sábado, 14 de marzo de 2009

EL HOMBRE DE LA CAMPANA


A veces pienso en el hombre que toca la campana. Siempre va delante del camión de la basura. ¿No existe otro método para avisar?
Hoy, en el periódico Reforma, leí que en la ciudad de Estocolmo existe una zona residencial donde no hay camiones de basura, por lo tanto no hay pepenadores ni hombres que toquen la campana. No hay camiones porque los suecos tienen un sistema de tuberías subterráneo que absorbe la basura y la envía a una planta recicladora.
Pronto comenzará el periodo de lluvias y por esto pienso en el hombre de la campana. Pero también pienso en él cuando hace mucho calor, cuando hace mucho frío, cuando las nubes no traen maná, cuando al hombre le duelen las piernas.
Ahora pienso que en Suecia no tienen pepenadores. Me da cierta nostalgia folclórica, pero luego pienso que, tal vez, allá se dedican a pepenar cosas menos miserables.
Acá estamos acostumbrados a ver hombres y mujeres embrocados sobre los botes de basura buscando chunches en medio de ligas verdes llenas de moscas.
Y nosotros, los que, gracias a Dios, tenemos otros oficios, también pepenamos. Pero pepenamos esta clase de imágenes tristes.
Los hombres deberían pepenar los chunches que vuelan y no los que se arrastran como serpientes. Pero esto, parece, está reservado para otros cielos, como los de Estocolmo, por ejemplo.
A veces pienso en el hombre que toca la campana. Lo hago con nostalgia, con cierta pena. ¿Por qué acudo a su llamado como si me llamara a misa? ¿Qué clase de religión es esta donde los hombres salimos a dejar nuestros desechos en la esquina de la calle?
(N.B. Si tienen chance entren a la página de el Reforma y denle una vueltecita a esta información. Es impresionante el grado de civilidad en que vive cierta parte del mundo).