sábado, 20 de octubre de 2007

La casa de Maestro Paquito - Dos

La mayoría de casas comitecas tenía un sitio, la casa de Maestro Paquito ¡no!
¿En dónde jugaban, entonces, los niños de esa casa? ¿En qué árbol colgaban sus sueños? Desde la calle no se veía ningún árbol. En lugar de ramas para colgar columpios, sólo se veían enormes ventanales.
Subía y bajaba por la calle de San Sebastián y siempre veía esa casa que era como un faro. ¿A qué barco le indicaba la proximidad de la playa, el peligro del atolón?
Pero un día entré a esa casa. El catorce de junio de 1970 entré por primera vez a la casa de Maestro Paquito.
Mis cuates y yo entramos a la sala y luego al comedor. Lo primero que me sorprendió fue que hallé un lugar en donde parecía haber ¡más luz! ¡Qué raro! Por lo regular, las demás casas comitecas eran oscuras adentro de los cuartos y la casa de Maestro Paquito tenía más luz. Era como si el sol estuviera adentro y no en la calle, como si, en efecto, hubiera algún faro para guiar a los espíritus extraviados. Pero esa luz no provenía de los ventanales que filtraba la luz de afuera, ¡no!, la luz provenía de las paredes de la sala. Dos grandes cuadros pintados al óleo eran como lámparas. Me acerqué con cierta timidez, miré los colores brillantes, casi sin matizar; miré que los cuadros tenían marcos perfectamente barnizados en una laca de color café oscuro.
¿Por qué entramos a la casa de Maestro Paquito ese día? El mundial de fútbol de 1970 estaba en desarrollo. El domingo catorce estaba programado el juego de octavos de final entre México e Italia.
En ese tiempo pocas casas tenían televisor. Era necesario instalar antenas enormes sobre los techos de las casas. Las antenas se orientaban con rumbo a Guatemala y, si había suerte, el televisor detectaba la señal de algún canal Guatemalteco. Alguien nos dijo que en la casa de Maestro Paquito se vería el partido y allá fuimos mis cuates y yo.
(Dios mediante, continúo mañana)