miércoles, 18 de marzo de 2009

PEQUEÑA CRÓNICA DE UN TEXTO INÉDITO (Última parte)



Mariana se levantó y releyó en voz alta el principio del párrafo. “¿Ya viste? -dijo-, tú usaste esa frase en el texto que estamos viviendo”.
Revisé mi pasado inmediato y, en efecto, había empleado esa frase. ¿Cómo fue esto?
Mariana insistió en aquella teoría de la alteridad en la creación. En ocasiones, dos hombres alejados miles de kilómetros hacen un mismo descubrimiento. No sabía que tal influencia también podía generarse con años de distancia.
Pero el texto no podía ser mío, porque en 1957 yo estaba ocupado en nacer.
“¡No importa -dijo Mariana- el texto ahora es nuestro, es tuyo!”.
Y, en realidad es mío, porque lo tengo acá frente a mí. Es la única copia que existe en el mundo. Es un original y es nuestro, es mío.
Mariana se levanta, me jala y, mientras me lleva al estudio, dice que Carlos Fuentes, en el supuesto que el texto fuera el suyo, no podría comprobar jamás que este texto es de él.
Mariana prende la computadora y comienza a dictarme el texto. Ahora, en este momento, nos dedicamos a ello (sólo hicimos una pausa para escribir esta Arenilla que debo enviar al periódico para que lo lean ustedes, mis lectores de El Heraldo de Chiapas).
Aprendí a escribir a máquina mecánica desde la secundaria. Llevo más de cuarenta años. Puedo decir que escribo rápido, muy rápido.
Ahora son las tres de la mañana y ya casi concluimos (estoy agotadísimo, quienes me conocen saben que casi nunca me desvelo. Por lo regular me acuesto a las nueve o nueve y media de la noche). Mariana insiste en que puedo meter esta novela breve al concurso “Rosario Castellanos” que organiza Coneculta Chiapas. Me asegura que sería un honor para Comitán que un comiteco se llevara este premio.
Mariana no se da cuenta pero lo que me dice baja mi autoestima. Si ganara no ganaría yo, en todo caso ganaría Carlos Fuentes. Pero además no existe la certeza de ganar. Como en todo concurso en éste todo es subjetivo, lleno de niebla.
No me gustaría perder, bueno, en este caso perdería Carlos Fuentes. ¿Lo imaginan?
Además, si ganara don Carlos (es decir: ¡yo!), él, probablemente reconocería su novela en cuanto se publicara. ¿Qué haría, don Carlos? ¿Le escribiría a doña Jane Guadalupe -directora de Coneculta Chiapas- para reclamar el premio, para denunciar el plagio?
Además, Mariana lo sabe, a mí no me gusta hacer este tipo de acciones. Aunque no gane premios y no esté expuesto a reflectores prefiero escribir textos sencillos, con mis propias palabras, con mis propias ideas, con mis propios recursos.
Pero, ¿entonces para qué copio el texto que Mariana me dicta con emoción? El texto, debo confesarlo, es interesante, aunque tiene muchas incongruencias.
Al apropiarme de un texto ajeno contravengo lo establecido en el artículo veintidós, inciso c, de “El manual”, que es un poco copia del precepto bíblico de “no desearás a la mujer de tu prójimo, así esté cayéndose de buena”.
Tal vez copio el texto porque, después de todo soy humano y también caigo en la tentación. ¡No lo meteré a concurso! Pero puedo presentarlo como un inédito para su publicación. Tal vez convenga esperar a que don Carlos padezca de Alzheimer para presentar el texto como “el inédito extraviado de Carlos Fuentes”. Sin duda que Alfaguara lo pelearía. En este caso, yo podría reclamar derechos, porque, a esta hora de la madrugada, casi estoy seguro que don Carlitos no lo registró ante Derechos de Autor. Puede ser que, entonces, le concedan un premio a la novela y Mariana y yo acudamos a recibirlo, a Milán o a Buenos Aires o a París.
Pero, justo ahora que casi terminamos de pasar el texto a la computadora, la televisión retransmite el noticiario de López Dóriga y ahí escuchamos que Carlos Fuentes halló su manuscrito en la parte trasera de un anaquel lleno de libros.
¿Entonces?, dice Mariana. La verdad es que, viéndolo bien, el texto no es tan bueno. No podía ser de don Carlos. Apenas digo esto último, Mariana me ve y pregunta si ¿no soy sonámbulo, y si no seré yo quien, anoche, le pasó a dejar el libro?
Sé que lo dice sin querer herirme pero baja mi autoestima.
El texto está mal escrito. Nunca iré a Milán, nunca iremos. Mariana me queda viendo y se enoja, dice que soy un conformista. Apaga la computadora y entra a su recámara dando un portazo. Y yo, la verdad, no sé qué decir. No sé qué hacer acá adentro de la casa de Mariana. Ya es muy tarde para que yo vaya a la mía.