domingo, 8 de marzo de 2009

TAMBIÉN EN LOS SUELOS HAY CIELOS


"Anda, levanta la cara", decía mama Juana. Pero yo no le hacía caso. Si levantaba la cara, pensaba, no podía levantar todos los chunches tirados. Por caminar con la cara agachada hallaba monedas, botones y tornillos (los tornillos me encantaban porque con ellos construía robots. En mi tiempo de niño jugábamos a conquistar la luna. Claro era antes de que don Neil Armstrong pusiera un pie sobre la luna y dijera que eso era "un paso pequeño para el hombre pero un gran salto para la humanidad". Hoy creo que tampoco fue el gran salto para la humanidad. Hay algunos incrédulos que aseguran que eso del hombre en la luna fue un gran montaje teatral y que las fotos corresponden a un secreto set cinematográfico).
Me gustaba caminar con la cabeza gacha, buscando tesoros mínimos, con las manos adentro de las bolsas (la mama Juana también me obligaba a caminar con las manos afuera de las bolsas. Un día que resbalé entendí que su sugerencia era correcta).
Aún hoy, ya con cincuenta y dos años de edad, sigo caminando con la cabeza agachada. Me gusta mirar el cielo, pero también amo ver el suelo.
Me gusta seguir el camino de las hormiguitas, mirar el cielo a través de los charcos que brotan en cada aguacero. Me gusta mirar el pasto para imaginar el trabajo sin trabajo que hace al brotar.
Todo mundo bota todo sobre el piso.
De niño me encantaba entrar a las casas de mis amigos, sentarme muy formalito adentro de una sala con piso de madera, y buscar chunches extraviados debajo de las mesas o al lado de las patas de las sillas. Desde donde estaba sentado buscaba y buscaba mientras las mamás de mis amigos platicaban alguna historia o el chisme de la mañana. Me encantaba el instante en que hallaba algo (nunca falla, siempre hay objetos extraviados). Sonreía cuando me levantaba y cogía el chunche perdido. Levantaba la mano y lo mostraba por todo lo alto. Siempre había un comentario generoso: "Mira, Alejandro halló el botón de la chamarra de tu papá" o "¿De dónde es este resorte?". Entonces, el resorte se convertía en un objeto importante. Esto era lo que me gustaba de mi afición: regresarle al objeto su lugar preeminente en la vida. A veces el resorte era un chunche necesario para devolverle la vida a un radio, por ejemplo. El papá de mi amigo me palmeaba cariñosamente la espalda como dándome a entender que mi afición a andar con la cabeza gacha era algo que podía salvar el mundo momentáneamente.
Digo momentáneamente porque al otro día nadie se acordaba de mi hazaña. Pero yo nunca lo olvidaba. Cuando, por ejemplo, oía sonar la radio antes descompuesta sonreía satisfecho.
Todavía hoy camino con la cabeza gacha. En Comitán es necesario mirar por dónde camina uno. Las banquetas de laja son resbaladizas; a los comitecos les encanta aventar las cáscaras de plátano sobre las banquetas. Camino viendo hacia abajo porque hay sueños extraviados en todos los caminos.
No acostumbro levantar sueños que no me corresponden, ni tampoco puedo andar en la vida levantándolos para ver quién es el propietario (por lo regular, la gente olvida sus sueños). Lo que hago es hacerlos a un lado. Cuando encuentro un sueño extraviado, con ayuda de mi pie, lo empujo hasta la pared. Ahí queda, como si fuera una golondrina en su nido. Creo que esta imagen dice mucho de lo que pienso acerca de esos sueños: son polluelos que pueden crecer y volver a levantar el vuelo.
"Anda, levanta la cara", me decía mama Juana. Pero los niños tímidos no acostumbramos levantar la cara. No nos gusta mirar de frente. Estos gestos corresponden a los niños valientes, a los desenfadados. Hay niños que cuando nos atrevemos a decir: "Te quiero", a una muchacha bonita, lo hacemos mirando el suelo, llenos de carmín en las mejillas. Y lo hacemos así, no porque no podamos alzar la cara, lo hacemos porque andamos en busca de un charco para regalar un pedazo de cielo a nuestra amada.
Aún hoy, que soy un gran mirador de cielos, sigo caminando con la cabeza gacha. A veces pepeno monedas de un peso y tornillos. El otro día hallé uno de mis sueños extraviados. Ese sí lo levanté. Hoy me sirve para lustrar mis días cada mañana.