En Tuxtla, abstencionismo e ilegitimidad
Roberto Coello Trejo
El pasado siete de octubre, día en el que se eligió en forma ¿democrática? a los 118 presidentes municipales y se renovó al Congreso Local, pasó con más pena que gloria especialmente para el partido en el poder, así políticos y panegiristas se quieren llenar la boca afirmando que hubo más votación que el pasado ejercicio electoral, y que desde 1994 no se registraba una votación como la emitida el pasado domingo siete.
Desde luego que cada quien habla como le fue en la fiesta y trata de acomodar las cifras a su real entender como, eso sigue pensado la clase política, si los chiapanecos no tuvieran memoria y fueran una parvada de ignorantes. No hay tal. La elección del domingo siete fue la confirmación, al menos para la capital del Estado, que sigue prevaleciendo el abstencionismo gracias precisamente a la imposición, al autoritarismo, el trapecismo aberrante e insultante, a los amasiatos de acuerdo a los intereses de los partidos políticos, la compra descarada de votos, los golpes sucios y debajo de la mesa, las malas jugadas entre los candidatos, la falta de respeto a la sociedad y naturalmente a las negociaciones en lo “oscurito” que provocó que en Tuxtla Gutiérrez, en el que hubo derroche desmesurado, el abstencionismo fuera del 63 por ciento y lo que se dice a voz a cuello; la elección vinculada al Estado. De lo demás, y que merecería otro comentario por separado, Acción Nacional volvió a respirar, el Revolucionario Institucional le arrebatara una buena cantidad de municipios a la coalición, y que Convergencia se diera el lujo de conquistar, ellos solitos, dos alcaldías.
Son cosas que suelen suceder en las democracias que, como decía Adolfo Suárez, primer presidente del gobierno español después de la caída de Franco, “puede ser más o menos buena, pero lleva en sí unos altos niveles de perfeccionamiento. Y la perfección máxima consiste en la convivencia perfecta. Hay que crear las condiciones necesarias para convivir por encima de las ideas políticas y que las ideologías no dañen las relaciones de amistad y vecindad”.
¿Será posible una convivencia perfecta cuando insistimos, sólo acudió a las urnas el 37 por ciento de tuxtlecos, de la capital del estado, para designar a su alcalde?. Es más que obvio. Tuxla no accedió a los “usos y costumbres” donde los momios compaginan con la imposición y las negociaciones oscurantistas. Tuxtla no sólo no cayó en el juego de la perversidad, si no que fue testigo de una contienda totalmente desigual e inequitativa en casi todos los aspectos, pero esencialmente con la imposición de un ciudadano ciertamente honorable pero desconocido, así haya visto la primera luz en la tierra de sus padres, y que volvió 30 años después para hacerse cargo no de un “rancho” si no de los destinos de un pueblo que sigue siendo vilipendiado y engañado, aunque en estos momentos que redactamos estas líneas si gozamos de agua “todo el día” porque no ha dejado de llover.
La verdad son cosas que ya no deben permitirse ni tolerarse. Los tuxtlecos no acudieron a las urnas porque ya sabían, tal vez beneficiarios de ese don, que se levantaría con el triunfo, aunque en forma más que pírrica, el que llegó hace tres años, como el que lo trajo, para quedarse y seguramente con una agenda política bastante amplia que le permita -si el güero se lo permite- con parte de la generación de jóvenes, con las mismas mañas de los viejos, hacer carrera en el terruño que lo vio nacer. Al menos tiene ese punto a su favor en relación al que le disputa las planas de la prensa al titular del Poder Ejecutivo.
Muchos podrán preguntarse por qué ilegitimidad. Bueno, es que para ser auténtico y sentirse con el derecho de gobernar sin distingos ni compromisos, el porcentaje de votos debió de haber sido más amplio. El tener y contar con la certeza que más del 50 por ciento de los tuxtlecos empadronados que habrá de gobernar incluidos esos viejitos que reciben mes con mes un apoyo; de los jóvenes -muchos profesionistas- a los hizo a un lado, con los que obviamente no hará equipo para tratar de ir resolviendo, sin demagogia y populismo, los graves problemas que confronta una sociedad cosmopolita.
Los cálculos estuvieron equivocados. Tuxtla no sólo esta habitado por tuxtlecos; no señores, Tuxtla lo mismo tiene indígenas de Cancuc o Chenalhó que guatemaltecos, hondureños, etc., etc., que al fracasar en su sueño “americano” determinaron quedarse en tierras chiapanecas con la esperanza de aspirar a gozar de un mejor nivel de vida.
Pero en fin así no se hayan cumplido las expectativas. Tuxtla y Tapachula eran las incógnitas del proceso. Los tapachultecos desde luego no cedieron al chantaje, a la presión, a las amenazas hasta de muerte, y a los despidos injustificados que dictó el “vice gobernador” Amador Rodríguez Lozano -se dice operador político- que aprovechándose de las circunstancias, en un clásico “pinochetazo” se posesionó de la dirección general del Instituto de Administración Pública, hecho que confirma no sólo la clase de “cucaracha” que es, si no que para él no hay amigos, y los que tiene son por intereses con lo que pasa a ocupar un puesto importante en la lista de mitómanos.
Los tapachultecos no cedieron ante los panuchos alentados desde donde usted ya sabe, porque por más que le dieron vuelta al asunto no doblaron a Ezequiel Orduña, priista que sabía que a sus paisanos de convicción lo que les sobra es “testosterona”.
Lo demás quedará para la historia. El PRD, sin decisión de por medio perdió alcaldías aunque mantuvo, por un pelo la mayoría en el Congreso que podría revertirse al convertirse en “independiente” algunos de sus coaligados. Los “verdes” ni se apenan ni se acongojan. Su proyecto camina aunque ya tienen, del mismo corral, otra cuña. Intereses son intereses.
Es hora de definiciones. El gran ganador fue el PAN; los priistas recuperaron terreno, en tanto la coalición, que es gobierno, dejó mucho que desear por cuestiones arriba señaladas. Habrá que tomar en cuenta lo que externa la vox populi, que riñe abiertamente con las encuestas mandadas a hacer a la medida que ordena el cliente.
Horas de definiciones ideológicas y ello amerita pensar, cavilar, tomar decisiones y hacer caso omiso al canto de la sirenas.