que parecían sacadas de la Biblia.
Sólo otra pared de Comitán me había causado tal impacto. Todos los domingos iba a misa al templo de Santo Domingo. El padre Carlos, que era un hombre amante del arte, mandó a pintar enormes cuadros al óleo que colgó en las paredes del templo.
La casa de maestro Paquito poseía la misma magia. ¡Sí, eso era! La casa de Maestro Paquito era tan diferente a todas las demás casas comitecas porque era una galería que también usaban como habitación.
Muchas casas de Comitán jugaban ese juego. La casa de Armando, por ejemplo, era un taller mecánico, y la casa de Mario era una panadería.
Hay casas que sólo se usan para habitarlas, hay otras, como la casa de Maestro Paquito, cuya vocación escapa de lo cotidiano. La casa de Maestro Paquito era una galería, ¡un museo!
Al final del partido todo mundo estaba enojado, triste. México perdió cuatro goles a uno. Yo no comenté nada, pero sonreía en mi interior: ¡había sido una mañana fantástica! ¡Conoci una galería y vi el juego en donde Italia -tierra de mis ancestros por el lado paterno- le dio una tunda a los mediocres mexicanitos!
Casi casi salí gritando: !Que vivan los azurri! ¡Que viva Florencia! ¡Que viva la galería Uffizi y la galería de la casa de Maestro Paquito!
En ese tiempo el templo de Santo Domingo era el único lugar de Comitán en donde podía mamarse el arte. Los cuadros pintados por el Maestro Güero -comiteco que estudió un rato en la Academia de San Carlos- llenaban de luz la galería siempre en penumbras. Yo acostumbraba sentarme al lado de un cuadro pintado en tonos tierra, en tonos grises. En el centro estaba la imagen de un dominico y al lado de éste un perro famélico. Ambos, el perro y el monje, tenían una mirada triste, como si la esperanza estuviera mucho más allá de la línea del horizonte que, justo a la mitad, cortaba el cuadro en dos partes: la tierra y el cielo.
(Dios mediante, continúo mañana).