lunes, 23 de marzo de 2009

PARTES UN POETA A LA MITAD ¿Y SANGRA?



El verdadero poeta no sangra, ¡mana luz! La pregunta del maestro Félix iba en ese sentido. El maestro llegó ayer al Colegio Mariano N. Ruiz, lugar donde laboro. Él vive en San Cristóbal. Me dio gusto verlo, después de varios años de ausencia.
Él vio un libro de Socorro Trejo sobre el escritorio y preguntó mi opinión; luego me preguntó acerca de la poesía de Rosario, de Jaime Sabines y de Efraín Bartolomé. Caminé con mi memoria y mi corazón, busqué la luz en esos caminos y respondí: “De los poetas mencionados me quedo con Bartolomé”. El maestro, siempre humilde, acomodó mi opinión en el bolsillo de su camisa.
El poeta no es un árbol de caucho, tampoco un árbol que resume trementina. El poeta, más que árbol, es nube, más que nube es brocal donde crece la luz.
La poesía no es, tampoco, una competencia en trampolín de diez metros con giros holandeses, pero es posible establecer una clasificación según la altura de su flama. De los poetas que el maestro mencionó coloqué a Socorro en cuarto lugar, luego trepé a mi paisana en el tercero, a Sabines lo coloqué en un honroso segundo lugar y a Efraín le concedí la medalla de oro. Insisto, en este juego de la imaginación sólo participaron los cuatro poetas que el maestro mencionó y yo fui el único juez implacable. ¡Qué jactancia de lector absoluto!
El maestro Félix alabó la musicalidad y el ritmo de Jaime. Yo concedí el acierto y di por descontado cierto caudal de hojarasca. La poesía de Sabines huele a tierra. La prueba radica en el homenaje que en su honor se realiza en el estado. En Comitán pintaron una barda a la entrada de un jardín de niños con el siguiente poema: “Hay un modo de que me hagas completamente feliz, amor mío, ¡muérete!”. No creo que ningún niño halle luz en estas palabras lanzadas al viento de forma tan indiscriminada.
¿Cuántos versos de Efraín caben en las bardas de todo el mundo? ¿Cuántos versos de Sabines pueden jugar como niños en los jardines? Hay que admitirlo, Sabines es el gran poeta del quinqué y no de la claridad del agua de todos los días.
La poesía de Efraín toca los dedos de la luz. En muchos de sus versos hay algo que desgaja el espíritu como si fuera una naranja de agua solar. “Permíteme encender unas palabras para caminar de noche”, dice Bartolomé. Y uno siente que el corazón es un valle lleno de luciérnagas.
La palabra que no nos hace mejores hombres ¡no es poesía! La palabra debe ser una tea para “caminar de noche”.
Cuando me enteré del homenaje a Sabines dije que era bueno honrar al poeta, pero el Comité encargado del homenaje parece excederse; si no dosificamos esta celebración podemos caer en el exceso. Medio mundo, sin necesidad de artificios, lee a Jaime Sabines, quiere a Jaime Sabines (¿es necesario recordar el recital que dio en Bellas Artes?). Sus palabras son como cordeles de viento para quienes gustan atarse a la piedra que se llama mundo, a la cuerda de burbujas que se llama vida. Si versos de sus poemas “Que Dios bendiga a Dios” y “La Luna” hubieran sido elegidos para ser copiados en las bardas de las escuelas chiapanecas, la muralla china habría resultado insuficiente para acunar tanta luz. Los niños chiapanecos habrían masticado mariposas de azúcar.
¡Se solicita que la flama de la poesía sirva para iluminar y no para saciar nuestras estancias!
La visita del maestro Félix llenó de luz ese espacio escolar que siempre admite más flama para andar con ojos cerrados pero con manos abiertas. Fue pretexto para abrir un libro y beber del “tiempo que crece antes del alba”, según el decir de Bartolomé.