Vivimos en una época dominada por la imagen. El cine, la televisión y la propia calle son espacios donde campea la imagen.
Salgo a la calle y veo cientos de imágenes: la mujer que barre la banqueta, la que corre a mitad del camellón, la que sacude la sábana desde su balcón del segundo piso, la que lava ropa en el lavadero del patio de la vecindad, la que se besa con su novio en la esquina. ¡Todo es una fiesta de la imagen!
Soy fanático del cine, de la televisión, de las revistas ilustradas y de los libros que tienen imágenes, pero, también, soy amante de la palabra.
Por esto sé que si "una imagen vale más que mil palabras", una palabra produce ¡un universo de imágenes!
Siempre que coordino talleres de creación literaria empleo un ejemplo. Muestro a los talleristas una fotografía y les pido que escriban diez conceptos que "ilustren" la imagen; luego retiro la fotografía y escribo en el pizarrón (o en el papel del rotafolio) una palabra y pido a los talleristas que describan diez imágenes a que les remite dicha palabra.
El resultado demuestra que una palabra es capaz de desencadenar millones de imágenes procesadas o inéditas.
La palabra es fogón, es brasa.
Parodiando a Sabines -el poeta, el poeta- digo: "Que Dios bendiga a la palabra Dios".